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La relación de Portugal con sus antiguas colonias se hace evidente en barrios como el de Monte Abraão, donde reside una importante comunidad guineana y caboverdiana

Mercadillo del monte Abraao.

Mercadillo del monte Abraao. / Lucas Font

Lucas Font

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Nada más salir de la estación de tren de Monte Abraão uno ya sabe que es sábado. Junto a la entrada de la estación, cerca de una decena de personas abordan a los recién llegados con pantalones en la mano. “Diez euros, muy barato!”, gritan con entusiasmo. Este es el paso previo al gran mercadillo de este barrio del municipio de Sintra, que comienza oficialmente al otro lado de una amplia avenida y que congrega a cientos de personas todas las semanas, la mayoría de ellas de origen africano. Más de 300 feriantes tienen licencia para vender aquí, a los que se suman decenas de vendedores informales que se arremolinan alrededor de la estación. 

Isabel, una mujer caboverdiana, de unos 40 años y de tez oscura, coloca en el suelo unas cajas de plástico con los productos que venderá hoy, entre ellos unos pasteles de maíz típicos de su país natal. “Hacemos la masa con harina de maíz y los rellenamos con atún antes de cerrarlos y freírlos. En Cabo Verde todo el mundo los come, son riquísimos”, explica la vendedora, que los ofrece al módico precio de 50 céntimos la unidad. Además de los pasteles de maíz, Isabel vende dulces hechos con coco, con cacahuete y también rebuçados, elaborados a base de agua y azúcar. Entre cliente y cliente, la vendedora conversa animadamente con otras mujeres en criollo, su lengua materna.

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Ya en el interior del mercadillo, un humo denso invade el ambiente con un fuerte olor a carne a la brasa. Es mediodía y muchas personas hacen cola frente a los puestos de comida para hacerse con bocadillos de lomo y cerveza fría. Zamora, un chico joven de Guinea Bissau, se ha juntado con unos amigos alrededor de una mesa alta cerca de la barra. Da la sensación de que aquí todo el mundo se conoce, los saludos y los abrazos son constantes, y las risas también. “Este mercadillo es muy importante para nosotros, significa mucho. Aquí nos reunimos con los amigos, tomamos unas cervezas, comemos algo… Es bueno para la salud, ¡la vida no es solo trabajar!”, asegura. A su lado, Julinho añade: “Venimos todas las semanas. Yo soy el jefe de este lugar, siempre me pongo en esta mesa!”, exclama entre risas.

Alrededor de los puestos de comida se extienden decenas de tenderetes con una oferta inabarcable. Ropa, calzado, bisutería, frutas y verduras, pequeños electrodomésticos, productos electrónicos… e incluso peces y pájaros. Y todo a precios irrisorios. “Dos euros y medio, vengan a ver! ¡Todo de buena calidad!”, grita una vendedora. “¡No vale la pena robar!”, asevera otra desde su puesto. Junto a ella, decenas de clientes rebuscan entre los montones de ropa para encontrar la prenda ideal, y algunos de ellos incluso hacen videollamadas para mostrar los productos a amigos y familiares y que les den su opinión.

Mercadillo del monte Abraao, en Lisboa

Mercadillo del monte Abraao, en Lisboa / Lucas Font

Felisberto Quintela, un vendedor portugués, de unos 60 años y con frondoso bigote, tiene su puesto de ropa perfectamente ordenado. Del techo cuelgan unas perchas con varias chaquetas que empujan a los clientes a preguntar el precio. “Acabo de vender unos pantalones por 15 euros”, relata con satisfacción tras despedirse de un grupo de chavales jóvenes. Hace 12 años que Quintela acude a este mercadillo todas las semanas. “Estoy en varios mercadillos cinco días a la semana, pero este es el mejor de todos. Como es fin de semana siempre hay más gente y el ambiente es muy festivo”, explica el vendedor. Los bajos precios son uno de los principales reclamos de este mercadillo, nacido en 1988.

Fuente de ingresos

calle llena de vida

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