Menos víctimas mortales
Viaje a la Siria de hoy: 11 años de guerra civil sin solución en el horizonte
Bajo el puño de hierro del dictador, el país mediterráneo languidece vacío de gente y protagonista de una agresiva crisis económica mientras se mantienen los combates en el noroeste del país

Una turista observa las ruinas de la ciudad antigua de Alepo.
En Idlib, hace más de una década que las noches no son oscuras. La guerra civil siria se mantiene agresiva y presente en esta región al noroeste del país, donde los combates no cesan. Los ataques desde el cielo iluminan la oscuridad. A apenas 56 kilómetros, en cambio, al caer el sol reina el silencio. Alepo es una ciudad vaciada de gente. Pasear por sus calles de noche es comprobar las ausencias que tiñen de negro los balcones. ¿Es la oscuridad fruto de un país en bancarrota y sin infraestructuras eléctricas en pie? ¿O es motivo de 11 años de la más sangrienta de las guerras civiles, causante de la huida forzada de millones de sirios?
Sin sus gentes, los paseos por Alepo son un reflejo de la Siria que queda bajo el puño de hierro de Asad. En el lado de la ciudad donde hace un lustro se mantenían las fuerzas del régimen, la limpieza y la pulcritud dominan las amplias avenidas de la urbe. A apenas un par de calles, la destrucción tiñe el paisaje de esa ciudad vieja desde la que resistieron las milicias de la oposición. Mientras, a unas pocas carreteras de distancia, los sirios de la gobernación de Idlib, junto a los millones que escaparon de las garras del dictador Bashar el Asad sin tener que cruzar fronteras, siguen sufriendo su violencia por tierra y aire.
"Vivíamos mejor antes de la guerra", se atreve a confesar un comerciante en Alepo tras relatar las noches en vela bajo los bombardeos hace ya un lustro. Aunque 2022 fue el año menos letal en los 11 que suma ya este conflicto civil, la guerra sigue presente. Durante los últimos 12 meses, al menos 3.825 personas murieron según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, con sede en el Reino Unido, en una tendencia a la baja que se mantiene por tercer año consecutivo. Su director, Rami Abdel Rahman, reconoció que una gran cantidad de las muertes se produjeron debido al caos de seguridad, a las decenas de ataques lanzados por Israel y a las ofensivas de Estado Islámico en el desierto sirio.
Secuestros a la desesperada
Sobre el terreno, permanecen varios actores, que van desde potencias aliadas de Asad, como Rusia o Irán, a los yihadistas de Hayat Tahrir Al-Sham y otras facciones afines, pasando por los kurdos o grupos rebeldes apoyados por Turquía. Las tropas de soldados rusos desplegadas en Siria son conocedoras de cuán necesarias son para el país. Por eso, pasean por las plazas como si les pertenecieran. Sus uniformes militares provocan el silencio a su paso. "Yo no estoy muy de acuerdo con su presencia, ni tampoco gran parte de la población pero no podemos hacer nada contra ello", explica un sirio en Damasco que sabe que es mejor no dar su nombre.
Tras ser reconstruidos, sus hogares ahora son ocupados por rusos, iranís, yemenís o afganos, brigadas claves para la supervivencia del régimen de Asad. En las escuelas, el ruso es idioma principal de instrucción en los planes de estudio, junto al francés y el inglés, desde 2014. A su vez, la trágica situación económica, con nueve de cada diez sirios malviviendo bajo el umbral de la pobreza, ha perpetuado los secuestros en el país. Con una presencia mínima de extranjeros –el turismo sigue muy vigilado–, sigue siendo la población local la principal víctima de estos raptos. Las familias privilegiadas suelen acceder a pagar a los secuestradores las grandes sumas de dinero para recuperar a sus hijos pequeños en la mayoría de casos.
Además, la información sobre el país llega a cuentagotas, porque los periodistas locales no pueden acceder a franjas enteras del territorio. Ni se permite entrar a los profesionales de la información extranjeros en zonas bajo control de Asad. "El régimen trata a los medios como una herramienta para difundir la ideología baazista y excluye cualquier forma de pluralismo, lo que lleva a muchos periodistas al exilio autoimpuesto", denuncia Reporteros Sin Fronteras. Donde no hay violencia, reina el silencio.
No hay Siria sin Asad
Los sirios forzados a volver saben que les espera la cárcel, donde miles de sus compatriotas han desaparecido. El destino más temido es la muerte, en un país que ha perdido alrededor de 500.000 habitantes, civiles y soldados, como víctimas del conflicto. Y es que vivir en Siria no es vida. "Ahora los precios están disparados y apenas podemos permitirnos nada", denuncia el comerciante de Alepo. Según la ONU, en febrero de 2022, 14,6 millones de personas dentro del país necesitaban algún tipo de asistencia humanitaria. A partir de esa necesidad, actores como Rusia o Irán ejercen su poder blando a través de la ayuda caritativa y se aseguran mantener su influencia en el país.
Noticias relacionadasA su vez, Asad se ampara en el temor a la palabra para consolidar su control sobre la población. Hablar, expresarse, luchar por un cambio trajo el caos al país, argumenta, y nadie desea más sufrimiento. Pero los sirios, protegidos bajo el anonimato, no compran su argumento. "¿Todo esto fue por un trono? ¿Se ha destrozado una ciudad milenaria solo por un hombre?", se pregunta un sirio entre las ruinas de la ciudad antigua de Alepo.
Cinco años después del fin de los combates, los escombros permanecen. Entre los vestigios, se han plantado banderas rusas y retratos del presidente sirio. No hay planes de reconstrucción. Cada una de las piedras centenarias abatidas son un recordatorio de cómo sería una Siria sin Asad. Con o sin él, el que fue un floreciente Estado mediterráneo languidece en la oscuridad. Siria sufre en silencio, vacía de gente y de futuro.
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