9,6 kilómetros de distancia

Los asistentes al acto de ERC aplaudieron todos y cada uno de los reveses a Mas

RAFA JULVE BARCELONA

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El Centre de Convencions Internacional de Barcelona, donde habló Artur Mas hace una semana, está situado junto al número 1 de la Diagonal. El Palau de Congresos de Catalunya, donde habló ayer Oriol Junqueras, lleva el número 661 de la misma avenida. La misma vía, pero 9,6 kilómetros de distancia en línea recta entre un punto y otro. 9,6 kilómetros entre el atril que aguantaba los papeles del president y el micrófono que llevaba prendido a la solapa el líder de ERC, que volvió a explotar su rol de profesor universitario para conferenciar con las manos libres.

9,6 kilómetros pueden ser muchos o pocos, pero ayer las ganas de llegar a la meta resultaban innegables. El auditorio hervía mucho antes de que empezara el discurso. La pasión por comentar la jugada era tal que el runrún de las conversaciones provocó que muchos ni si quiera repararan en que poco antes de las 19.20 horas Mas ya había entrado por un lateral y se había colocado en la primera fila. Nadie aplaudió. Muchos se dieron cuenta de la presencia del jefe del Govern por la montonera de fotógrafos y cámaras de televisión.

10 minutos de espera

Algo inusual, el president tuvo que esperar 10 minutos a que empezara un acto al que él asiste. Encima, le tocó oír los gritos de «president, president» dedicados a Junqueras previos al encaje de manos entre ambos, cuando el público cambió el mensaje por un atronador «in-inde-independència».

Lo que no tuvo que hacer Mas es cola. En cambio, a las seis de la tarde, cuando el líder de ERC hacía pruebas sobre el escenario, el palacio de congresos retrotrajo a muchos al 9-N. Decenas de personas esperaban en fila a que abrieran las puertas, lo que pasó a las 18.30 horas. Hacía un punto de frío en el exterior, como reflejaba la cara de un joven que aprovechó para exhibir un cartel que acusaba a la Agència de Patrimoni Cultural de no pagar «las cortinas que ha comprado».

Junto a él, más acalorado, con camiseta amarilla de la Diada y barretina, Ferran Estrada, «el mismo que toca la trompeta en Canaletes», repartía panfletos con las siglas de los partidos soberanistas sobre un velero y el rostro de Mas capitaneándolo. «Soy de ERC, pero Mas tiene un par... Tendrían que ir juntos para fer el cim. Las otras cuestiones ya se verán», defendió.

Estrada hubiera borrado de un plumazo la distancia entre un líder y el otro, pero no parecía pensar lo mismo la mayoría del auditorio. El president y las planas mayores de Òmnium y la ANC pudieron escuchar cómo eran aplaudidos todos y cada uno de los reveses de Junqueras a la hoja de ruta del líder de CiU, quien sí se sumó a los aplausos cuando su exsocio parlamentario enfocó a la meta. «El futuro estará mejor en manos de nuestros hijos que en manos de un Estado que no nos quiere». En ese momento y cuando ambos dirigentes encajaron las manos para despedirse, la ovación fue unitaria.