EN CLAVE EUROPEA

Realidad y ficciones en inmigración en la UE

Los líderes de la UE se reúnen para la cumbre del Consejo Europeo

Los líderes de la UE se reúnen para la cumbre del Consejo Europeo / H0 AY ob

ELISEO OLIVERAS

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Décadas de dejadez política y cicatería presupuestaria han transformado un tema de gestión e integración de inmigrantes en un desbordante problema político en la Unión Europea (UE): un "problema existencial", según el presidente francés, Emmanuel Macron. A pesar de que el número de inmigrantes que llegan a la UE ha caído desde el 2015 y de que los residentes extracomunitarios (21,6 millones) sólo representan el 4,2% de la población de la UE, la inmigración domina el debate europeo desde que da réditos electorales al populismo ultraderechista.

La UE sufre ahora las consecuencias de la negligencia con que los gobiernos han tratado las cuestiones migratorias en Europa occidental desde hace décadas y de la insolidaridad de la mayoría de países ante la llegada masiva de inmigrantes a través del Mediterráneo desde el 2011.

El desinterés político ha conducido a un fracaso de la integración de los inmigrantes, concentrados en barrios abandonados a su suerte, en los que el crecimiento de la población no ha ido acompañado del aumento de los recursos en educación, sanidad, vivienda y protección social, sino todo lo contrario. Esto ha llevado a la proliferación de guetos y zonas deprimidas, donde los ciudadanos nacionales tienen la sensación de competir con los inmigrantes por servicios públicos cada vez más escasos. A ello se ha sumado la expansión de un islamismo que rechaza los valores de la UE y que ha transformado zonas como Molenbeek (Bélgica) y Lunel y Siene-Saint-Denis (Francia) en fábricas de yihadistas.

La homogeneidad del Este

Los países del Este, que desde hace dos generaciones tienen una homogeneidad étnica y cultural desconocida anteriormente, rechazan abrir sus puertas justificándolo precisamente en el fracaso de la integración de los inmigrantes en Europa occidental (guetos e islamismo). La cumbre no ha cambiado nada y serán los países occidentales quienes seguirán absorbiendo a los refugiados.

Los acuerdos de la cumbre suponen un nuevo parche cortoplacista de una UE que renuncia a abordar la inmigración en su globalidad con una estrategia a largo plazo, como lamenta Yves Pascouau, especialista en migraciones. Tampoco se plantea potenciar vías de inmigración legal, como proponían Hubert Védrine y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

Los líderes europeos han vuelto a focalizar su esperanza en centros de control dentro y fuera de la UE. Los centros de control en la UE son una reedición de los fracasados hot spots del 2015 que se vieron inmediatamente desbordados en Italia y Grecia. Este tipo de centros solo resulta efectivo si la UE está dispuesta a renunciar a sus principios humanitarios y se transforman en centros de internamiento del que solo salen las personas cuando se les concede el asilo, mientras los inmigrantes irregulares son devueltos directamente a su país de origen sin pisar la calle.

La negativa de muchos países de origen en reconocer como nacionales a esos candidatos a la deportación, así como el coste de la misma, impide la mayor parte de las devoluciones. En diciembre, había viviendo libremente en Alemania 229.000 inmigrantes que debían haber sido expulsados y en Francia había al menos 69.000 que habían eludido la orden de expulsión. Ante la falta de apoyo europeo, la estrategia italiana ha sido dejar que los inmigrantes irregulares pasaran por su cuenta a Francia o Austria.

Medios insuficientes

La concesión del estatus de refugiado, cuyas ayudas varían según el país, tampoco resuelve todos los problemas debido a la falta de medios para la integración (vivienda, trabajo). "El 10% de las personas de los campamentos desalojados en París tenían el estatuto de refugiado", reconoce Didier Leschi, director de la Agencia Francesa de Inmigración e Integración (OFII).

La UE ha apostado en la cumbre por subcontratar el control de la inmigración a los países del norte de África, siguiendo el modelo de Turquía. Al margen de las consideraciones humanitarias, crear esos centros de desembarco es más fácil de anunciar que de hacer, salvo quizá en el estado fallido libio. Túnez y Marruecos ya han dicho que "no". Como ya ha ocurrido con Turquía, la UE quedará después cautiva políticamente de los estados que acepten albergar centros de inmigrantes. Una eventual proliferación de esos centros y la ayuda europea asociada pueden afianzar regímenes autoritarios y desestabilizar una zona muy fragilizada y con elevada presencia yihadista.

Los planes europeos de apoyo a África siguen siendo muy reducidos y poco eficaces ante el reto que plantea su explosión demográfica. La población de África crecerá en 450 millones de aquí al 2030, un aumento del 37% en 13 años, según la ONU. Dada la abismal diferencia de nivel de renta entre ambas orillas del Mediterráneo, la presión migratoria se multiplicará aún más.