cine

'Sweet country': en la aplastante inmensidad

El nuevo 'western' del australiano Warwick Thornton es una historia de racismo y violencia tan serena como furiosa

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Nando Salvà

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Al final de 'Sweet country', un granjero emocionalmente hundido formula dos preguntas mirando al cielo: «¿Qué posibilidades tenemos? ¿Qué posibilidades tiene este país?». Es la triste conclusión de una película esencialmente trágica, que usa los modos del western para reflexionar sobre la ausencia de justicia moral en un paisaje forajido, en el que la civilización y la barbarie coexisten y hasta se confunden. 

Situada a finales de los años 20 en el Outback australiano, acompaña a un ganadero aborigen acusado de asesinato, primero mientras huye de la ley y después cuando se enfrenta a un tribunal. El director, Warwick Thornton, fragmenta periódicamente la narración con repentinos saltos temporales que nos muestran detalles de lo que les pasará a algunos de los personajes, y abrir una ventana a ese futuro inminente sirve para subrayar el fatalismo que los asola; la sensación de que, hagan lo que hagan, su destino ya está escrito. Dicho de otro modo: 'Sweet country' en ningún momento siembra dudas sobre el punto dramático al que se dirige. Un hombre negro ha matado a un hombre blanco en la Australia de hace casi un siglo; haría falta un milagro para que fuera realmente capaz de salir de esa.

Hasta que nos aclara si los milagros existen, el relato acarrea cuestiones morales en cada una de sus escenas. Los efectos de la influencia de Occidente en las culturas indígenas permanecen incrustados en la narración como el polvo en las pezuñas de los caballos, que deja su rastro en el aire a cada paso. El marco ético, sin embargo, no se interpone en el camino de la apasionante persecución por el desierto que vertebra 'Sweet country'. Aunque inspirada en hechos reales, la película transpira el tipo de poesía que asociamos al cine de John Ford, la misma preocupación por el modo en que la vida de la frontera puede transformar el alma humana.

UN TERRITORIO BELLO Y DESPIADADO 

Para dar volumen a todo ello, Thornton le saca todo el jugo a la expresividad del terreno, que se extiende árido y rocoso y puede ser asombrosamente bello pero también severo y despiadado, en particular con los colonos blancos que tratan de hacerse un sitio en tierras que se niegan a ser domesticadas. 

La cámara cruza ese territorio implacable con hipnótica serenidad, tomándose su tiempo para respirar, pero también para gritar de dolor ante la brutal opresión, el racismo y la ausencia de justicia sobre los que se asentó Australia y se han asentado tantas otras sociedades; ante la falta de esperanza por un futuro condenado a perpetuar los prejuicios e injusticias del pasado.