Agarradas a sus hijos, con lo poco que han podido llevarse a cuestas y temblando de frío y miedo. Una bruma de incertidumbre al dejar sus vidas atrás y no saber dónde despertarán. Las imágenes de la guerra de Ucrania han hecho revivir los sufrimientos a otras víctimas del drama de la guerra en primera persona. Cinco supervivientes comparten con EL PERIÓDICO la doble condena que azota en los conflictos armados al género femenino. Unas personas que quieren romper el silencio a favor de la paz, la vida y la igualdad.

Textos: Elisenda Colell
Imágenes: Álvaro Monge, Zowy Voeten, Ricard Cugat, Oriol Clavera y Marc Vila
Diseño: Andrea Hermida-Caro

Alesya Vinnik


Dejó su país, a 3.400 km, en 2022

"Nosotras llevamos el futuro del país a cuestas"

Hace tan solo un mes, Alesya Vinnik pasaba las noches encerrada en el garaje de su casa con su marido, su hijo de dos años y sus padres. “Estábamos a 14 grados bajo cero, el niño no dejaba de llorar”, recuerda. Lo hacían cuando sonaban las sirenas en Dnipro (Ucrania), ante la amenaza de los bombardeos del ejército ruso.

Ahora vive en un hotel en El Vendrell (Baix Penedès), y aún no es consciente de todo lo vivido. “Es como si fuera una pesadilla, mi cabeza se está haciendo una idea extraña, es como si estuviéramos de vacaciones, aunque yo sé que no es verdad… Es como un mecanismo de defensa”, añade. Oskar, su hijo de 2 años, juega en un parque con un peluche nuevo. Los suyos los perdió en Varsovia. Pero la madre debe responder cada noche a la misma pregunta. “¿Por qué no estamos en casa? ¿Por qué no está papá aquí? ¿Cuándo volveremos?”, le susurra el menor antes de acostarse.

"Cada noche antes de dormir mi hijo me pregunta por su padre, por su casa", solloza Vinnik

Su marido y sus padres se quedaron en Dnipro, una ciudad centro del país que, por el momento, no ha sido víctima de los ataques rusos. Ella rompe a llorar cuando recuerda la despedida el pasado 10 de marzo. “Ellos están bien por ahora… Yo salí para proteger a mi hijo, es lo que hemos hecho todas las mujeres del país, salvar a nuestros pequeños”, cuenta.

Todavía sigue aturdida por las penurias en el trayecto. Dos noches sin dormir y apenas comer. Un trayecto de Varsovia a Barcelona con vómitos constantes del pequeño. “Hemos vivido de todo. En el tren éramos 16 mujeres y niños en un lugar para cuatro personas. El tren paró en medio de la nada porque había bombardeos… En aquel momento no piensas en nada, no reaccionas. Solo estás pendiente de tu seguridad y la de tus niños”, asegura.

Opina que las mujeres ucranianas, como ella, han tenido que sacar fuerzas de donde no las hay. “Ahora mismo las mujeres llevamos el futuro de nuestro país a cuestas, somos la esperanza del futuro, es una responsabilidad enorme mantenernos seguras para poder volver y reconstruir nuestro país. Sin nosotras y nuestros hijos Ucrania no podrá volver a ser Ucrania”, insiste.

De hecho, lo único que la mantiene a flote es pensar que un día podrá volver a la que era su casa. “Sé que no quedará nada de lo que tenía: mi empresa de eventos, todo nuestro trabajo, nuestra nueva vida se ha roto”, asume con lágrimas. Pero no concibe otra opción que la de volver a su país. “Me da miedo pensar que debo empezar a echar raíces aquí, que el niño empiece la escuela, plantearme encontrar trabajo. Solo espero que esto sirva para que volvamos más fuertes a casa”, insiste.

Shola Rashid


Dejó su país, a 7.400 km, en 2008


"En Afganistán las mujeres dejamos de existir"

“Tan solo hace cinco años entendí que yo era una persona, que tenía derechos, que merecía respeto”. Shola Rachid, nacida en Kabul en 1975, lleva consigo una vida de violencia sin fin. Tenía cinco años cuando estalló la invasión de la Unión Soviética en Afganistán. Su padre murió en el frente y su madre tuvo que tirar adelante una familia de cinco hijas. Shola era la cuarta.

“Recuerdo los bombardeos y oír gritos de terror, como en una película. Mi madre se negó a casarse, porque entonces dependeríamos de la familia y las voluntades de su marido. Para que al menos pudiéramos comer, siguió trabajando de lo que pudo”, cuenta. “Ella no dormía, de noche vigilaba que no entrara nadie en la casa. Y de día nos encerraba en una habitación y no podíamos salir hasta que ella regresara. Era un peligro salir de casa solas, siendo niñas, nos podía haber pasado de todo”, prosigue.

La vida pasaba y la guerra seguía. Y un día las paredes de aquella casa ya no la pudieron proteger más. Las siete mujeres huyeron del país en 1985. “Íbamos en un camión hasta Pakistán cubiertas con un ‘burka’. Fueron dos semanas sin apenas dormir ni comer”, explica.

En Pakistán, Shola tuvo que convertirse en un niño para ayudar a su madre a tirar adelante y poder ir a la escuela. Se llamaba Nassut y ayudaba a su madre a las tareas del día a día. “Cada mañana mi madre me ponía una tela entre los pechos que me dolía muchísimo, hasta que no pude disimularlo más”, asegura.

En aquel momento, Shola volvió al encierro de sus hermanas mayores, todas ellas casadas por pura supervivencia. Una violación a los 18 años la obligó a seguir el mismo camino. “El hermano del marido de una de mis hermanas me violó, y me dijo que o me casaba con él o no valdría para nada, que nadie me querría”. Al fin su madre aceptó, obligada por las penurias en casa y a una vida el exilio sin oportunidades.

Después de su boda, Shola estuvo 10 años viviendo en un campo de refugiados del Pakistán, sometida a palizas y violaciones constantes por el que era su marido. Allí nacieron sus tres hijas. “A mí me daba asco, mi marido me pegaba, me hacía de todo… Incluso se aprovechaba de mi enfermedad y mis ataques epilépticos para drogarme y hacer conmigo lo que quisiera”, agrega.

Hasta 2008 su vida fue un martirio tan grande, que llegó al intento de suicidio. “Me tiré de una tercera planta, pero no me maté”, recuerda. Desde entonces tiene lesiones crónicas en la espalda. También le acompañan las lesiones en los genitales fruto de las violaciones constantes. En 2008 su vida cambió porque la familia tuvo la oportunidad de ir a vivir a Barcelona con la ayuda de unos cooperantes.

Shola fundó una asociación de mujeres afganas en Catalunya para ayudar a sus compatriotas

Cuando cumplió 11 años, Shola debió aparentar que era un niño para poder ir a la escuela

Fue una profesora de su hija mayor en Sant Celoni la que logró hacerle abrir los ojos. “Mi marido me pegaba a mí, pero también a mis hijas. Y un día la mayor fue a la escuela con moratones. La profesora me dijo: ‘O te separas de él y lo denuncias, o te quitarán la custodia’”. Allí empezó un proceso personal y judicial que culminó en 2015, con la separación efectiva de la pareja.

“Mi vida no ha sido fácil, y creo que las penurias de la guerra lo explican. Si hubiera vivido en un país en paz, no tendría que haber pasado por todo esto”, asume. Las cicatrices de la guerra son imborrables. “Me he criado pensando que las mujeres no valemos para nada, no somos nadie… Es algo que me costó de aceptar”. Hace unos años, fundó una para lograr que sus compatriotas no tengan que pasar por lo mismo. 

Nawal Azzam


Dejó su país, a 4.500 km, en 2016

"Las mujeres y las niñas se convierten en un botín de guerra"

Sus manos gruesas y su mirada firme demuestran que Nawal es una mujer que ha tenido que sacar fuerzas donde no las hay. A punto de cumplir 60 años, esta madre de siete hijos fue casada a los 14 a la fuerza y ha afrontado dos divorcios. Vivió el hambre y el terror de la guerra química en Damasco durante los cuatro primeros años de la guerra en Siria. “Cuando estalla una guerra, las mujeres nos convertimos en una moneda, en puro comercio”, cuenta.

Nawal cuenta su historia desde un piso en Sant Joan de Vilatorrada (Bages) donde vive con sus hijos más pequeños. Cuando estalló el conflicto, esta mujer afrontó los bombardeos y la violencia sola en Damasco. Primero trabajó  como voluntaria en el hospital de la capital siria. “Los niños muertos es algo que no se te olvida… Operábamos a oscuras y sin anestesia porque no había electricidad ni medicamentos. Recuerdo a un chico que perdió la pierna. Aquellos gritos… Son cosas que no olvidas”, asegura. “¿Tú sabes lo que es que una bomba atraviese tu casa de punta a punta? ¿Tener que vivir en un edificio en ruinas? ¿Esconderte acurrucada durante cuatro horas para que no te den?”.

Nawal vivió la guerra química de Damasco en primera persona: "Vi 45 muertos de una sola familia"

Pero lo que más destaca de la guerra es el hambre. “Hubo muchos días en que no comí. Podía estar tres o cuatro días sin comer nada. Y lo poco que conseguía lo daba para los niños u otras familias que lo necesitaban más”. El efecto de la pobreza, dice, impacta directamente sobre la vida de las mujeres y sobre todo las niñas. “En mi barrio había niñas de 14 años a las que las casaron porque su familia tenía demasiadas bocas para alimentar. Eso ya existía antes, pero con la guerra se acentuó, las mujeres pasaron a ser un objeto comercial que las familias usaron para sobrevivir”, prosigue. “Era eso o prostituirse”, añade.

Nawal se negó a ello. E hizo todo lo posible para que a sus hijas no les ocurriera. Ella permaneció en su casa hasta 2016: cinco años de conflicto en los que sobrevivió en el barrio de Al-Gotah. “Yo vi los ataque con armas químicas. Al lado de mi casa vivía una familia con 45 personas y aquel día murieron todos. No se salvó ni uno”, prosigue.

Las imágenes de los ucranianos en la misma situación que sus compatriotas le duelen. Y lamenta como Europa no ha reaccionado del mismo modo en la guerra que ella vivió. “A los sirios que querían huir les dejaron morir en el mar. Nos trataron mucho peor, como si no mereciéramos la paz”.

Jadranka Postic

Dejó su país, a 2.000 km, en 1992

"En el exilio aprendes a llorar sin lágrimas"

El álbum de fotos familiar es el único recuerdo que Jadranka Poštić conserva de su vida en Sarajevo. Su marido le imploró, antes de abandonar el país, que se lo llevara consigo. Para que no le olvidara. Ahora, desde Igualada (Anoia), recuerda aquellos instantes de una vida feliz que se desvaneció de un día para otro debido a la guerra de los Balcanes. “Salir de casa con los niños parece que sea fácil pero no lo es: te toca empezar de cero, sola y con un dolor que no se apaga nunca”, asiente.

“El dolor es como una niebla que te va calando los huesos, no eres ni consciente de que está allí pero te impregna y no te puedes deshacer de él”, dice Poštić solo empezar la entrevista. Las imágenes que ve en la televisión de la guerra en Ucrania le recuerdan el calvario vivido hace ya 30 años en Bosnia. “Vivíamos en Sarajevo muy bien, éramos de buena familia. Pero todo lo que teníamos se desvaneció de un día para otro”, cuenta.

Esta mujer se convirtió en madre soltera por culpa de la guerra de los Balcanes

La familia Poštić estuvo cuatro meses viviendo el terror de las bombas y los tiroteos en Sarajevo. En agosto de 1992 la madre, junto a su bebé recién nacido y su hija de 9 años, abandonó el país. El marido, obligado a quedarse, murió cuatro años después en un bombardeo.

“Cuando te vas piensas que será por poco tiempo. Estas mujeres que huyen hoy de Ucrania no saben lo que les espera”. Jadranka sí lo sabe. Con 30 años se convirtió en madre soltera. “En un lugar que no es el tuyo y que no sabes qué tienes que hacer. Solo piensas en que tienes que salvar a tus hijos, son ellos los que te permiten seguir viviendo”, asume. “Es el trabajo más duro, empezar una vida de nuevo, asumir que todo lo que tenías ya no está: nos obligan a las mujeres a hacer esto y es un acto terriblemente difícil”, prosigue.

Abandonó Sarajevo con su coche y aprovechando un corredor humanitario. “Mi hija pequeña daba al biberón a su hermano y me iba diciendo que todo iría bien, yo no podía más que llorar”, cuenta entre lágrimas. Recuerda que un hombre le dejó gasolina para poder llegar hasta Belgrado, ciudad donde estuvo viviendo cuatro meses hasta decidir volar hacia España. Pero también explica de personas que se quisieron aprovechar de ella o ponerle trabas, por el hecho de ser mujer. “Hay tanto machismo…”, susurra.

La nueva vida la empezó en Igualada. Una ciudad, dice, que la acogió con los brazos abiertos. Pero la maternidad no le puso las cosas fáciles. “Hasta que no pude traer a mi madre aquí era imposible para mí poder trabajar. No tenía dinero para llevar los niños a la guardería, y tenía que quedarme con ellos”, explica. Luego, limpió oficinas y hacía empleos de todo tipo, las 24 horas del día para poder alimentar a su familia.

Años después, sus hijos no entendían por qué seguía llorando. “Recuerdo aquel momento y pensé: tendré que aprender a llorar por dentro. Lo peor de salir sola de la guerra es la soledad, el no poder hablar con nadie, con ningún adulto, de lo que me estaba ocurriendo. Tienes que ser fuerte delante de los demás. Y aprendes a llorar sin lágrimas, sin que se te note”, explica.

Llum Ventura

En 1996 fundó la asociación 'Dones del 36'

"Las mujeres de 1936 fueron invisibilizadas"

“Hay que recordar una y otra vez que aquí también se vivió una guerra”, insiste Llum Ventura, una vecina del barrio Gòtic de Barcelona nacida en la posguerra franquista. Huérfana de madre y de padre, Ventura movió cielo y tierra para recuperar las vidas y historias de las mujeres que vivieron y sufrieron los estragos de la guerra civil española. Pasaba en 1996. Hasta entonces, la historia y la memoria solo era apta para que los varones la escribieran.

Ventura nació en 1941. Su padre falleció poco antes de nacer y su madre lo hizo cuando ella tan solo tenía seis años. “Toda mi familia era anarquista, mi madre era de las Juventudes Libertarias, mi abuelo estuvo en la Semana Trágica y mi padre era un niño de la calle, un autodidacta”, se presenta Ventura que, en los años 90 fue concejal de Ciutat Vella del Ayuntamiento de Barcelona.

Fue entonces cuando descubrió la vida de una decena de mujeres milicianas durante la guerra civil. “Yo crecí entre el silencio y la culpa, obligada a callar y agachar la cabeza, en una familia que apenas quería darme de comer porque no había”, recuerda. “Pero en cuanto conocí estas mujeres extraordinarias recuperé mis orígenes, mi orgullo de quien era. Y todas deberíamos”, dice Ventura.

Las mujeres que integraban la asociación 'Dones del 36' ya han fallecido

Hoy, todas las mujeres republicanas que integraban la asociación 'Dones del 36' ya han fallecido. La última, Maria Salvo Iborra murió a principios de 2022. El golpe de estado franquista la pilló con 16 años e ingresó en las Juventudes Socialistas y Comunistas, participando en los comités de defensa republicana. Con la derrota, se exiló en Francia y fue encerrada en un campo de concentración. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial fue deportada a la fuerza, librada a las autoridades franquistas, y encarcelada 16 años. “De las palizas que recibió se quedó infértil, pero sus ideales estaban intactos”, recuerda Ventura.

A Ventura se le empañan los ojos al recordar a otra de aquellas mujeres, Conxita Pérez Collado. “Fue mi segunda madre”, dice. Pérez fue de las pocas mujeres que lucharon en el frente de Aragón. Exiliada en Francia, los alemanes la encerraron en el campo de concentración de Argelés (Francia).  “Cuando salió de allí acabó trabajando en una enfermería del consulado mexicano en Francia, y se quedó embarazada de uno de los médicos: él salió a combatir contra los nazis y ella regresó a Barcelona sola con el bebé”, explica Ventura.

En los años 90, las mujeres que integraron la asociación Dones del 36 dieron charlas por decenas de institutos, participaron en varias exposiciones y escribieron libros contando sus historias. “Para que no se vuelva a repetir aquél horror y para que se conozcan sus historias y sus luchas”, repite Ventura. Que así sea.

Este reportaje se ha publicado en EL PERIÓDICO el 28 de abril de 2022

Textos: Elisenda Colell
Imágenes: Álvaro Monge, Zowy Voeten, Ricard Cugat, Oriol Clavera y Marc Vila
Diseño: Andrea Hermida-Caro
Coordinación: Rafa Julve