CIUDAD ON

'Tours' de chocolate

Aquí te sentirás como Rajoy en la Moncloa: menudo cacao. Barcelona Chocolate Tours organiza rutas para chuparse los dedos. Caminas y comes a partes iguales

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Ana Sánchez

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Mencionar aquí que tienes un cacao sonaría tan obvio como si lo dijera Rajoy en la Moncloa. Estás rodeado de árboles de cacao y tabletas de chocolate tan exhibicionistas como la de Cristiano Ronaldo.

Museo de la Xocolata. Alex y Anissa, una pareja de alemanes treintañeros, olfatean un par de onzas con pose de enólogos. «Alguien me contó que hay que ponérselo debajo de la lengua al comerlo», dice él. «¡¡Spoiler!!», se ríe Cristina, la guía de este 'tour'. Esta es una ruta en la que te sientes Forrest Gump: la vida en Barcelona también puede ser como una caja de bombones. 

Cristina García Blasco. Si le llaman «bombón», ella preguntaría de qué tipo. Se ha paseado por plantaciones de cacao en Brasil y en la isla de Santo Tomé (África). Es la fundadora de Barcelona Chocolate Tours. Hace seis años que organiza rutas para chuparse los dedos. Caminas y comes a partes iguales. 

«¿Qué  sabéis del cacao?», pregunta a los turistas chocolateros de hoy. «Que sabe bien», se ríen ellos. «Sí, vais a probar chocolate», les dice al verles con la misma ansia chocolatera que Sloth, el monstruíto de 'Los Goonies'. «Pero también vais a aprender un poco». Entre vitrina y vitrina histórica, Cristina saca un paquetito, ofrece. Parecen chicles, pero pone «cocoa nibs». «¿Llamamos a un médico?», se ríe al verte masticar con cara de meme. Es cacao triturado, a pelo.  

Ahora sí: Cristina saca tres tabletas: «Criollo, trinitario y forastero», detalla los tres tipos de cacao. «Nunca hay que poner el chocolate en el frigorífico», advierte antes de nada. «La humedad absorberá las propiedades del chocolate», justifica. ¿Algún otro mito del chocolate que desmontar? «El clásico –responde–: que engorda. Sí –asiente–, engorda. Si tomas chocolate blanco cada día, engordas. Si lo tomas con leche, engordas. Y si lo tomas negro, al 80%, engordas menos», se ríe. 

CATAS DE TABLETAS

«Hay que utilizar cuatro sentidos», explica mientras va repartiendo onzas. Primero, miras el chocolate, indica. «Tiene que brillar un poquito. Es señal de que ha estado bien empaquetado, de que continúa fresco. También hay que ver que no tenga puntitos blancos. Es señal de que se ha puesto en la nevera y ha entrado humedad». Ahora lo partes. Un golpe seco, como una de las llaves de judo de Sergio Ramos. «Si hace clack, es fresco», señala Cristina. Ahora toca olerlo. «Ya puedes detectar si se trata de chocolate negro, con leche o blanco». Y por fin lo comes, pero aún conteniendo los arrebatos tragones. «De la mejor forma que se degusta –justifica el spoiler del principio– es poniendo un trocito debajo de la lengua y dejándolo deshacer». 

 Tres tabletas y varias vitrinas después, el 'tour' se traslada a La Xocolateria de Oriol Balaguer (calle de la Fusina, 5). Ya masticas con los mismos aires justicieros que Chicote. Tanteas lo que has aprendido entre mordisco y mordisco. «¿Este es de cereza? –intenta adivinar Anissa–. ¿Al 40%?». Siempre acierta. «Podrías dedicarte a catar chocolate», sonríe su marido. Desfilan por la mesa bombones, café y té. Es hora de comer, pero hoy empiezan por el postre. Terminarán en Bubó (Caputxes, 10) con un pastel de chocolate que también comes por los ojos. Xabina, se llama. «En el 2005 ganó el premio al mejor pastel de chocolate del mundo», informa Cristina. Anissa se ríe con los dientes negros. «Nunca se come suficiente chocolate».