Guerra en el este de Europa

Oskar ríe de nuevo: la nueva vida en Barcelona de un niño refugiado ucraniano

La guerra de Rusia y Ucrania, en directo

Reportaje multimedia: Resumen de tres semanas de invasión rusa

La mitad de los 4.400 refugiados ucranianos que han llegado a Catalunya son menores

Cruz Roja

Cruz Roja / Ricard Cugat

Elisenda Colell

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"Quiero volver a casa con papá". Es una frase que Olesia Vinnik lleva escuchando de la boca de su hijo Oskar desde el día 10 de marzo, cuando huyeron juntos de la guerra en Ucrania. Han pasado por estaciones de trenes abarrotadas, dormido en gélidos recintos improvisados y soportado trayectos de bus interminables. Este jueves, madre e hijo han llegado a Barcelona. El niño hace rodar un cochecito de plástico en lo que hace menos de un mes era el auditorio de la Cruz Roja en Catalunya. Oskar ríe y llama a su madre para enseñarle el juguete. "Por fin ha dejado de llorar. Y yo también", suspira la madre. Como ellos, la entidad humanitaria ya ha atendido a 4.393 refugiados de la guerra en Catalunya, 7.700 en toda España. La mitad de ellos son niños

Antes de convertirse en refugiada de guerra, Olesia Vinnik era una organizadora de eventos en Dniéper, un pueblo al norte de Kiev muy cercano a la frontera con Bielorrusia. "Éramos una familia joven, con un bebé pequeño... mi vida era perfecta, tenía felicidad total", recuerda esta madre de 35 años con la ayuda de una traductora voluntaria de la Cruz Roja. "Ahora solo busco tranquilidad. Estamos muy asustados, las cosas más importantes las hemos perdido: la familia, la casa, el trabajo... nuestra vida está allí", prosigue.

Reportaje del espacio familiar improvisado para la acogida de familias Ucranianas, en la sede de la Cruz Roja en la C/ de Joan d'Àustria, 118.

Espacio familiar improvisado para la acogida de familias ucranianas, en la sede de la Cruz Roja en Barcelona. / Ricard Cugat

Lo explica después de un viaje de siete días desde el este de Europa hasta la costa mediterránea. "Ya no recuerdo cuándo fue la última vez que me pude duchar", se sincera la madre. Hasta que no ha llegado a Barcelona no ha podido cambiarse de ropa. Estaba manchada. "Apenas puedo dormir, hoy se ha pasado toda la noche vomitado en el autobús", prosigue. "Es que sin mi marido, y estando yo sola, sólo me preocupa que él esté bien, que no le falte de nada. Si salí de Ucrania fue porque no quiero que su vida se detenga, quiero que siga desarrollando", afirma.

Siete días después de encadenar trenes, autobuses y mucho frío, el pequeño de dos años juega en el improvisado refugio de la Cruz Roja en Barcelona

Atención emocional

refugioen Catalunya ya son más de 4.300 los refugiadosmadres con hijos que llegan muy tocadas emocionalmente

La llegada de refugiados es constante. "Acaba de venir una familia que no tiene ni ropa", avisa Kateryna Honcharova, una ucraniana asentada en Catalunya que se ha ofrecido de voluntaria como traductora. Trabaja en una aerolínea rusa, lleva meses en erte y su empresa ya le ha comunicado que el mes que viene estará despedida. "Vi un anuncio de que la Cruz Roja necesitaba voluntarios y decidí ir donde me necesitaban", cuenta. "En cuanto hablo con ellos, se me ponen los pelos de punta. Pero intento no sobrepasarme, si no no aguantaría", dice Honcharova.

En hoteles o pensiones

Muchos de los refugiados que han pasado por los espacios de acogida de la Cruz Roja, especialmente en los inicios del éxodo, han acabado en casas de familiares, amigos o conocidos. Pero Olesia no conoce nadie. "Vinimos aquí porque en Varsovia estábamos durmiendo en un recinto de congresos donde hacía un frío terrible, los niños lloraban... vimos un bus hacia Barcelona y nos montamos", explica. Como ella, 2.800 refugiados están alojados en hoteles o pensiones de Catalunya. Una cifra que crece de forma exponencial. Si hace tres semanas solo el 10% de refugiados necesitaba este servicio, ahora son el 50%. "Tenemos un acuerdo con el Ministerio de Migraciones y no habrá problemas para ampliar estas plazas", tranquiliza Morist.

Sin embargo, la oenegé no quiere que estas familias se queden de forma eterna en estos hoteles. "En algún momento tendrán que empezar su nueva vida, integrarse en la sociedad", advierte. Una decisión, la de asentarse en Catalunya, que Olesia no quiere tomar. "En cuanto termine la guerra volveré a mi país, yo aquí no tengo nada y allí lo tengo todo". Tiene la esperanza de volver a abrazar a su marido en un mes. "No me imagino otra vida que no sea en Ucrania".

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