anuncio de CAMBIOS EN UNO DE LOS PRINCIPALES ENCLAVES TURÍSTICOS DE BARCELONA

Parque Güell de peaje

   HELENA LÓPEZ / Barcelona

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Cinco chavales juegan a fútbol descalzos en un extremo de la plaza. Alguno también sin camiseta. No porque no tengan zapatillas, obviamente, sino porque la arena de la plaza«les da rollo»y, alemanes como son, la Barcelona del 2012«les recuerda en algo a África».Tal cual. De hecho, su viaje, que justo empezaba el viernes, es una ruta por España y Marruecos. Además de que es más práctico darle al balón descalzos que en hawaianas. Son cinco de los cientos de turistas que a las 10 de la gris mañana de ayer -el cielo enrarecido se empeñaba en recordar que a solo algunas decenas de kilómetros ardía la naturaleza que tanto amaba Gaudí- llenaban la plaza de la Natura, uno de los puntos más concurridos del parque Güell, lugar que vive su último verano como espacio verdaderamente público. A partir de otoño aquel no barcelonés que desee entrar deberá pagar una entrada aún por definir, pero que se sabe que superará los cinco euros.

«¿Pagar? ¿Se tendrá que pagar para entrar en el parque? ¿Pero no es un parque?»Este grupo de atléticos alemanes imberbes no ve claros los planes del municipio para regular la entrada en el recinto, aunque su opinión no es generalizada.

A pocos metros de los chicos, en el colorido banco que rodea la abarrotada plaza, una madre descansa con su hija de 5 años.«¿Son hipopótamos?» «Son hipopótamos, perros… ¡vete tú a saber!» La niña pregunta por una de las figuras de los mosaicos que recubren los bancos que acotan la plaza. La respuesta de la madre no parece convencerla. Pero, sobre pagar... ¿qué piensan sobre pagar?«Si eso hace que no haya tanta gente y que se pueda pasear mejor y siempre que sea un precio razonable, no me parece mal», considera la madre. Esa reflexión sí es compartida por no pocos de los que ayer intentaban pasear con más o menos éxito por elramblerizadoparque, tanto españoles como llegados de Pirineo arriba. Eso sí, todos destacaban que pagarían a cambio de tranquilidad, es decir, de menos gente. Una de las intenciones del consistorio es precisamente esa, reducir el número de visitantes diarios, aunque todavía no han decidido cuál será el límite.

El parque Güell, hoy por hoy, vendría a ser un antiparque, si se entiende un parque como un lugar de recreo donde desconectar, ya que paz, lo que se dice paz, es lo último que puede encontrarse allí. El miércoles pasado, uno de los días más calurosos de este poco rabioso verano, un hombre-anuncio gritaba a pulmón en la puerta principal del parque, en la calle de Olot.«Restaurant, terraza-garden. Cerveza, sangría, paella, tapas»,repetía una y otra vez mostrando un cartel con su poco variada oferta de paellas a ocho euros.

Y es que, aunque el gobierno local se ha empecinado en la lucha contra el top manta -es evidente el aumento de policía en el parque, lo que ha hecho disminuir notablemente el número de vendedores ambulantes-, laramblerizaciónlegal del lugar, la consentida, está en pleno apogeo. Basta con mirar el menú del bar La Cueva, la terraza que hay sobre la citada plaza de la Natura, cuya única oferta sonBaguettini de Knorr -pseudopizzas congeladas sobre pan tostado-, sangrías de un litro a 10 euros o de un litro y medio a 14 o bocadillos -no menos congelados- de todo tipo que rozan las cinco euros.

Más presencia policial

Laramblerización del parque no recae, pues, solo en la masificación ni el perseguido top manta, que, pese a la fuerte presencia policial, persiste, aunque con mucha menos fuerza, en las sombras de los viaductos.

Aunque, si hay una víctima de la masificación del parque, esa es el sufrido dragón de la escalinata, frente a la Sala Hipóstila, lugar preferido de los turistas, sobre todo en jornadas de calor extremo.«Hazme una foto en la que me vea sobre todo yo», le dice inocente Marta a su marido, Ibai, apoyada sobre el dragón, justo antes de que un octogenario voluntario del parque le llame la atención. Son de Bilbao y veranean en Barcelona. Como muchos otros, estarían dispuestos a pagar, siempre que eso supusiera que el parque se encontrara en un mejor estado de conversación -el compromiso municipal es que lo recaudado se invertirá íntegramente en mantenimiento- y en hacer el paseo más plácido, más paseo. Aunque muchos no son todos.

«¿Por qué hay que pagar por todo?», pregunta un crío a su padre ante la antigua casa de Gaudí, en la entrada superior del parque, cuya entrada vale 5,50 euros (4,50 para estudiantes, menores y jubilados).«No lo sé, hijo, no lo sé. Pero es más bonito el parque que la casa», responde este, seguramente sin ser consciente a que en semanas, el parque será también territorio de pago. «Como todo».

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