ESCLAVOS EN EL SIGLO XXI

Una virgen por 400 euros

Rosa viajó de Paraguay a España por un empleo, pero sus tías la empujaron a la prostitución

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CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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Rosa tenía 17 años cuando su familia la animó a irse a España. En su aldea, en Paraguay, se encargaba de la casa, de la limpieza, de cuidar de sus cuatro hermanos pequeños; de todo un poco. Pero ni el humilde sueldo de sus padres, ni su empuje y fortaleza, bastaban para alimentarlos todos, ni mucho menos para proporcionarle una buena educación, así que Rosa aceptó el ofrecimiento de ir a trabajar a Madrid, donde sus tías la esperaban con una oferta laboral en un bar. Sabía que muchas chicas de su país terminaban en la prostitución en Europa, pero al ir de la mano de personas de su entorno, descartó que eso les sucediera a ella y a su prima, que la acompañó en esta nueva vida. Lo tomaron como lo que parecía: una oportunidad.

Entró en el país como turista. Era todavía menor de edad. Sus padres tuvieron que firmar un papel en el que se comprometían a entregar su hogar si no devolvían el crédito que solicitaron para pagar el billete de su hija. Debía ser pan comido, porque veían en España un pozo lleno de posibilidades. ¿Qué podía salir mal? En el aeropuerto de Barajas esperaban sus tías y sus novios, de origen ecuatoriano. Las llevaron a casa, donde todo iba bien, con la salvedad de que no las dejaban salir. Serían cosas del viejo continente.

SEIS MESES ENCERRADA

Al cabo de unos días las condujeron al bar en el que trabajaba una de sus tías. Les compraron ropa interior y les mostraron un vídeo pornográfico para que aprendieran. Se negaron a prostituirse y las encerraron en un sótano durante seis meses. Rosa era menor de edad y no quisieron arriesgarse. Pero su prima ya había cumplido los 18, así que pusieron algo más de empeño en que cediera. “Lloraba, había días en los que tenía que acostarse hasta con 40 hombres. Le hicieron mucho daño; venía sangrando”, cuenta Rosa, según el testimonio recogido por la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (APRAMP). A ella la castigaban sin comer, la pegaban, la manoseaban; la preparaban para que, llegado el momento, no se negara a practicar sexo con extraños.

Un buen día se presentó en el club un hombre dispuesto a pagar 400 euros por una noche con Rosa. Era virgen, una condición que se paga y muy bien entre los depravados sexuales. Finalmente se echaron atrás porque todavía tenía 17 años. Pero no había ninguna duda sobre las intenciones de sus tías en cuanto llegara su aniversario. Cada cierto tiempo la dejaban hablar por teléfono con su padre. Bajo amenazas, nunca le contó nada. “Veía a mi prima y me daba mucha lástima. Fue duro, muy duro, yo no estaba legal en el país. ¿A quién iba a acudir? Estaba sola, no sabía hablar español”. Solo conocía el guaraní, aunque en Paraguay, antes de volar, tomó algunas clases de español para poder desenvolverse un poco en aquel trabajo que le habían prometido y del que ya ni se acordaba. 

Durante una redada, la policía se llevó a su prima, a la que apartaron del club. Le prometió a Rosa que al regresar a Paraguay les contaría a sus padres lo que estaba pasando. Pasaron las semanas y los agentes regresaron preguntando por ella. “Mis tías les dijeron que yo no estaba, que ya no vivía ahí. Saqué valor y grité. Me sacaron”. Pasados aquellos meses, y superado el trance, se puso a estudiar para conseguir un trabajo y, así, poder mandar de verdad dinero a su familia.