BARCELONEANDO
Pavo con salsa de arándano rojo
Tras Halloween y el Black Friday, no sería de extrañar que el Thanksgiving se incorporase al folclore local de Barcelona
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA MERINO / BARCELONA
Ya hemos importado los esqueletos de Halloween y los descuentos del Black Friday, de manera que, como nos gusta tanto una fiesta, no sería de extrañar que en breve se incorporase también al folclore doméstico el Thanksgiving, la cena de Acción de Gracias, que los estadounidenses festejan el cuarto jueves de noviembre. Bien podría encajarse en el calendario como una meta volante previa al atracón de polvorones. Tiempo al tiempo.
De momento, unas 130 personas, en su mayoría miembros de la American Society of Barcelona (ASB), la celebraron anteanoche en el hotel Hilton de la Diagonal, una cena de las de atiborrarse a la que asistieron el cónsul general de EEUU en la ciudad, Marcos Mandojana, puertorriqueño con raíces en un pequeño pueblo de Álava, así como el de México, el controvertido Fidel Herrera. La ASB, que cuenta con 3.100 asociados, viene celebrando este banquete desde hace 21 años.
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Durante la cuchipanda del Thanksgiving, fiesta familiar por excelencia, se consumen en Estados Unidos nada menos que 51 millones de pavos, aunque, en el caso que nos ocupa, fueron tan solo 14 especímenes de entre 7 y 8 kilos, criados en Molins de Rei y hermosotes ellos.
La tradición se remonta a 1621, cuando los peregrinos ingleses que huían de la persecución religiosa, arribados a las costas de Plymouth (Massachusetts) a bordo del Mayflower, se dieron un festín con los aborígenes, los indios wampanoag, para dar gracias a la providencia por haber sobrevivido a la travesía y a los fríos del primer invierno. En la práctica, la cena combina ingredientes de ambos lados del Atlántico, así que en un Thanksgiving como Dios manda no pueden faltar ni el pavo, ni el pastel de calabaza, ni la salsa de cranberry (¿arándano rojo agrio? La traducción de esta baya es un lío).
Mientras los comensales van llenando la sala, se produce un interesante intercambio de pareceres entre el chef y el californiano Marco M. Piccioni, miembro de la ASB:A pesar de copla aquella más vieja que la tos —«échale guindas al pavo, que yo le echaré a la pava»—, esta gallinácea «no se estila mucho en el recetario francés, ni en las cocinas hispanas», explica el chef del Hilton, Cristóbal Pío. ¿Su secreto? Un combinado de vapor y horno en la cocción con mucha caña en el arranque para que la piel quede crujiente, sin pasarse de tiempo ni temperatura.
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—Mi madre también ponía en el relleno el hígado del pavo sofrito.
—¡Coño, como en nuestra picada! Esto me lo podrías haber dicho antes —comenta son sorna Cristóbal.
Buen rollo para una fiesta con el mismo empaque que la Navidad aquí e idéntica en su misión: comer hasta reventar, beber lo suyo y aguantar a la parentela hasta las tantas. Cuenta Victor Horcasitas, presidente de la ASB, que es un clásico en la sobremesa del Thanksgiving «tumbarse en el sofá a ver el partido de fútbol americano hasta quedarse frito». O sea, como aquí en Sant Esteve con la digestión de los canelones acompañada por la enésima reposición de Lo que el viento se llevó. «A Dios pongo por testigo de que jamás volveré a pasar hambre». Burp.
Segundas oportunidades
También es costumbre que la víspera de Acción de Gracias el presidente perdone la vida a un pavo, que pasará el resto de sus días alejado de las cazuelas, en una granja con vastos prados donde picotear. Como dijo Barack Obama al hacer lo propio el miércoles, EEUU es, en efecto, el país de las segundas oportunidades. ¡Ah, el sueño americano!
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En el banquete celebrado por la comunidad norteamericana en Barcelona, no hubo indulto que valga, e incluso el pavo asado que adornaba el bufé —con sus sombreritos de papel en las patas, y todo— fue acribillado a flases y selfies. «Es el del año pasado: ¡yo le vi una cicatriz», bromeó uno de los comensales. Otro: «El pavo se confundirá con mi calva».
La velada en el Hilton acabó con bailongo y una rifa en beneficio de los niños enfermos alojados en la Casa Ronald McDonald. Billetes de Iberia, una camiseta del Barça firmada por Iniesta y una panera que incluía, cómo no, la pata de jamón y el tarro de melocotón en almíbar. Y una anécdota final: el curso de castellano le tocó a la esposa del cónsul mexicano, por lo que hubo que volver a sortearlo. Cosas del azar.
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