El diseño de la vía pública

La nueva red ciclista descuida la anchura mínima aconsejada

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CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
BARCELONA

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El mandato anterior marcó el inicio del renacimiento ciclista en Barcelona. La semilla la puso el Bicing en el 2007, pero la voluntad y el empuje hay que atribuírselo al ciudadano, que poco a poco ha ido convirtiendo un juguete de fin de semana en un medio de transporte tan válido como el metro o la moto. Esa evolución trajo en paralelo un debate político en el que CiU jugó el papel de oposición dura y responsable. En noviembre del 2009, Eduard Freixedes, hoy concejal de Movilidad y entonces azote de su antecesor, Paco Narváez, decía lo siguiente en una comisión municipal: «Hemos denunciado muchas veces que no hay orden en las vías ciclistas. Si vamos a medir el carril bici de la Diagonal, les aseguro que el metro y medio que recomienda la Generalitat no lo tiene». Más razón que un santo, pero ahora, con su partido en el poder, el ciclista se encuentra con corredores cuya estrechez invita a ironizar sobre los recortes. Hasta el punto de que, en algunos casos, apenas cabe el manillar.

La bici arrastra un problema endémico que hace que su integración no esté resultando fácil. Al margen de consideraciones sociales e incluso folclóricas -Barcelona, gracias y por culpa del urbanismo de Porcioles, es una ciudad pensada para el vehículo de motor, aunque eso es algo que se intenta corregir-, el principal obstáculo es la ausencia de un marco legal. Todo son recomendaciones. Del mismo modo que el ciclista es un actor de la vialidad que se rige por las mismas normas de tráfico que el resto pero sin necesidad de carnet de conducir, matrícula o seguro, el diseño de su espacio vive en similar limbo de regulación.

UNA BASE SÓLIDA / En mayo del año 2008 se presentó el Manual para el diseño de vías ciclistas de Catalunya, redactado por el Departament de Política Territorial i Obres Públiques, un extenso documento de más de 100 páginas que regalaba a los municipios una sólida base sobre la que acomodar al creciente ciclista urbano. Incluía datos como los que se ilustran en el gráfico de la derecha. Según reza el documento, «el ancho de un metro resulta de sumar lo que mide el manillar (60 centímetros) y el espacio necesario para el movimiento de los brazos y las piernas (20 centímetros por cada lado)». De este modo, el informe, el mismo al que hacía referencia Freixedes en esa declaración de noviembre del 2009, recomienda que los carriles bici unidireccionales tengan una anchura mínima de metro y medio, aunque lo mejor es que sean de dos metros. Para los viales bidireccionales, lo recomendable es destinar dos metros y medio, aunque se podrían aceptar de un mínimo de dos metros.

La realidad -y una cinta métrica- demuestran que algunos de los corredores de la capital catalana están muy por debajo de esas recomendaciones. Hasta el punto de que en algunos lugares se produce la cómica situación de que no cabe ni el manillar. Es lo que sucede en la avenida de Borbó, donde en agosto se pintó un vial de ida y vuelta entre el paseo de Maragall y la plaza de Virrei Amat. Delante del CAP, el pasillo se estrecha hasta dejar 59 centímetros por  sentido. A esto hay que añadir la hilera de coches aparcados, cuya separación es del todo insuficiente para evitar que la apertura de alguna puerta cause la caída de un ciclista que no tendría ni tiempo ni espacio para esquivar el imprevisto.

«MEJOR NO HACERLOS» / Albert Garcia, portavoz de Amics de la Bici, lamenta que no exista legislación alguna sobre el diseño de vías ciclistas. «Para hacerlos mal, es mejor no hacerlos», opina este veterano luchador del ciclismo urbano, que pone como ejemplo de diseño «catastrófico» el nuevo carril bici de Parlament. No entiende que se hable de recomendaciones «cuando lo que está en juego es la seguridad» de un colectivo cada vez más amplio de la sociedad. Si es de ida y vuelta, dice Garcia, no deberían tener nunca menos de dos metros. Y en las curvas siempre tendrían que ganar algo de anchura para facilitar la maniobra, cosa que no sucede, por citar un ejemplo, en Urgell, que sigue obligando al ciclista a trazar el perfil octogonal de las manzanas del Eixample cuando lo más lógico sería que pudieran seguir recto, como sucede en  Diputació o Consell de Cent.

Provença es un ejemplo de lo que Amics de la Bici define como «una chapuza mayúscula». Esta calle tiene un primer tramo bidireccional entre Rogent y Dos de Maig con viales de 70 y 94 centímetros, muy por debajo de lo aconsejable. A partir de esta segunda calle, y hasta el paseo de Gràcia, es de un solo sentido, con 118 centímetros que, aunque están por debajo del mínimo, resultan confortables. El problema es que muchos ciclistas circulan en dirección contraria, haciendo más complicado el pedaleo. El ayuntamiento tiene previsto que este carril llegue casi hasta la estación de Sants, y que sea de dos sentidos. Para conseguirlo, no está previsto hacerlo más ancho, o sea, que donde ahora hay un corredor, se pintarán dos, sin ganar espacio a la movilidad motorizada.

El primer carril bici de la ciudad se inauguró a principios de los 90. Es el de la Diagonal, de Francesc Macià hacia Les Corts, y tiene 188 centímetros por vial. No existía manual, y puede que sea excesivo. Quizás se tiró de sentido común, pensando que la bici requiere cierto espacio.