Los jueves, economía

El mito europeo y sus riesgos

La política de Bruselas no da soluciones porque los Estados-nación siguen dominando el cotarro

JOSEP OLIVER ALONSO

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Se acercan tiempos importantes para Europa. No decisivos, pero sí relevantes por lo que tienen de definición del camino a seguir. Y no olviden que, tratándose de economías elefantiásicas como la europea, cualquier pequeña modificación en su rumbo acaba llevándonos a destinos muy alejados. Ojo, pues, a lo que se ventila estos meses.  Y no solo por lo que dilucida el Tribunal de Justicia, enfrascado en la resolución de la demanda del Constitucional alemán acerca de la legalidad de ciertas operaciones del BCE. Sino, especialmente, por lo que va a decidir el propio BCE el 22 de enero, y los resultados de las elecciones griegas del 25. Marquen en rojo estos tres días de enero, porque van a definir nuestro futuro inmediato y, quizás, nuestras oportunidades en el medio plazo.

Ayer se dio a conocer la posición del abogado general del tribunal europeo sobre la demanda alemana; el próximo jueves 22, la reunión del BCE debería despejar el alcance de importantes compras de deuda pública; y el siguiente domingo 25, elecciones en Grecia. Todo ello aderezado con perspectivas no muy optimistas de crecimiento en la eurozona y el fantasma de la deflación.

Pero más allá de las perspectivas coyunturales, quisiera centrarme en un aspecto nuclear del enmarañado proceso europeo. Es sabido que políticos y economistas actúan, y sugieren soluciones, a partir del clima intelectual imperante. Que puede proceder, como Keynes advertía, de las ideas de algún economista, politicólogo o filósofo difunto, o de las de otros muy vivos. Y que la adherencia a ciertas ideas míticas puede acabar comportando incomprensiones de la realidad y, con ello, propuestas incorrectas de las políticas a seguir.

Dificultades estrictamente políticas

Hoy tenemos un ambiente plagado de opiniones que aportan luz y soluciones, o lo intentan, a un amplia lista de problemas: deflación, desigualdad, globalización, riesgos geopolíticos, cambio técnico... Cada una pretende sugerir parte de la explicación a las enfermedades que nos aquejan. Pero, en Europa, entre todas estas tesis destaca una en particular: la que postula que nuestras dificultades son estrictamente políticas, que nuestros dirigentes no están a la altura de las circunstancias, que Europa navega sin rumbo y que el empuje colectivo de sus padres fundadores se ha diluido en el egoísmo nacionalista de hoy.

Esta percepción de un proyecto europeo estancado por la incompetencia de sus políticos es extremadamente peligrosa. Porque desvía el debate de lo que es sustancial, y porque atribuye a los líderes nacionales una aureola de semidioses que no se corresponde con sus poderes reales. Vayamos por partes.

¿Por qué la política europea, la de Bruselas, no es suficiente como para dar soluciones razonables a la crisis? Porque los Estados-nación continúan siendo los que dominan el cotarro. La amenaza alemana a Grecia, sobre su salida del euro si no cumple sus compromisos, es incomprensible si se analiza con lentes norteamericanas, por ejemplo. En los EEUU, un gobierno y un presupuesto federal permiten redistribuir recursos desde los estados en crecimiento a los que tienen problemas. Es una redistribución automática, merced a un presupuesto federal que recauda el 30% de buena parte de los ingresos públicos. Esta unión no se obtuvo de la noche a la mañana: hizo falta, entre otras cosas, una guerra civil. Nada parecido existe hoy, ni se le espera, en Europa. Quizá Alemania quisiera un Gobierno federal en Bruselas, pero Francia no está por la labor. Ni probablemente, a pesar de lo que se diga en público, Italia o España. Y los electores de esos países, menos todavía.

Las dificultades de un rumbo coherente

Es por ello, en segundo lugar, por lo que la clase política europea, la Comisión, el Parlamento, tiene tantas dificultades para marcar un rumbo coherente. Porque hay estrategias nacionales dispares, que obedecen a opiniones públicas con sensibilidades y, no lo olviden, intereses distintos. En el sur y  en el norte. Llámenlo egoísmo nacionalista. Pero no hay más cera que la que arde.

El proyecto europeo ha sido víctima de la tiranía de las palabras. Nos hemos convencido que llamando, una y otra vez, Europa a una suma incoherente de Estados-nación habíamos eliminado el nacionalismo en cada una de ellas. Nada más lejos de la realidad. Esta incomprensión de los límites en los que Europa actúa conlleva, inevitablemente, la propuesta de soluciones utópicas, es decir, de no-soluciones. Y ahí es dónde estamos. Lo que nos espera es una larga, tortuosa, incierta, escarpada y difícil ascensión a una cumbre llamada Europa, que no es evidente que seamos capaces de alcanzar. Pero el paso previo para llegar a la cima es aceptar lo lejos que estamos de ella.  No lo estamos aceptando. Negamos la realidad. Y eso se acaba pagando con creces.