Análisis
Entre la temeridad y la torpeza
Las esperanzas depositadas en el 2-O han saltado por los aires
José A. Sorolla
Periodista
JOSÉ A. SOROLLA
Parafraseando a Pablo Neruda, puedo escribir el artículo más triste esta noche, al final de una jornada lamentable a causa de la irresponsabilidad y la temeridad de unos (Carles Puigdemont) y del inmovilismo y la torpeza de otros (Mariano Rajoy). Ha sido un 1-O tan triste en el que, como cantaba Raimon en referencia a los años 40, «jo sé que tots, tots havíem perdut».
Todo empezó a las ocho de la mañana cuando, apenas una hora antes de la apertura de los colegios, el 'conseller' Jordi Turull, desde el centro de prensa privado del referéndum, nos contó un chiste de bilbaínos. Ya se sabe, «somos de Bilbao y los de Bilbao votamos donde nos da la gana, en cualquier sitio». Este insólito cambio de las reglas del juego, consistente en transformar un censo inexistente en un censo universal, que permitía a cada catalán votar donde le apeteciera, estaba acompañado por otras recomendaciones igualmente sorprendentes: se podía sufragar sin sobre, con la papeleta impresa en casa y, posteriormente, sin sistema informático, con procedimiento manual, y hasta en grupo, sin control y sin identificarse en algunos colegios.
Una intervención ineficaz
Las nuevas 'liberalidades' de primera hora se añadían, además, a que la consulta estaba convocada sin censo oficial, sin mesas constituidas de acuerdo con la ley y sin junta o sindicatura electoral. Por eso sonaban a sarcasmo las apelaciones a la democracia que repetían desde hace días los promotores de tamaño fraude.
El carácter fraudulento e inválido de la consulta estaba, pues, meridianamente claro. Entonces, ¿a qué vino la inmensa torpeza de la intervención violenta de la Policía Nacional y de la Guardia Civil? Es cierto que la actuación de las fuerzas de seguridad estatales se debió a la pasividad de los Mossos d’Esquadra, que obedecieron las órdenes políticas en lugar de las judiciales, pero la intervención de los antidisturbios no solo fue desgraciada por las heridas causadas a los ciudadanos que querían votar, sino que además fue ineficaz.
La única salida a medio plazo
Ineficaz porque las cargas violentas consiguieron impedir la votación –llevándose urnas o cortando el paso a la gente– en apenas un centenar de colegios sobre un total de 2.300. ¿Qué sentido tiene intervenir con esa violencia para no anular verdaderamente las votaciones? Mientras las cargas policiales se producían, la gente votaba en infinidad de colegios, lo que siguió ocurriendo en las horas posteriores a los alborotos. La violencia policial solo ha servido, al final, para que los secesionistas tengan las fotos y las imágenes que estaban esperando. Y para que el independentismo engrose sus filas mucho más de lo que lo ha hecho ya desde el miércoles 20 de septiembre, cuando se iniciaron los registros y las detenciones.
Todas las esperanzas depositadas estos días en el 2-O nunca fueron realistas y ahora han saltado por los aires. A medio plazo, la única salida es que el Gobierno y los partidos españoles hagan a Catalunya una oferta, no para contentar a los independentistas convencidos, sino para atraer de nuevo a los sobrevenidos. Y esa salida es mucho más difícil después del 1-O.
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