muy seriemente

'The Witcher' es Elena Francis con espada

El sueño de dar con una nueva Daeneris Targaryen produce monstruos, como Henry Cavill en el papel de Geralt de Rivia

Henry Cavill, en una imagen promocional de 'The Witcher'

Henry Cavill, en una imagen promocional de 'The Witcher' / NETFLIX

Carles Cols

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El estreno de ‘The Witcher’, la mirada penetrante de sus personajes en las paradas del bus, pues Netflix no ha reparado en gastos para publicitarla, los comentarios elogiosos de varios compañeros de oficina sobre ella y, sobre todo, el enciclopédico y vehemente artículo que Ernest Alós le dedicó el pasado fin de semana a esta serie me han llevado a buscar consuelo en el recopilatorio de los artículo que Woody Allen publicó en ‘The New Yorker’  en los años 60 y que fueron empaquetados en formato de libro bajo el título ‘Cómo acabar de una vez por todas con la cultura’. Conservan todo su frescor, dicho sea de paso. Por alguna extraña sinapsis, el visionado de ‘The Witcher’ me recordó uno de aquellos artículos, ‘¡Un poco más alto, por favor!’, dedicado a cómo acabar con los espectáculos de mimo. Allen relataba allí su desespero porque era incapaz no solo de aplaudir como el resto del público cuando el mimo salía a escena, sino ni siquiera de comprender los movimientos de aquel tipo vestido de negro que, según decía el programa de mano, iba a representar un día de pícnic. A él le pareció que ordeñaba una cabra o, en el mejor de los casos, que enviaba uno de sus zapatos por correo a Pittsburgh.

Netflix vio los planetas en línea con las novelas de Sapkowski y el éxito que tuvieron recicladas en videojuego

‘The Witcher’ es, se supone, el enésimo intento de Netflix de tener su propio ‘Juego de Tronos’, una serie con la que fidelizar durante varios años a los suscriptores. El contexto es un mundo de brujos, magas, elfos, humanos y bestias varias creado por el escritor polaco Andrzej Sapkowski, al que le tocó la lotería cuando sus aventuras de Geralt de Rivia, el brujo protagonista del libro y la serie, fueron adaptados al mundo del videojuego. Se vendieron millones de copias. Habrá que suponer que alguien en Netflix vio todos los planetas en línea. Uno, el de los fans del videojuego, varios millones, al parecer. Otro, más pequeño, el de los aficionados a la literatura fantástica, eso que en la librería Gigamesh llaman con gran humor “vicio y subcultura”. El tercer planeta en línea era el más interesante, el del vacío que parece que han dejado en HBO las peripecias de los TargaryenStarkLannister y demás, millones de huérfanos en busca de una serie que sea totémica.

El tiempo dirá. Seguidas las andanzas de Geralt de Rivia durante varios días, con la mente tan abierta como la de Allen ante un mimo, he aquí un imprudente pronóstico. Netflix anda en busca de su trono de hierro igual que Estados Unidos lleva desde 1975 en busca de otro Bobby Fischer que les devuelva a la cima mundial del ajedrez y, ahí están, a la espera y desnortados. La elección de Henry Cavill para dar vida a Geralt de Rivia es desconcertante. Por un instante creí, en el tercer capítulo, que mandaba una bota por correo a Pittsburgh.

Vonnegut dio sabios consejos para edificar un relato. "Cada personaje debe desear algo, aunque sea solo un vaso de agua".

El escritor Kurt Vonnegut, que en paz descanse, brindó en una ocasión ocho consejos para escribir un cuento o novela de éxito. Él lo hizo varias veces. Son recomendaciones perfectamente válidas también para una serie. “Conceda al lector al menos un personaje que le importe”. “Cada personaje debe desear algo, aunque sea un vaso de agua”.  "Sea sádico. No importa cuán dulces e inocentes sean sus personajes principales, haga que les ocurran cosas atroces, de modo que el lector sepa de qué están hechos". “Cada oración debe hacer una de estas dos cosas o ambas a la vez: retratar a un personaje o hacer avanzar la acción”. Había más. Pero el primero de todos aquellos consejos era el esencial. “Usted hará uso del tiempo de alguien a quien no conoce, o sea, que hágalo de modo que no sienta que su tiempo fue desperdiciado”. Pues eso.

La industralización del folletín

Vonnegut tenía gran sentido común, aunque tal vez no la razón. Las series, lo que son las cosas, parece que funcionan con parámetros distintos, incluso a costa de perder el tiempo, por algo que Núria Garcia, excompañera de facultad de cuando J.R. era el malo por excelencia de la tele y actualmente investigadora de géneros televisivos, define como “la serialidad”, es decir, ese impulso subconsciente que los humanos tenemos por apegarnos a algo seriado en el más amplio de los conceptos, como los 15.693 versos de la ‘Ilíada’ en la Grecia clásica, los folletines de Honoré de BalzacAlejandro Dumas y Victor Hugo en el siglo XIX, la Liga de Fútbol Profesional en el XX y todavía, los sermones en la misa dominical desde que la Iglesia tomó el mando de las vidas ajenas, las aventuras de Tintín en ‘Le Petit Vingtième’ en la Bélgica de los años 30 o, si se desea, incluso el consultorio de Elena Francis entre 1947 y 1984. Las series producidas por las plataformas digitales solo son, que no es poco, la satisfacción industrializada de esa extraña ansia humana por vivir la vida de otros o, como poco, seguir con curiosidad sus desventuras. Geralt de Rivia es, visto así, Elena Francis con espada. Es un punto de vista. Tiempo habrá este 2020 de ahondar en ello.

La CIA interroga a Jesús

Pocas veces el tráiler de una serie causa tanto pasmo como el de ‘Mesías’, que Netflix pondrá en antena (bueno, en cable) este 1 de enero. Literalmente, ver para creer. Aunque la trama se ha guardado bajo llave, lo mostrado hasta ahora se supone que plantea el cerco que la CIA organiza alrededor de un misterioso personaje que, como un Jesús, hace milagros en Oriente Próximo. Los más incisivos intelectuales ateos han subrayado siempre esa curiosa casualidad de que los profetas bíblicos aparezcan en los lugares más analfabetos de la Tierra. En el tráiler, parece que lo hace en el Washington de Donald Trump. Esto promete. No queda claro qué, pero promete.