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'Los salvajes', los franceses tienen miedo

La eclosión de la edad de oro de las series es fruto, dice Dominique Moïsi, de la sombría época que propició el ataque a las Torres Gemelas, un canal en el que cada país exorciza sus pesadillas

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Carles Cols

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El politólogo francés Dominique Moïsi se desprendió hace cuatro años de su corsé académico y sorprendió gratamente con la publicación de un libro dedicado a unas pocas series entonces muy de moda, como ‘Homeland’, Juego de Tronos’, ‘House of Cards’ y ‘Downton Abbey’, entre otras. ‘Geopolítica de las series o el triunfo global del miedo’. Así lo tituló, por si gustan ustedes. Perspicaz como un Kaspárov a la hora de interpretar los movimientos del tablero de la política internacional, pues ese es su oficio, Moïsi expone en 192 páginas la sólida tesis de que la eclosión actual de las series tiene su origen en los atentados del 11-S, desencadenantes de una nueva era oscura y pesimista, a la que solo le faltó el plus de la abisal crisis económica que estalló en el 2008 para confirmar que, de forma inimaginada pocos años atrás, acaba de comenzar una suerte de edad media moderna, de élites fuera de todo control legislativo, esclavitud laboralmente retribuida, sí, pero esclavitud, y, sobre todo, un profundo miedo al presente y, peor aún, al futuro. Ya saben, un pesimista es solo un optimista bien informado. "La edad media somos nosotros", avisa Moïsi.

La serie ha puesto a Francia ante el reto de imaginar el ascenso de un Obama galo 

Netflix, HBO, Filmin y Amazon son solo el lienzo de estas pinturas negras goyescas que tan a menudo son las series. En Movistar, quinta sala de exposiciones de este género, andan ya por el quinto capítulo de ‘Los salvajes’, oportuna serie para esta cuestión, pues si ‘Homeland’ aborda el miedo constante de Estados Unidos al atentado dentro de sus fronteras, que parecían inexpugnables antes de ese Pearl Harbour del 2001, en Francia el temor recurrente es ser, más pronto que tarde, el nuevo Al-Ándalus al norte de los Pirineos, algo así como perder la batalla de Poitiers pasados 13 siglos, que se dice pronto.

‘Los salvajes’ es la adaptación seriófila de una novela de idéntico título de Sabri Louatah, que plantea su ficción a partir de una premisa que él, como autor, considera imposible en Francia, que un candidato a la presidencia de la república sea de ascendencia magrebí. No habrá un Obama francés, viene a decir. En ‘Los salvajes’, como es ficción, el candidato Idder Chaouch no solo aspira a ocupar el sillón del Palacio del Elíseo. Gana. Salvando no pocas distancias, entre otras los niveles de bilis, ‘Los salvajes’ es una novela clasificable en el mismo estante que ‘Sumisión’, de Michel Houellebecq, aunque con la infinita ventaja de que no hay que pasar por el trance de imaginar al autor describiendo con detalle todas su hazañas sexuales. Es de agradecer.

Ocho apellidos galos

En ‘Sumisión’, el pueblo francés abraza dócilmente el orden coránico y sus prebendas, la poligamia, por ejemplo. En ‘Los salvajes’, la clave de la victoria del candidato con raíces cabileñas es su solvencia política, pero eso es solo una oportunidad para abrir la ventana a la realidad social francesa, más multiétnica que una asamblea general de la ONU, solo que los franceses con ocho apellidos galos se niegan a aceptarlo. ‘Los salvajes’ ha sido aplaudida por la crítica francesa, aunque, puesta al trasluz, parece que pasa de puntillas por el propósito germinal del libro, un retrato amargo de un país que ha gestionado penosamente su pasado colonial. La versión seriófila es  menos ambiciosa. Se conforma con que la acción avance capítulo a capítulo. Es solo una opinión vertida aquí en ‘muy seriemente’ por si alguien desea tirar del hilo y enredar, pero Francia, el país que con más medios protegió su industria audiovisual de las invasiones extranjeras es, ahora que han llegado las plataformas, uno de los que menos asoma ahí su talento. Curioso.

¿Es Trump la Daenerys del juego de tronos mundial?, plantea con gracia Moïsi 

‘Los salvajes’, en cualquier caso, sería un perfecto capítulo más del libro de Moïsi, donde ‘Downton Abbey’ representa el miedo al cambio, ‘Homeland’, lo dicho antes, el pavor al quintacolumnismo en Estados Unidos y ‘Juego de Tronos’, por supuesto, una metáfora aterradora de la geopolítica actual, lo cual se dice a menudo, pero pocas veces con la gracia de un ejemplo concreto que se desgrana en el libro. Abróchense los cinturones los juegotronistas. Los Lannister son Arabia Saudí, capaces de lo indecible por su linaje. Los Stark fueron la primavera árabe. Los Targaryen no más que Estados Unidos, con una potencia aérea, los dragones, inapelablemente imbatible. Que Daenerys sea tan rubia como Donald Trump ya es la repera. Seguimos. Los Martell son Irán. El odio persa a los saudís es equivalente al desprecio que sienten los Martell por los Lannister. En el libro se detalla cada familia, pero por resumir lo más brillante, los Caminantes Blancos son el Dáesh, capaces de convertir a su causa incluso a gentes venidas del otro lado del mundo , y la Guardia de la Noche, que les hacen frente en primera línea, son los kurdos. Pues eso. Cuánta geopolítica hay en las series. Y cuánto miedo.

La conjura que toma el relevo al castillo

Tras la temporada final de ‘El hombre en el castillo’ (Amazon), basada en el relato que Phillip K. Dick construyó ante la hipótesis de que Japón y Alemania hubieran ganado la segunda guerra mundial, llega en marzo otro clásico con cimientos parecidos, ‘La conjura contra América’, basada en otra novela mayúscula, en este caso, de Philip Roth. La premisa no anda argumentalmente muy lejos. Charles Lindbergh, con la popularidad que le supuso protagonizar el primer vuelo transoceánico de la historia, derrota a Roosevelt en las elecciones presidenciales de 1940. Las pulsiones filonazis de aquel héroe sin igual no son parte de la ficción. Eran reales. John Turturro y Winona Ryder, un lujo, desde luego, darán vida a este historión en seis capítulos a partir del 17 de marzo en HBO.