De la 'obamafobia' a la islamofobia
Ramón Lobo
Periodista
Periodista
RAMÓN LOBO
De los dirigentes se espera sensatez, una cierta capacidad de apagar miedos y reducir la alarma social. No es el caso de gran parte de los representantes y gobernadores de EEUU enfrascados en un concurso de sandeces que ganará quien diga la más grande sobre los refugiados sirios. La cosa anda igualada. Según un principio psicosocial todo grupo tiende a reducir su nivel hasta igualarse con el más tonto. Se puede corroborar en el metro y en la calle y en los debates entre los aspirantes a la presidencia de EEUU por parte del Partido Republicano. La única duda es quién ejerce el papel: hay varios candidatos.
Ben Carson llamó a los refugiados “perros rabiosos”; Jeb Bush solo quiere sirios cristianos; Marco Rubio (el gran tapado y favorito) no quiere ninguno ya que no se pueden revisar sus antecedentes de manera segura y Donald Trump los vincula con los atentados de París y promete expulsar a todos los sirios de EEUU si llega a ser presidente.
Es curioso que este tipo de declaraciones xenófobas y antidemocráticas tengan lugar cerca de Thanksgiving, fiesta que conmemora las dificultades de los primeros peregrinos llegados a EEUU, es decir de los primeros refugiados europeos que huían de las persecuciones y del hambre. Supongo que este tipo de republicanos exaltados tampoco celebrarán la Navidad, que es la historia de otros dos refugiados, perseguidos por el rey Herodes.
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La historia de la humanidad y de EEUU está construida desde los movimientos de personas, que buscan mejores tierras o que huyen de las guerras y la muerte. Una de las grandezas de EEUU es su mezcla, su multiculturalidad: gentes de los lugares diversos que construyen un espacio común. Esto que acabo de escribir no se corresponde con la realidad de cada día en las ciudades norteamericanas, y menos desde la crisis. Mezcla hay poca, se convive en comunidades separadas por muros raciales, sociales y económicos. Existen las historias de éxito, pero no son masivas. En el país de los sueños ya está casi todo soñado.
Los republicanos perdieron el norte tras los atentados del 11-S, dejaron a un lado los valores y principios de su Constitución al sentirse atacados. De las convenciones firmadas, la que prohíbe la tortura y las de Ginebra sobre el trato a los prisioneros de guerra, pasamos a la ley de la selva. Las guerra de Afganistán, Irak y Siria, y los atentados, demuestran que la ley del más fuerte no ofrece más protección.
Se transformó la base de Guantánamo en un agujero negro del derecho, se multiplicaron las cárceles secretas de la CIA y el waterboarding. En ese ambiente de radicalismo azuzado por los Cheney, Rumsfeld y Wolfowitz, el que perdió el norte fue EEUU casi al completo. Este grupo y sus aliados en los medios sintieron la llegada de Barack Obama como un peligro, una traición del votante, y se lanzaron desde el primer momento en bloque contra sus iniciativas y al insulto personal. La obamafobia apenas esconde su origen: racismo.
JOHN MCCAIN, DESPLAZADO
El Tea Party, un virus troyano en el espectro conservador de EEUU, ha arrastrado el Partido Republicano hacia la extrema derecha. Personajes de gran prestigio como John McCain han quedado desplazados, es como si el partido se hubiera fraccionado en dos. Esta deriva muy evidente en los últimos ocho años ha alumbrado una pléyade de aspirantes a la presidencia entre los que apenas se encuentra un rastro de sensatez. El asunto de los refugiados sirios es la última prueba. No es malo que todos parezcan haber enloquecido, lo malo es que uno de ellos será el candidato a la presidencia de EEUU.
En los últimos debates televisados, estos precandidatos han igualado los refugiados sirios con los terroristas que cometieron la matanza del 13-N. Trump, el que parece tirar de todo el grupo hasta su nivel cero, utilizo el 11-S de manera rastrera al asegurar, sin pruebas, que los musulmanes de Nueva Jersey habían celebrado el derribo de las Torres Gemelas.
Se agita la excusa de la seguridad y el miedo a nuevos atentados para cerrar las fronteras a personas que son víctimas de una guerra que hemos ayudado a avivar. No se prohíbe la entrada de belgas y franceses, la nacionalidad de los atacantes de París.
Deberían instituirse los controles obligatorios antes de cada debate, no ya de alcoholemia sino de estupidez en la sangre y en el cerebro. Si no, ¿cómo explicar la deriva de Trump, que se ha mofado en un mitin de un periodista con discapacidad? Quizá sea hora de llamar a las cosas por su nombre y calificar a este hombre de xenófobo, de fascista. A este ritmo, el Frente Nacional de Le Pen se le va a quedar a la izquierda.
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