Una estudiante desvela la vida del psiquiátrico de Pi i Molist

El hospital se inauguró en 1915 y era tan grande como el palacio de Versalles

ERICA ASPAS
BARCELONA

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Hace dos años, Sílvia Martín tuvo que enfrentarse, como el resto de sus compañeros del colegio Mare de Déu del Roser de Barcelona, a la elección de su trabajo de investigación de segundo de bachillerato. No dudó.«Desde pequeña me había impactado la historia del Mental de la Santa Creu. Además, vivo en la calle de Pi i Molist y quería saber quién fue ese hombre». Fueron meses de mucho trabajo, de recorrer los archivos de la ciudad y de descubrir, poco a poco, la historia de este edificio y sus pacientes.«Me sentí como Indiana Jones respirando el olor de los papeles antiguos», comenta Martín, que ahora tiene 19 años.

Medio siglo de lucha

Conocido por los vecinos por albergar la sede del distrito, la historia del Mental de la Santa Creu es la del empeño de un psiquiatra, Emili Pi i Molist, que dedicó toda su vida a la construcción de un manicomio digno para los enfermos mentales, pero que no llegó a ver acabado. Era el siglo XIX y se topó con numerosos problemas burocráticos, económicos y de enfoque médico.

«La insalubridad de la ciudad y del propio Hospital de la Santa Creu, del que dependía el Mental, y los avances de la medicina y de las terapias con enfermos psiquiátricos hicieron necesaria la construcción de un manicomio a las afueras de la ciudad», escribe Martín en su estudio.

La administración del hospital tenía pocos recursos y, al ser provincial, dependía de las decisiones de la Diputació de Barcelona. Finalmente, gracias a las aportaciones de un anónimo, todo indica que de Pi i Molist y su mujer, y tras 50 años de litigios, el Mental se inauguró en 1915. Tenía capacidad para 700 pacientes y unas dimensiones comparables a las del palacio de Versalles. El centro se clausuró en 1987 después de un traumático desalojo.

En la primera mitad del siglo XIX, los enfermos mentales del hospital recibían un trato casi inhumano.«Muchas veces eran encadenados, dormían en el suelo y eran empleados en tareas de limpieza y en el traslado y entierro de difuntos», explica la autora. En 1847 y por iniciativa de Pi i Molist, se ampliaron las dependencias y se instalaron baños, una enfermería, talleres y una sala de visitas. El psiquiatra defendía un trato sin violencia y mejores condiciones de vida para los enfermos.

El Mental tiene tantas leyendas como pacientes. Milicianos marcados por el horror de la guerra civil o la historia de Ada, una joven casada con un republicano que tras dar a luz sufría paranoias. Su marido emigró a Panamá y allí rehizo su vida. Y el pequeño chalet, que hoy es taquillas de la Guardia Urbana, recuerda la vida de una paciente burguesa que levantó su casa en el Mental.