Un suceso que conmocionó al mundo

Anatomía de un milagro: así sobrevivieron 40 días los cuatro niños de la selva de Colombia

La hazaña de los cuatro niños de la selva: la otra cara de la violencia armada en Colombia

Hallan con vida a los cuatro niños perdidos hace 40 días en un accidente aéreo en Colombia

Abel Gilbert

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"Milagro", ha sido la palabra que atiborró a los colombianos y al mundo después de que cuatro niños indígenas dejaran la selva donde habían estado 39 días. Las comunidades originarias se han negado a hablar de una situación prodigiosa. Prefirieron poner el acento en el carácter "maternal" de la fronda que "cuidó" a los supervivientes del accidente aéreo. De lo que no cabe duda, a ocho días del epílogo feliz de la Operación Esperanza es que se trata de una historia extraordinaria, novelesca, cuya anatomía no deja de sorprender especialmente a los hombres y mujeres de las ciudades.

Y esa historia se conecta en un punto con el corazón de una violencia y discriminación que no cesa. Lesly, de 13 años, Solein y Tiene Noriel, de 9 y 4 años, respectivamente, se subieron a un avión destartalado junto con su madre Magdalena Mucutuy y Cristin Neriman, la hermanita de 11 meses, porque huían de un grupo armado que circundaba la reserva amazónica de la comunidad uitoto, de Araracuara, donde falta la luz y el agua potable, y era conocido por su intención de reclutar menores. Había que llevárselos, como fuera, incluso en esa aeronave que partiría de una pista deplorable.

Lo tan temido sucedió el 1 de mayo. La Cessna 306 que debía haber aterrizado en San José del Guaviare, tuvo un fallo en el motor y cayó en la selva, cerca del río Apaporis. Tomaron cartas en el asunto Aeronáutica Civil, la Fuerza Aérea, los bomberos, el Centro Nacional de Recuperación de Personas, Avianline Charters SAS y, finalmente, el Ejército. Diez días más tarde, más de 100 hombres se adentraron en la espesura. La pesquisa no ofreció mayores certezas.

Los hermanos esperaron varios días ser rescatados. Magdalena había muerto y Lesly decidió que no podía quedarse alrededor de la aeronave. Había que ponerse en marcha hacia ningún lugar, una deriva a los ojos de jaguares y venados, anacondas y serpientes; esquivando plantas venenosas, bañados por las gotas de lluvia que atravesaban ese mar de árboles; andar solo con la intuición de una guía de sentía hacer lo correcto: la selva, habían escuchado, una y otra vez, no es un lugar estático e inerte, hay que transitarlo, como se puede, con los pocos atisbos de luz que ofrece el día.

Expectativas infundadas

El 11 de mayo, el Gobierno supo que Wilson, un perro de las fuerzas de rescate había hallado el biberón de Cristin. Entre el 15 y 18 de mayo encontraron con la avioneta siniestrada, los cuerpos de los tres adultos y, también, los primeros indicios de que los menores podían haber sobrevivido: unas tijeras, moños de cabello, una tienda improvisada con palos y ramas, y huellas humanas. Fueron esas imágenes las que entusiasmaron a Gustavo Petro, quien de inmediato tuvo que rectificarse: todavía no se sabía dónde ellos estaban. "Lamento lo sucedido", dijo el presidente. Se lanzaron desde helicópteros comida y bebidas para los cuatro hermanos. La búsqueda se encontraba con los propios límites que imponía la lógica.

La hazaña de Lesly

La mayor cargó con el trauma del duelo. Lesly se llevó los teléfonos celulares de los tres difuntos, una linterna, una brújula y mosquiteros. Condujo a sus hermanos a buscar pequeños riachuelos. Sabía que hallarían algo más que agua. Una mínima fuente nutricia: frutos frescos para mantenerse en pie. Sabía "escuchar" a la selva, distinguir lo que podía ser peligroso para la ingestión o el tacto. De qué animales había que ocultarse, cómo relacionarse con los demás seres vivos y, también, esos árboles de 40 metros de altura, contenedores de algo más que savia: un "espíritu" que, le habían inculcado, debía ser respetado. Sus hojas sirvieron para espantar mosquitos. Había que abrazarse a ese mundo y no enfrentarlo. Y por eso ella, la adolescente adulta, de una adultez forzosa, pudo enfrentar la contingencia, soportar el hambre y mitigar el de sus hermanos. Poseía una capacidad de observación que fue determinante y, a la vez, un factor de sorpresa e incredulidad para la Colombia "blanca". Mucho más cuando el abuelo de los niños habló de una "presencia misteriosa" de carácter beatífico que ayudaría a traerlos de vuelta. En Bogotá se mofaron.

Nuevos hallazgos

El 23 de mayo, los militares e indígenas que se habían involucrado en las tareas de rescate hallaron un pañal y otros elementos. Ellos, dedujeron, se movían en círculos. Seis días después, los uniformados creyeron estar apenas a 100 metros de distancia. El 7 de junio, ante el agotamiento y la incerteza, el Ejército reformuló sus planes: en varios lugares instalaron altavoces cuyo mensaje debía ser escuchado por los menores. A sus oídos debían llegar las palabras de aliento de la abuela Fátima en el dialecto de la comunidad. Un nuevo contingente se introdujo en la selva con modernos equipos: trajes térmicos que permiten soportar altas temperaturas, visores nocturnos, detectores de calor y fusiles con tecnología punta. El llamado avión fantasma fue utilizado para iluminar la jungla como si se tratara de un drama a cielo abierto. Lanzaron miles de volantes y otra vez comida, harina de mandioca, por su alta fuente de energía. Esta vez llegaría a sus manos.

La ingesta iluminadora

Las constantes lluvias y la alta humedad llevaron a los menores modificar constantemente su precaria hoja de ruta. Trataron de encontrar un río que los acercara a alguna comunidad. Un integrante de la guardia indígena creyó reconocer el llanto de la bebé, Cristin, en la noche. Los militares trataron de avanzar. Fueron disuadidos por la comunidad. La sabiduría ancestral, les explicaron, fijaba reglas de hierro: horas precisas para penetrar la selva, entre las cinco de la mañana y las cinco de la tarde. La razón operativa se dio también de bruces con otro de los hechos que, se ha dicho, contribuyeron al desenlace conocido y a la vez sorprendente. Un guardián tomó yagé, una planta psicoactiva similar a la ayahuasca, que, por sus efectos, suele ingerirse bajo la supervisión de un chamán. La fronda, dijo, le "habló" y pudo "visualizar" el camino del "jaguar" que conduciría a los hermanos. Los GPS y los teléfonos satelitales terminaron por corroborarlo. Los uniformados no podían salir del asombro. Esas zonas señaladas habían sido objeto de un minucioso rastrillaje.

En la mañana del 9 de junio fueron finalmente detectados. Lesly se encontraba con la bebé en brazos. Lo primero que dijo es que su madre había fallecido. Escuchó que su abuela la estaba esperando. Habían dado 20 kilómetros de vueltas durante 39 días, antes de ser rescatados a cinco kilómetros del accidente aéreo. Los niños fueron llevados a Bogotá. Un abuelo contó que no habían temido a la selva. La ciudad donde se recuperan es para ellos ahora la nueva amenaza.

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