muy seriemente

'Narcos: México' y algún día Barcelona

Tras esbozar a Pablo Escobar, Netflix retrata la caída de Félix Gallardo, al que por no escuchar las sabias lecciones de Orson Welles apodaron 'El padrino' de Guadalajara

zentauroepp45903583 narcos mexico200217160858

zentauroepp45903583 narcos mexico200217160858 / periodico

Carles Cols

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Saludé a un narco. Me dio la mano. Me presentó a su esposa y a su hija. Era un día entre semana y la niña, educadísima, iba vestida de domingo. Fue el pasado junio en el Raval barcelonés. Cuando encajamos las manos no sabía nada de sus quehaceres ilegales. Eso lo supe un minuto después de que nos despidiéramos con las expresiones de cortesía que se usan en situaciones así. Un placer, encantado o algo similar. El encuentro fue fortuito. En compañía de Guillem Sánchez, el hombre de los bajos fondos en EL PERIÓDICO, y también de los altos fondos, que los hay, íbamos por el Raval de la mano de (por ponerle un nombre con pegada periodística) un confidente, el tipo que tiempo atrás nos puso sobre aviso sobre los primeros narcopisos de la ciudad. Aquel dominicano de trato educado que nos presentó simplemente porque nos topamos con él sería, en ‘Narcos: Barcelona’, un simple secundario, de acuerdo, pero como ocurre en esta materia desde tiempos de Pablo Escobar, era alguien capaz, como tantos otros en el negocio de la droga, de que la realidad desborde a la ficción. Y de qué manera. Luego les cuento más.

Lo dijo Welles, que en 'El padrino' se daba lustre a unos gángsters que nunca existieron, porque en la realidad se parece más a los personajes de 'Narcos'

Fue Orson Welles quien ya avisó en su día de que la trilogía de ‘El padrino’ era una glorificación de un puñado de vagos que nunca existieron, que los gángsters con clase eran solo una invención de Hollywood. Lo pueden entrecomillar. Lo dijo con estas mismas palabras. Parece que hablaba con conocimiento de causa. Incluso puede que intuyera que no había mejor yacimiento narrativo que la propia realidad, aquello que con gran acierto descubrió Caracol Televisión, el potente canal colombiano, que en el 2013 alumbró ‘Escobar, el patrón del mal’, inspiración de la posterior y exitosa ‘Narcos’, de Netflix, plataforma que tras radiografiar en tres temporadas las andanzas criminales de los cárteles de Cali y Medellín anda estos días con la segunda entrega de ‘Narcos: México’, con Diego Luna en el papel algo babieco de Miguel Ángel Félix Gallardo, el todopoderosa capo del cártel de Guadalajara.

La biblioteca seriófila dedicada a este negocio, al de la producción de drogas a gran escala y al ‘who is who’ de sus principales mayoristas, es realmente babélica, inabarcable para el espectador medio y no apta siempre para todos los públicos, no por cuestión de edades, sino por capacidades de comprensión. La versión colombiana de la vida de Escobar es, claro está, la más enciclopédica, algo lógico, pues le dedican nada menos que 74 capítulos de 45 minutos cada uno. No falta ahí ni el exótico zoológico que se agenció aquel diablo multimillonario, culpable de que los hipopótamos sean hoy en día una especie invasora en Suramérica, una imperdonable elipsis, por cierto, en la versión americana de este historión. Pero el pleno disfrute de 'Escobar, el patrón del mal', exige un conocimiento de la historia reciente de Colombia que ríete tú de estar al tanto de las filigranas narrativas del ‘procés’.

Los ‘narcos’ producidos por Netflix son más concisos en el relato. La realidad se acomoda a las necesidades del guion. Los capítulos vienen sazonados para agradar al paladar a este lado del Atlántico. También al gusto de Estados Unidos, claro. No es una crítica. Es solo una constatación. También lo es que Félix Gallardo no es, al menos en el escenario de la cultura popular, una estrella a la altura de Escobar. Emputeció México como tantos otros de su sindicato del crimen. Hizo de su país un lugar peligrosamente imprevisible. Netflix lo sufrió en sus propias carnes cuando uno de sus empleados, Carlos Muñoz Portal, gerente del área de localizaciones, murió balaseado en el 2017 cuando buscaba parajes mexicanos para rodar la serie. Pero Félix Gallardo no es, lo dicho, Pablo Escobar, un tipo aún idolatrado en su país, aunque solo sea por sus excentricidades, lo cual nos devuelve al principio del texto, al Raval.

Tras despedirnos, nuestro guía y confidente nos contó quién era aquel padre de familia tan simpaticote. Era el encargado de un narcopiso, pero no de uno cualquiera. En el suyo, eso se lo soplaron más adelante Guillem, había incluso un ‘dj’ para acompañar el viaje de los heroinómanos y fumadores de ‘crack’. Como la competencia, proporcionaba a los consumidores todo cuanto necesitaban, aguja, monodosis de agua destilada, cucharilla, agujas esterilizadas y un jergón para el viaje, pero, además, música. Aquel hombre era lo que de forma cursi en estos tiempos se califica como un emprendedor, un empresario del narcoturismo, sector del que se habla poco pero que ahí está. Cosas de ‘Narcos: Barcelona’.

Gallardo y Guzmán, el 'casting' de la tercera temporada

La tostada, ya lo saben, siempre cae del lado de la mantequilla. La detención de Miguel Ángel Félix Gallardo en 1989 comportó en México el ascenso de narcotraficantes más escobarianos, es decir, hechos de ese barro que tanto gusta moldear a los guionistas de Netflix. La segunda temporada de ‘Narcos: México’ no apunta de forma inequívoca que habrá tercera entrega, pero deja en el aire como pista dos nombres, a cual más novelesco. El primero es Amado Carrillo, el señor de los aires, que como no transportaba la droga en avionetas, sino en una flota de Boeing 727, ganaba más de 200 millones de euros cada semana. El otro es Joaquín ‘Chapo’ Guzmán, un narco capaz de fugarse dos veces de un penal de máxima seguridad, durante un tiempo el hombre más buscado por EEUU después de Osama Bin Laden y responsable de unos 3.000 asesinatos. Netfix puede elegir. El Chapo está preso en Estados Unidos. Este sería un final feliz de la trilogía mexicana para una parte de los espectadores. Carrillo se supone que murió en 1997 en una accidentada operación de cirugía estética. Los cuatro médicos que le intervinieron fueron asesinados poco después, puede que en un ojo por ojo, pero se sembró así la duda de si Carrillo vive aún bajo otra identidad.