El diario del olímpico Carl Lewis. Transcrito por Jeffrey Marx

El foso fue mi 'canguro'

En su nueva colaboración, justo el día en que se enfrentará a Mike Powell en el salto de longitud, Carl Lewis reconoce que ésa ha sido su competición preferida. Hoy se enfrenta a Powell: "El competidor de más talento que conozco", según reconoce el 'hijo del viento'.

CARL LEWIS / Barcelona

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Cuando era niño, mis padres eran entrenadores de atletismo, y ahorraban dinero llevándonos a mi hermana Carol y a mí a la pista. No tenían que pagar a nadie para que nos cuidara. El foso del salto de longitud fue nuestro canguro, y de forma natural nos fuimos interesando por el atletismo.

En ocasiones, Carol y yo intentábamos imitar los ejercicios que hacían los demás, pero la mayoría de las veces sólo jugábamos en la arena, construyendo castillos en el foso, que destruíamos mientras nuestros padres se ocupaban de sus atletas. Al principio, jugar en la arena era mucho más divertido que prestar atención a lo que hacían mamá y papá.

En cuanto me interesé, no obstante, regresé a la arena, pero esta vez para correr y saltar en ella. Por extraño que parezca, ése fue el inicio de mi carrera en el atletismo. Y el salto de longitud ha sido siempre mi especialidad preferida.

Ahora, con 31 años, dos medallas de oro en la prueba de salto de longitud y diez años de victorias, estoy preparado para dar los saltos más grandes de toda mi vida. Contra Mike Powell, el competidor de más talento que conozco, necesitaré algo especial para ganar. Y ya ha sucedido algo fuera de lo normal. Llegué a Barcelona a competir principalmente en el salto de longitud.

En el pasado, he competido en múltiples pruebas, y me he visto obligado a tratar el salto de longitud como hijastro. Se me ha exigido que gane, y he abordado la especialidad en función de esto. En 1984 tuve que renunciar a realizar algunos saltos para conservar la energía necesaria para correr bien. En 1988 realicé todos los saltos pero tenía otras cosas que requerían mi atención, principalmente los 200 metros lisos y el relevo 4x100.

En esta ocasión, no me he tenido que preocupar de nada. Cuando no logré clasificarme para los 1 00, 200 y el relevo corto, me concentré exclusivamente en el salto de longitud. Al lesionarse hace unos días mi compañero de equipo del Club Santa Mónica, Mark Witherspoon, he tenido la oportunidad de correr con el resto de compañeros. Pero lo que ha ocupado mi mente durante el pasado mes ha sido el salto de longitud.

Resulta gracioso, visto desde aquí, ya que hace tan sólo un año, había considerado la posibilidad de abandonar definitivamente esta especialidad. Estaba en Tokio, compitiendo en el Campeonato del Mundo, y acababa de hacer un salto en que superaba por primera vez los 8,90 metros. Ese había sido mi objetivo desde hacía tanto tiempo. Entre saltos, estuve sentado en la hierba pensando que quizás, quizás entraría en la conferencia de prensa después de la prueba para decir: "Gracias por los recuerdos. Ha sido genial. Aquí lo dejo".

Desde luego, no añoraría los dolores de espalda que resultan del salto de longitud. La gente no tiene ni idea del impacto que recibe el cuerpo al realizar un salto de longitud de más de 890 metros en el aire. Me concentraría en las carreras de velocidad, priorizando al máximo los 200 metros. Y mi vida sería estupenda. Entrenamientos más fáciles, competiciones más fáciles, menos presión ¿justo lo que quería al entrar en la treintena.

Pero en su quinto salto, Mike Powell rebotó con fuerza en la tabla y aterrizó en la arena a 8,95 metros. Fue el salto de longitud legal más largo de todos los tiempos, batiendo el récord que había mantenido Bob Beaumon durante 23 años. Mike empezó a bailar por todo el estadio. Había logrado el sueño de toda una vida. Y yo tenía que seguir saltando.

Aún sentado en la hierba, pasé de pensar en renunciar al salto de longitud a pensar que era hora de reorganizar a fondo mis esfuerzos. Era como si Dios me hubiera mirado, diciéndome: "Todavía no es tu hora. Levántate de la hierba, y ves a por ello". Recordando aquella noche, cuando Mike se convirtió en el campeón del mundo y por primera vez en mucho tiempo tuve que conformarme con el segundo puesto, pienso que fue una bendición oculta.

El salto de longitud es hoy una gran prueba, con el enfrentamiento de los dos mejores saltadores de la historia. He realizado algunos de los mejores entrenamientos de mi vida, ayudado técnicamente y estimulado continuamente en mi nuevo objetivo por mi entrenador, Tom Tellez.

Mike ha hablado mucho de superar los nueve metros para ganar la medalla de oro en Barcelona. Después del año pasado, es probable que haga falta algo así para ganar. Pero la medalla de oro es el objetivo más importante, y no una distancia determinada. Como suelo hacer, si salto bien al principio, tal vez me convenga más no realizar todos los saltos que me corresponden. Al día siguiente tengo una carrera de relevos, y quiero estar seguro de entregarme a mis compañeros de equipo con el máximo esfuerzo.

Con tantas variables en juego, es imposible predecir cuándo podría darse una actuación tan increíble como un salto que supere los nueve metros. No hay duda de que tanto Mike como yo somos capaces de hacerlo. Pero las condiciones tendrían que ser absolutamente perfectas.

Empezando, por ejemplo, por las condiciones meteorológicas, que tendrían que ser las adecuadas. Físicamente, tendríamos que sentimos en forma, muy en forma, a punto. Y emocionalmente, tendríamos que estar mejor que nunca. Pese a ello, superar los nueve metros requeriría la perfección.

Es una distancia sumamente larga para viajar en el aire sin ayuda de nadie, y me encantaría ser el primero en conseguirlo. Atrás quedó el foso de salto de longitud que me hacía de canguro. Atrás quedó la época en que construía castillos en la arena. Yo lo que quiero es un final de cuento de hadas.