La guerra desde lejos
La frustración de los refugiados palestinos del Líbano: "Nuestra cabeza está en Gaza"
En 12 campamentos repartidos por toda la geografía libanesa, hay casi 500.000 refugiados palestinos que son apátridas y sufren la discriminación pese a llevar toda su vida viviendo en el país de los cedros
La juventud de los campos de refugiados en la Cisjordania ocupada: "Resistimos por nuestra libertad"
Andrea López-Tomàs
Periodista y politóloga.
En su casa en el campo de refugiados de Burj el Barajneh, en los suburbios de Beirut, Mahmud Meliji tiene una preciada colección. La cáscara de un limón, el abono de los campos de naranja, el aceite de oliva, un paquete de za’atar o un pañuelo bordado son algunos de los souvenirs de los que este profesor de inglés presume. Todos vienen de su tierra, la Palestina que nunca ha conocido. "Aún hay muchas cosas que espero que me traigan de allí", afirma el colaborador de la Sociedad de la Media Luna Roja Palestina en el Líbano. Cada vez que viene uno de sus compañeros desde Ramala le pide un nuevo obsequio para su colección. "Estoy deseando probar la naranja de Yafa, tener una foto en Jerusalén…", fantasea. "Este es nuestro mayor sueño: visitar, ver, tocar, sentir, saborear Palestina", imagina este nieto de refugiados palestinos que jamás ha conocido su tierra. Su patria.
Los abuelos de Mahmud llegaron al Líbano en 1948 cuando las milicias judías les expulsaron de su tierra por la creación del Estado de Israel. "Somos la tercera generación de refugiados tras más de 70 años fuera de Palestina y estamos haciendo la cuarta, que también mantiene este fuerte vínculo con nuestra cuestión palestina", señala orgulloso a EL PERIÓDICO, desde una de las escuelas de la organización Alsama, donde trabaja impartiendo clases de inglés a refugiados sirios. La identidad palestina va mucho más allá de los territorios que hoy, y desde hace meses, están bajo bombardeos y asedios. Pasear por uno de los 12 campamentos de refugiados del Líbano es adentrarse en callejuelas palestinas. Allí, vive una población apátrida de 489.292 palestinos, registrados el pasado marzo por la agencia de Naciones Unidas para los refugiados palestinos (UNRWA, por sus siglas en inglés).
Retratos de Abu Obaida
Al pie del aeropuerto de Beirut, está el campo de Burj el Barajneh. Sus estrechos callejones están más vacíos que de costumbre. No abundan los farolillos característicos del Ramadán. Los retratos desgastados del icónico líder Yaser Arafat contrastan con los vivos colores de las docenas de instantáneas de Abu Obaida, el nombre de guerra de un militante palestino que actúa como portavoz de las Brigadas de Ezzeldin Al Qassam, brazo armado de Hamás y autoras del ataque del 7 de octubre. "Desde aquel día, todo lo que hacemos aquí, cuando comemos, cuando trabajamos, lo hacemos aquí pero nuestra cabeza está allí", en Gaza, confiesa la economista palestina, Samira Sondos. "Los primeros dos meses estaba totalmente deprimida, no podía dormir ni comer ni concentrarme, me pasaba el día llorando", explica a este diario, recogiendo un sentimiento compartido por todos a su alrededor. Como Samira hay miles.
Unos meses antes de aquel 7 de octubre que dio alas a Israel para bombardear sin descanso a la Franja de Gaza durante más de 160 días, arrasando, por ahora, con más de 32.000 vidas, la población palestina conmemoraba los 75 años de su gran catástrofe. Eso es lo que significa Nakba en árabe. Este concepto hace referencia a la expulsión de 750.000 palestinos de sus tierras en 1948 para crear el Estado de Israel. Entre ellos, estaban los abuelos de Mahmud y Samira. "Nosotros estamos viviendo la segunda Nakba, pero es la primera que vemos con nuestros propios ojos", constata el profesor de inglés. "Para nuestros ancianos, sólo están reviviendo sus recuerdos una y otra vez", añade. No es esta la primera ocasión en que son testigos y protagonistas de imágenes de destrucción generalizada, de desplazamiento forzoso y de miles de víctimas mortales y heridos como en la actualidad.
"Los niños les preguntan a sus padres: ¿cómo puedo celebrar mi sexto cumpleaños si hay niños de mi edad muriendo cada día en Gaza? ¿Cómo puedo ir a la escuela si hay niños de mi edad que no tienen ni casa?", cuenta Mahmud, indignado, desde la azotea de la escuela Alsama en el campo donde ha vivido los últimos 15 años. "Nosotros mismos como adultos no podemos soportarlo, si hasta nos ponemos a llorar mientras navegamos por TikTok o Instagram", reconoce. Este verano, después de los enfrentamientos entre grupos palestinos en el campo de Ein el Helue, al sur del Líbano, la UNRWA ya denunció que los desplazamientos recurrentes, la destrucción de los campos y los efectos del trauma generacional han dejado a la población palestina del Líbano "profundamente agotada y antagonizada".
Apátridas y hacinados
Pese a llevar en el país más de siete décadas, los refugiados palestinos nunca han obtenido la nacionalidad libanesa. Para evitar alterar la mezcla sectaria del Estado de los cedros, los palestinos viven en una condición de extranjeros y, por lo tanto, apátridas desde hace casi 76 años. "Nuestras opciones son o dejar el país o ser refugiados para siempre", constata Samira, que también ejerce de profesora de matemáticas en una escuela de Alsama. Las autoridades libanesas les impiden poseer propiedades, trabajar en ciertas profesiones "altamente cualificadas" y acceder a atención médica, educación y otros servicios sociales. Para ello, dependen totalmente de UNRWA. Alrededor del 80% de los refugiados palestinos en el Líbano viven en la pobreza, según la agencia de la ONU.
Las caóticas construcciones en el campo de Burj el Barajneh, que, a menudo, desafían las leyes de la gravedad por pura supervivencia, muestran el nivel de hacinamiento en el que son forzados a vivir miles palestinos en un solo kilómetro cuadrado. La pobreza y la falta de empleo se palpan en cada esquina. "Lamentablemente no pertenecemos al Líbano porque no perteneces a un lugar dónde no puedes trabajar libremente, dónde no puedes ir y venir libremente, dónde no puedes expresarte libremente, así que en realidad pertenecemos a los campos y a Palestina", reconoce Mahmud. Esa identificación con la tierra de sus ancestros y la suya propia les hace hablar de ella constantemente. Desde hace meses, sólo pueden llorarla.
"No hay nada que podamos hacer [para detener la guerra en Gaza] y eso nos genera mucha frustración", añade Samira. La población palestina del Líbano está entregada a las acciones de boicot en contra del Estado de Israel como única alternativa en su mano para detener la matanza de sus semejantes. "Gaza está enseñando humanidad y misericordia al mundo", defiende Mahmud. Los diferentes souvenirs venidos de Palestina que adornan su casa también le sirven de recordatorio del sufrimiento de sus "hermanos y hermanas". En las últimas semanas, Samira confiesa haberse dado cuenta de lo satisfecha que está con su vida como refugiada palestina en el Líbano. Cada vez que prueba bocado, su mente viaja hasta Gaza con el deseo consciente de que pronto todo termine.
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