Un año de la invasión

Vídeo | "Cuando huyes de Ucrania te sientes culpable de estar feliz con tus hijos"

Alesya Vinnik y Alina Pavlivenenkova, dos refugiadas ucranianas que llegaron con sus dos hijos de tres y ocho años: "Ahora empezamos a tener una vida parecida a la de antes, casi normal"

La historia de Alina, Alesia y sus hijos: "tomé la decisión más difícil de mi vida, huir de Ucrania sola con mi niño".

La historia de Alina, Alesia y sus hijos: "tomé la decisión más difícil de mi vida, huir de Ucrania sola con mi niño". /

Elisenda Colell

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Alesya Vinnik fue una de los millares de refugiados que atravesaron Europa en tren hasta llegar a la estación de Sants. Ella pisó Barcelona el 16 de marzo con su hijo Oskar de tres años, su amiga Alina Pavlivenenkova y Mariia, su hija, de ocho. Alesya era organizadora de eventos. Alina, profesora de danza. Tenían unas vidas para emmarcar. Dan cuenta de ello sus perfiles de Instagram. “La guerra era vivir en un ataque de pánico permanente. Y tomé la decisión más dura de mi vida: alejarme de toda mi familia e irme lejos con mi niño”, explica Alesya ahora desde su piso en El Vendrell (Baix Penedès).

El viaje que vino después aún hoy les sobrecoge. Vagones abarrotados, noches sin dormir, frío y mucho miedo. “Fue de las cosas más horribles que he vivido en mi vida. Donde cabían cuatro personas íbamos 16”, cuenta Alesya. "En medio de la nada, de noche, nos gritaron '¡todos al suelo!'", añade. Los niños estuvieron vomitando todo el viaje. Las madres, sin apenas comer durante dos días. Lo contaban ellas mismas hace un año en EL PERIÓDICO desde el auditorio de la Cruz Roja de Barcelona, reconvertido en un lugar de acogida improvisado. Estaban agotadas, cabizbajas, hartas de llorar y llenas de dolor.

Su primer hogar

Un año después, sus rostros han cambiado. Los ojos azules de Alesya brillan y denotan esperanza. Los niños hablan en castellano y catalán como si hubieran nacido aquí. El pequeño ya se sabe las canciones tradicionales. Las madres sonríen. Después de un año viviendo en habitaciones de hotel han conseguido un apartamento para los cuatro en El Vendrell. “Ahora empezamos a tener una vida parecida a la de antes, casi normal. No ha sido fácil, necesitábamos que todo fuera más rápido. Pero hemos aprendido a tener paciencia, a que las cosas en España tardan y hay que ir paso a paso", explica Alina.

Alina Pavlivenenkova con su hija María, y Alesia Vinnik con su hijo Oskar, cuatro refugiados ucranianos frente a la puerta de su piso en El Vendrell (Baix Penedès).

Alina Pavlivenenkova con su hija María, y Alesia Vinnik con su hijo Oskar, cuatro refugiados ucranianos frente a la puerta de su piso en El Vendrell (Baix Penedès). / Miriam Lázaro

Pero este año no ha sido un camino de rosas. “En el hotel era imposible imaginarte una vida, era muy agobiante, los niños lo pasaban muy mal, no tenían espacio…”, sigue la madre, que sin embargo agradece a la Cruz Roja y a la sociedad española todo el apoyo. Ahora les pagan el alquiler y les ayudan con los gastos diarios. La niña se apuntó a la escuela enseguida. También la llevaron a un centro de danza y gimnasia rítmica. "Allí me dieron un trabajo sin contrato, quizá el año que viene me contratan", explica Alina. Alesya lo tiene más difícil. "Pero me esfuerzo mucho en hablar español. Los viernes vamos a clase y entre semana aprendo con tutoriales de Youtube".

El centro de gimnasia rítimica ha sido clave también para sus logros. Allí conocieron una madre que ahora les alquila el piso. Una mujer ucraniana que también han conocido en El Vendrell les prestó varios muebles. Se mudaron el pasado lunes. Estas amigas que ahora forman una familia no dejan de dar las gracias. “Somos muy afortunadas”, reconocen.

Pulseras para salir con los niños

En verano, al ver que no conseguían independizarse tan rápido como esperaban, decidieron ponerse a hacer pulseras desde su habitación de hotel. "Las vendíamos en ferias y por la playa", cuenta Alina. "Con este dinero nos fuimos a hacer excursiones con los niños", añade. Visitaron el Aquarium de Barcelona, Montserrat, el Park Güell, la Sagrada Familia... "Es todo precioso", dice Alesya.

El cambio en sus vidas también se nota en los juguetes del pequeño Oskar. Cuando llegó a Barcelona no tenía ni un peluche, cosa que le impedía dormir. Ahora ya cuenta con una bici y cochecitos de los que no se desprende. “Este año ha sido muy duro. Me ha tocado convertirme en madre soltera sin quererlo, pero me di cuenta de que soy muy fuerte. Cuando me levanto y veo a mi hijo sonriendo... veo que es aquí donde debo estar", se sincera Alesya.

Remordimientos y culpa

Su marido está en Dnipro, no puede salir del país. “Él está bien, se dedica a ayudar a las personas como voluntario”, explica su mujer. Hablan a diario, como también los abuelos de los pequeños, que también siguen en el país en guerra. Sus casas siguen en pie, pero saben de amigos que lo han perdido todo. “Estalló una bomba en el edificio enfrente del mío”, explica Alina sobrecogida.

"No es fácil, porque te sientes culpable piensas '¿Cómo puedo yo estar disfrutando de la vida con mis hijos si en mi país está muriendo gente?'”, añade Alina. Alesya confía en encontrar un trabajo. Pero su convicción permanece intacta. “Queremos volver a nuestro país cuando termine la guerra. Siento que tengo el encargo de mantener fuerte, valiente, viva y bien formada, a la nueva generación de ucranianos. Son el futuro de nuestro país, y aquí están a salvo”. 

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