Apuntes
De los daños colaterales de la lectura
Josep Maria Pou
Actor y director teatral
JOSEP MARIAPOU
Leer hace daño. Mucho. Leer causa dolor. Mucho. Leer deja heridas profundas (en el sentido más literal de la expresión). Lo he comprobado en mis carnes esta misma semana, aunque tenía noticia de ello desde hace tiempo. Ocurrió así: estaba leyendo en la cama, a altas horas; leía unepuben mi iPad (traduzco: leía un libro en formato electrónico en un dispositivo apropiado para ello). Y ocurrió que me quedé dormido. O eso deduzco. Porque lo único que recuerdo es que me desperté bruscamente al sentir un fuerte golpe en el tabique nasal. Al vencerme el sueño -sigo deduciendo- fallaron las manos que lo sujetaban y el iPad, que estaba a la altura de mi cara, se cayó tal cual encima de mi nariz. El sobresalto fue tremendo. Y el golpe, morrocotudo. Me ha dejado herida. El canto metálico superior del iPad golpeó con fuerza mi tabique nasal y ha dejado huella.
Antes de que nadie aproveche el suceso para cargar contra el libro electrónico quiero decir que he vivido otra experiencia similar con el libro impreso. Ocurrió hace ocho o nueve años. Yo estaba representando en los escenarios a un marido problemático que enfurecía a su mujer más de la cuenta. En un momento de la acción, la santa esposa, llevada al límite de su irritación, se desahogaba lanzando contra mí, a modo de proyectiles, algunos libros que tenía cercanos. Yo, con hábil cintura de futbolista, esquivaba el ataque. Una noche no fui lo bastante ágil y el lomo de uno de los libros impactó sobre mi pie izquierdo. Oí el golpe y hasta el crec del hueso al quebrarse. Resultado: fractura con desplazamiento de la primera falange del tercer dedo y dos meses de cojera.
En un momento en que el debate entre libro electrónico y libro impreso se está radicalizando, vengo a contar mi experiencia para sumar argumentos a los dos bandos. Leo que en el 2011 el número de libros impresos ha descendido en casi un 25%, mientras que ha aumentado el de libros electrónicos, aunque en cantidades todavía muy inferiores a las del libro tradicional. Ni quito ni pongo rey. Yo alterno con facilidad los dos medios de lectura. Pero advierto: al hablar de ventajas e inconvenientes, bueno será contar también con los «daños colaterales».
Claro que, si pienso que mi iPad alberga 838 libros electrónicos, considero que he salido muy bien librado del accidente. No quiero ni pensar lo que hubiera sido esa misma cantidad de libros impresos cayendo sobre mi cara. Como para no contarlo.
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