Guerra en Oriente Próximo

Campos de la muerte en Gaza: seis meses de destrucción masiva en el enclave palestino

Los países árabes mantienen sus vínculos con Israel, pese a la oposición en sus calles

Directo | Última hora de la guerra de Israel y Hamás en Gaza

Seis meses de guerra: una radiografía en cifras

Seis meses de guerra: una radiografía en cifras / EFE

Ricardo Mir de Francia

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El hospital Al Shifa era el corazón del sistema sanitario de Gaza, el centro neurálgico que lo articulaba todo. Con 750 camas y un cuarto de millón de pacientes atendidos en urgencias cada año, no solo era el hospital más grande de la Franja, sino también el más sofisticado, con cirugía a corazón abierto, trasplantes renales o neurocirugía avanzada. Un "lugar de sanación", como se desprende de su nombre en árabe, convertido ahora en un cementerio de edificios devastados y civiles atrozmente ejecutados. "Fui testigo de cientos de cadáveres fuera del hospital. No había un cuerpo intacto. Todos estaban troceados o severamente mutilados", escribió esta semana el periodista gazatí Hossam Shabat. "Muchos tenían las manos y piernas maniatadas y fueron aplastados por las excavadoras. Otros muchos estaban calcinados y desmembrados. Había varios cuerpos descompuestos, comidos parcialmente por los perros callejeros".

Entre las más de 300 víctimas del asedio israelí al hospital, del que se retiraron sus tropas esta semana tras 14 días de ocupación, había médicos, pacientes, enfermeros y civiles que se habían refugiado en el centro, según la dirección del hospital. Los horrores de Shifa, que Israel ha justificado alegando que militantes de Hamás se atrincheraron dentro, son solo la punta del iceberg de las masacres cotidianas de civiles y la destrucción sin precedentes que Israel lleva perpetrando en los últimos seis meses en respuesta a la masacre de Hamás en su territorio. Una incursión en la que murieron más de 840 civiles israelíes y 350 uniformados. Otras 240 personas fueron raptadas y trasladadas a Gaza, de las que más de un centenar, siguen en la Franja.

Israel ha presentado su asalto como una "guerra contra Hamás", cuando se parece mucho más a las campañas y episodios de limpieza étnica que llevó a cabo en 1948, 1967 o 1971, cuando Ariel Sharon demolió manzanas enteras de Gaza y expulsó al Sinaí egipcio a un buen número de activistas para tratar de erradicar toda resistencia a la ocupación militar israelí, lo mismo que está haciendo ahora Binyamín Netanyahu. Cambian los nombres, pero no las dinámicas. La diferencia es la escala. En solo seis meses han muerto en Gaza 33.000 palestinos, más del doble de los que cayeron durante la Nakba que siguió a la fundación del Estado de Israel en 1948. Y eso si no se cuenta a los miles de cadáveres que hay entre los escombros o los más de 75.000 heridos. Entre las víctimas hay también 14.500 niños. A modo de comparación, Rusia ha matado a 545 menores en Ucrania en más de dos años de guerra, según Unicef.  

Destrucción propia de la Segunda Guerra Mundial

Algunos historiadores y políticos sostienen que la devastación en curso solo es comparable a la que sufrió la Alemania nazi en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Así lo dijo en diciembre Josep Borrell, el jefe de la diplomacia europea: "La destrucción de edificios en Gaza es más o menos o, incluso mayor, que la sufrida por las ciudades alemanas durante la Segunda Guerra Mundial". O el respetado historiador militar estadounidense Robert Pape. "La de Gaza es una de las campañas de castigo a la población civil más intensas de la historia", le dijo a Associated Press. Otros expertos rebajan el símil. "No es un bombardeo estratégico. Son ataques directos de precisión contra combatientes enemigos, pero con normas de combate muy liberales, descritas por algunos incluso como temerarias o criminales", afirma a este diario Anthony King, profesor de Estudios sobre la guerra de la Universidad de Warwick. 

No acaba de ser así como lo ha descrito internamente la inteligencia estadounidense. Según publicó CNN, casi la mitad de las bombas usadas por las fuerzas israelíes desde el 7 de octubre son bombas sin guía, las llamadas "bombas tontas", notorias por su falta de precisión. A las que habría que sumar centenares de bombas estadounidenses de una tonelada. Solo la Fuerza Aérea israelí había lanzado hasta mediados de febrero 31.000 ataques en Gaza, a una media de 248 al día, según datos oficiales.

Inteligencia artificial y "zonas de muerte"

Posiblemente la escala de la destrucción también se explica por el uso de programas de inteligencia artificial para seleccionar objetivos. Israel ha estado utilizando programas como El Evangelio o Lavanda con un alto margen de error y sin apenas supervisión humana, como como han revelado las investigaciones de +972 y Local Call. La tolerancia a los "daños colaterales" es enorme. "Por cada militante junior de Hamás, es permisible matar hasta 15 ó 20 civiles", aseguraron fuentes militares a ambas publicaciones. Por cada militante senior, hasta 100 víctimas civiles de "daño colateral".

Israel también ha establecido en Gaza "zonas de muerte", según reveló 'Haaretz', esencialmente perímetros invisibles alrededor de las zonas de combate donde operan sus tropas. "A nuestros comandantes se les dijo que había que disparar a matar a cualquiera identificado en el área de operación que no fuera parte de nuestras fuerzas", afirmó al diario israelí un reservista desplegado en la Franja. Un criterio aplicado también cuando un sospechoso entra en un edificio habitado. Uno de los casos más conocidos se produjo en Jabalia a finales de octubre, cuando Israel mató a centenares de civiles con varias bombas de 1.000 kilos para eliminar a un comandante de Hamás escondido en el barrio. De los 33.000 muertos hasta la fecha, Israel sostiene que 12.000 eran militantes de Hamás y la Yihad Islámica.

El resultado de estas políticas es un océano de muerte y destrucción. Varios palestinos han sido asesinados cuando huían con banderas blancas y muchos más mientras esperaban en cola para recoger alimentos, en las ya infames "masacres de la harina". Centenares de personas han tenido que ser enterradas en fosas comunes. Hay 1,7 millones de desplazados y la mayoría no podrán volver a sus casas porque dos tercios de las viviendas han sido destruidas, según la ONU. Una parte mediante demoliciones controladas, a veces de barrios enteros, o para levantar una "zona de seguridad" de un kilómetro en torno a la frontera israelí, una anexión ilegal de territorio en toda regla.

Todo ello combinado con una política deliberada de hambre y enfermedad. En el norte de Gaza, donde siguen unas 300.000 personas, se sobrevive con una ingesta diaria de 245 calorías al día, el equivalente a 100 gramos de pan, el 12% de lo que necesita diariamente una persona, según Intermon Oxfam. Los más pobres se han visto obligados a comer forraje animal y la hambruna está a la vuelta de la esquina. "El plan de Israel es destruir Gaza, dejarla sin vida y hacerla inhabitable", decía recientemente el embajador palestino en el Reino Unido, Husam Zomlot.

Ha sido, sin embargo, el asesinato de siete cooperantes internacionales lo que ha generado un aparente punto de inflexión. El presidente Joe Biden ha pedido por primera vez un alto el fuego, mientras que su Administración dejaba claro que condicionará la ayuda a Israel a un mayor acceso de la ayuda humanitaria y el respeto a los civiles. Israel ha movido ficha. Falta saber si podría ser el principio del fin u obligados compromisos para que nada cambie.

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