IDEAS

La sombra de Al Pacino

Me entusiasma Pacino. Por eso me duelen los comentarios que dicen que empieza a andar errante y decadente por el escenario

JOSEP MARIA POU

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Tengo especial debilidad –lo saben quienes me leen habitualmente– por aquellas películas que se ocupan del actor: sus crisis de identidad, los altibajos del proceso creativo, el conflicto entre ser y parecer, etcétera. En el último año he tenido el regalo de tres muy buenas películas al respecto: 'Birdman', 'Viaje a Sils Maria' y 'La sombra del actor'. En esta última, Al Pacino interpreta de manera magistral a un actor víctima de un bloqueo mental, incapaz de recordar el texto de la función que representa y en terrible estado de decadencia, personal y profesional.

Me entusiasma Al Pacino, a mi juicio el mejor actor del triunvirato Hoffman-Pacino-De Niro, Santísima Trinidad de su generación. Pacino arriesga cada vez más, eligiendo películas y personajes que muchos de sus compañeros rechazarían horrorizados. Pacino es especialista en coger el personaje por los cuernos y pelearse con él hasta doblegarlo. Pacino es, también, las más de las veces, generoso, desbordado, excesivo, sin límites. Pacino es –siempre a mi juicio, claro– un actor enorme.

Por eso me sorprenden –y me duelen– las noticias que llegan de Nueva York, en donde ha tenido que retrasarse dos semanas el estreno oficial de la obra 'China doll' de David Mamet, en la que el actor interpreta a un multimillonario sin escrúpulos que se cree dueño del mundo, un personaje de magnitud shakespeariana.  Dicen, quienes han visto las funciones de preestreno, que Pacino anda errante por el escenario. Y llegan a precisar, esas mismas fuentes, que la angustia del actor es más que evidente, que no hay máscara ni personaje que pueda ocultarla. Por lo visto, Pacino tiene camuflados en la embocadura del escenario, lado y lado, dos  grandes 'teleprompters', en los que lee su texto. También, sobre una mesa de despacho, un ordenador al que acude con frecuencia para quedarse con la mirada fija en la pantalla leyendo las frases que no recuerda. Parece también que a través del teléfono que no separa del oído, le dictan el texto que se limita a repetir sin apenas interactuar con su compañero de escena.

Me duele profundamente lo que leo. Un actor como Pacino no merece esa agonía. Prefiero creer, como aseguran algunos, que todo forma parte de una maniobra publicitaria, de un runrún interesado. Y que si Pacino empieza a ser sombra de lo que fue, esa misma sombra debe servir para verle, como a Peter Pan, dos veces, tres veces, cien veces más grande.