muy seriemente

'Daybreak', el mundo tras el coronavirus

Netflix desdeña (qué pena) una segunda temporada de una serie concebida para adolescentes pero que tal vez solo ríen con plenitud los adultos

zentauroepp52701371 contra200309132759

zentauroepp52701371 contra200309132759 / periodico

Carles Cols

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La impaciente e inclemente Netflix ha anunciado que no habrá segunda tenporada de ‘Daybreak’. La primera se estrenó en octubre. Ni medio año tiene la criatura y ya ha sido sentenciada. Sin retintín, menudo disgusto, pues en estos días de preocupación coronavírica, esta enorme broma apocalíptica en 10 capítulos no solo tiene más relato del que en principio aparenta, sino que es más que oportuna. A lo mejor es culpa de las primeras décimas de fiebre, pero les cuento.

Tras un apocalipsis ¿qué mundo edificaría una generación que ha crecido entre 'likes' y juicios de 'Go Talent'?

El argumento, sin quitar apenas velos por si desean verla, es el siguiente. Un cataclismo ha terminado con la vida adulta en Los Ángeles y, se supone, en el resto del mundo también. Hay mayores de edad, sí, pero convertidos en algo que llaman ‘ghoulies’, o sea, caníbales necrófagos. Su papel en la trama es terciario. Son incluso graciosos. Hablan, pero solo para repetir una y otra vez la última frase que pronunciaron antes de la explosión genéticonuclear en la que solo sobrevivieron los adolescentes y los niños. Para entendernos, el ‘ghoul’ Quim Torra, descamisado y renqueante, diría “devolvedme mi escaño”. Matías Prats, lo de siempre, “seis meses gratis”.

‘Daybreak’ es, no hay que subrayarlo, una comedia y, con algo de imaginación, un trasunto del Covid-19, infección de la que se dice que es inocua con los más jóvenes y temible para los adultos. No sé a ustedes, pero a mí los señores de la moscas que me quedan cerca me lo repiten cada día como si fuera el ángelus de las 12. Tómense lo que viene, pues, como una venganza.

Esa idea, cómo se organizarían socialmente los menores de edad en caso de ausencia de adultos, es un clásico literario y cinematográfico. ‘A las nueve cada noche’, dirigida por Jack Clayton, en la que siete hermanos entierran en secreto a su madre para evitar el orfanato, y ‘Nadie sabe’, de Hirokazu Koreeda, esta con cuatro hermanos, son dos referentes indiscutibles, pero más lo es aún, tal vez, la novela antes insinuada, ‘El señor de las moscas’, de William Golding, inquietante porque sugiere que la tiranía desmedida es un impulso irrefrenable de los humanos cuando ejercen el poder. ‘Daybreak’ no lo sopesa como tesis. Lo da por hecho. Con un plus. La nueva sociedad postapocalíptica se edifica sobre los cimientos de una generación que evalúa su entorno con ‘likes’ y que considera que los juicios de 'Got Talent' son una forma correcta de impartir justicia. Hay algo peor que el miedo milenarista al fin de los tiempos, y es que sea además discursivamente 'millennial'.

Netflix tendrá sus razones para haber cortado las alas de una segunda temporada de ‘Daybreak’. No las contará en público. Nunca lo hace. Eso permite especular. Ahí vamos. Antes, dos palabras para contextualizar. “Efecto Flynn”. Estas últimas semanas tal vez las hayan visto mencionadas por las redes sociales, a veces con títulos provocadores que sostienen que (esto es literal) cada vez somos más tontos.

Que en un capítulo se mencione el "Desperta ferro!" de Roger de Llúria dice mucho, aunque quede claro qué, de los guionistas de 'Daybreak'

Flynn, de nombre James Robert, es un profesor neozelandés que durante la segunda mitad del siglo XX constató que el cociente intelectual mundial crecía tres puntos cada década. La repera. Las razones eran diversas y no vienen al caso. Lo inquietante es que con aquella misma metodología de estudio, los resultados de lo que llevamos de siglo desalientan sobremanera. Parece que las nuevas generaciones han hecho descender siete puntos la media. La repanocha. En el mejor de los casos, se sostiene que los tests que antaño eran válidos hoy ya no lo son.

A ‘Daybreak’ puede que le haya sucedido precisamente eso, que ha suspendido como apuesta de futuro porque el público al que se supone que va dirigida no ha sabido responder ni la mitad de las preguntas del examen. Las referencias de los protagonistas a las películas de KurosawaScorsese y Leni Riefenstahl puede que sean sean indescifrables para el seriófilo por debajo de la veintena. No digamos ya las alusiones a los crimenes de Slobodan Milosevic o a la cuarta pared cinematográfica. Todo parece una gran broma de los guionistas, tipos talluditos, en realidad, que alcanza su clímax (atención, brevísimo ‘spoiler’) cuando uno de los personajes, un profesor que ha sobrevivido a la explosión, alienta a los estudiantes en plena batalla al grito de “¡Desperta, ferro!”. Quedan tan desconcertados que detiene el ataque en curso y les alecciona sobre quiénes fueron los mercenarios catalanes del almirante Roger de Llúria.

La venganza, compañeros de mesa, no siempre se sirve fría. A veces se sirve en La Contra.

Filmin, la plataforma que ama las series

Si Netflix trata a sus series en ocasiones como pañuelos de papel, Filmin es diametralmente todo lo contrario. Solo le falta bordar las iniciales en una esquina. Sirve como ejemplo el cariño que le han puesto a la promoción de ‘Exit’, de la que dicen que es la versión escandinava de ‘El lobo de Wall Street’ o, también afirman, un ‘Succession’ nórdico. Es, al parecer, la serie más vista en la historia de la NRK, la televisión pública noruega, un canal, todo hay que decirlo, capaz de lo más atrevido. Fue en la NRK donde nació la fórmula de la ‘slow tv’. En el 2009 le pusieron una cámara en el morro del tren que cubre la rura entre Oslo y Bergen y, con algo tan simple, 1,2 millones de espectadores de un país de apenas cinco millones de habitantes se pasaron siete horas y 16 minutos pegados al televisor. Será que a los noruegos les imanta la realidad, porque ‘Exit’, con un par, se basa en el relato real y cruelmente sincero de cuatro tiburones de las finanzas noruegas que se prestaron a contar a los guionistas su amoral vida cotidiana de drogas, prostitutas y violencia.