muy seriemente

'El gran Imperio otomano' ha vuelto

La hora final de Bizancio fue una batalla inconmensurable que ahora, con tropas de Erdogan en Libia y el culebrón turco como fenómeno televisivo, Netflix retrata en seis episodios

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Carles Cols

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En los libros de texto de la EGB, y ahora casi seguro en los de la ESO, la suerte final de Constantino XI se despachaba habitualmente con un par de líneas. Su nombre, a veces, ni siquiera se citaba. Fue el último emperador romano, de acuerdo, de la sucursal de oriente, Bizancio, pero lo que comenzó con Augusto 63 años antes de Cristo terminó abruptamente el 29 de mayo de 1453 con la victoria de las huestes otomanas en el sitio de Constantinopla, que se dice pronto. Seis capítulos de producción turca le dedica Netflix a la gran hazaña bélica de Mehmed II, el sultán que con solo 21 años de edad resolvió lo que en 23 ocasiones anteriores no habían sido capaces de lograr los generales de la media luna, conquistar la ciudad más inexpugnable de la edad media. ‘El gran Imperio otomano’ es, además de un delicioso fruto para los amantes de los documentales dramatizados de grandes momentos de la Historia, la constatación de que, perdonen la redundancia, el gran imperio otomano ha vuelto.

Mehmed II hizo con solo 21 años lo que 23 ejércitos antes habían intentado en vano, poner fin a Roma

Hay tropas turcas en Libia. Eso no es ficción. Turquía vuelve a ser un jugador con buenas fichas en el Risk mundial. No estaban ahí, justo debajo de la bota de Italia, desde 1911. Fue ese el año en que los italianos pusieron fin al Bajalato de Trípoli. Los turcos, en la gran y en la pequeña pantalla, han salido retratados casi siempre en un vergonzoso pies para que os quiero a lo largo del siglo XX. La escena más representativa, en esa línea, es la desbandada general de la soldadesca otomana en Aqaba, cuando el pillo T. E. Lawrence les atacó audazmente por la retaguardia en la película de David Lean. Unos minutos de metraje más tarde, el bey de Daraa, repugnantemente interpretado por José Ferrer, se interesaba por la retaguardia de Lawrence, lo cual no hacía más que martillear sobre el mismo clavo, el de la imagen decadente de aquel imperio que pereció con la primera guerra mundial.

Total, que con tropas de Erdogan en Libia, con Estambul como el nuevo Lourdes de los calvos europeos y con la silenciosa invasión del culebrón turco en los hogares de las españolas, el estreno de ‘El gran Imperio otomano’ no puede tomarse a la ligera, sino como la constatación de que el centro de gravedad narrativo mundial se ha desplazado, en la realidad y en la ficción. Corea del Sur, los países escandinavos y, ahora, Turquía, se abren paso en la nación seriófila con interesantísimas producciones.

De las dos grandes series de amor turcas que cautivan a este lado del Mediterráneo, ‘Erkenci Kus’ y ‘Kara Sevda’, muy poco encontrarán aquí por el momento, en ‘muy seriemente’, porque 135 capítulos de calenturas, entre ambas, es una cifra que quita el hipo. Solo referenciar que las fuentes maduras consultadas aseguran que el actor Cal Yaman, protagonista de ‘Erkenci Kus’, parece que se ha ganado el título de ‘satisfyer’ catódico.

‘El gran Imperio otomano’ no solo es más digerible (lo dicho, seis cómodos capítulos) sino que, cuestión de gustos, es todo un hallazgo para alguien, como el que firma, que de los ‘bachi-buzuks’ solo sabía que eran lo que el capitán Haddock le gritaba a sus enemigos, pero que nunca los había visto en acción. Fueron la primera ola que Mehmed II envió en el asalto final a Constantinopla.

¿Qué le pasa a los libros escolares que despachan con desdén una batalla que cambio el curso de la historia?

La serie es un gozo narrativo. Aquella fue la primera batalla de la historia en que los cañones decantaron un asedio. No fue una guerra de religiones. La decencia de los historiadores turcos que colaboran con el documental es, en este sentido, ejemplar. En el bando otomano lucharon no pocos cristianos, vamos, tipos como cinco siglos antes El Cid, que trabajaban para quien mejor pagaba. Constantino tampoco se quedó atrás. Ha sido un placer descubrir en la serie la figura de John Grant, un escocés en Bizancio, y su simple y efectiva técnica para detectar a los los zapadores que desde el bando otomano intentaban entrar en la ciudad bajo tierra. El uso de fuego griego, el napalm de la antigüedad, era solo la guinda final de su estrategia.

El verdadero fin del Imperio romano se escribió aquel mayo de 1453 y, aunque los libros escolares pasan con desdén por encima de esa fecha, aquello supuso la emergencia de una nueva potencia mundial que puso en jaque a media Europa hasta principios del siglo XX y que ahora, 100 años después y de la mano del ‘erdoganato’, hace valer de nuevo su privilegiada situación geográfica.

El Juego de Tronos de la media luna

Los escolares se lo pierden, porque el plan de estudios es así de rácano, pero la historia del Imperio otomano es más adictiva que ‘Juego de Tronos’. Mehmed, tras la toma de Constantinopla, decretó la indivisibilidad del sultanato, mal endémico de los turcos con anterioridad, pues los dominios del padre se dividían entre los hijos. Mehmed puso remedio a ese minifundismo con una tremenda solución. Los hermanos del príncipe elegido para la sucesión eran inmediatamente ejecutados para zanjar intrigas palaciegas.