Crisis sanitaria global

Wuhan renace tras el trauma

La ciudad china cuna del coronavirus ha vuelto a una relativa normalidad tras un confinamiento muy riguroso y largo.

Tras ocho meses sin contagios, las celebraciones multitudinarias y las fiestas volvieron en año nuevo.

Once millones de personas fueron encerradas en un experimento social sin precedentes en la historia.

El enviado especial de 'El Periódico', Adrián Foncillas, da cuenta de la vuelta a la normalidad en la ciudad china de Wuhan, al cumplirse un año del estricto encierro, el primero por el covid en el mundo

Habitantes de Wuhan caminan por una zona residencial de la ciudad, este viernes.

Habitantes de Wuhan caminan por una zona residencial de la ciudad, este viernes. / ROMAN PILIPEY

Adrián Foncillas

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En la brumosa mañana aún se distingue el río Yantsé, esa majestuosa cicatriz que divide y ordena Wuhan, pero cuesta verle los márgenes a una ciudad que crece sin bridas. "Wuhan es hoy el lugar más seguro de China", sienta la shanghainesa Liu asomada desde lo alto de la Pagoda de la Grulla Amarilla. "Y, si pasa algo, tenemos experiencia en arreglarlo", añade Yang, su amiga. 

Wuhan es la ciudad más segura y sabe cómo vencer al virus. Esa fórmula, con variantes mínimas, se repite como un mantra estos días. Wuhan es la ciudad que concentra el grueso de los muertos en China (3.869 de 4.635), la de los hospitales desbordados y los cadáveres en bolsas. También es la que suma ocho meses sin contagios, la de las recientes fiestas en macropiscinas y celebraciones multitudinarias de Año Nuevo. Wuhan sintetiza el triunfo chino contra una pandemia que aún atormenta al mundo.

Fiesta en una discoteca de Wuhan, este jueves. La mayoría de los presentes no portan mascarillas.

Fiesta en una discoteca de Wuhan, este jueves. La mayoría de los presentes no portan mascarillas. / HECTOR RETAMAL

El remedio fue aplicado un año atrás. Sus 11 millones de habitantes, tantos como catalanes y valencianos juntos, fueron encerrados en un experimento social sin precedentes en la historia moderna. Sin trenes ni aviones para entrar ni salir, recluidos en sus casas durante 76 días, sin visitas al supermercado ni al estanco, sin pasear al perro. El mundo fue escéptico ante una medida que después adoptaría. Será ineficaz, decían algunos; es la enésima violación de derechos humanos de una dictadura, decían todos. Los últimos estudios de seroprevalencia indican que frenaron la expansión del virus en el resto del país. Shanghái o Pekín, con una veintena de millones de habitantes cada una, han registrado apenas un puñado de muertos.

PACIENTES POR EL SUELO

Nadie ha olvidado aquellas semanas de plomo. Liang, de 44 años y con diabetes, sufrió una incesante tos a finales de enero. Liang integraba los comités de distrito que llevaba la comida a domicilio y que, junto a la red de voluntarios, permitieron la estricta cuarentena. Lo recuerda su hermana Yang. "Llamó al hospital pero le dijeron que estaban desbordados, que había 500 personas en espera. Yo le telefoneaba todos los días y me repetía que estaba bien, hasta que una vez contestó mi padre y me dijo que lo habían ingresado porque estaba muy enfermo", rememora para añadir: "Fui a visitarlo al Hospital Xiehe y me asusté. El suelo de los pasillos estaba cubierto por pacientes, no había suficientes médicos ni enfermeras. Conseguí colarme en su habitación. Estaba inconsciente, apenas abría los ojos. No pudo contestarme. Llegué a casa una hora después y me llamaron. Había muerto".

Yang comparte un juicio extendido. Sabe que la realidad no se ajusta a la propaganda. Que las autoridades locales minimizaron la gravedad del virus en las primeras semanas y organizaron imprudentes banquetes cuando ya se sospechaba del contagio humano. Pero también que el Gobierno tomó medidas audaces y sin precedentes después, que improvisó la logística para atenderles y dio consejos válidos cuando se sabía aún poco del virus. Un vistazo al pertinaz naufragio global un año después de que Wuhan mostrara el camino decanta la balanza. "Mi hermano sabía que estaba enfermo y decidió arriesgarse para ayudar a los demás. Era su trabajo y su deseo. No le guardo rencor a nadie", señala Yang en un bar de música estruendosa mientras apura una cerveza.

Dos mujeres compran pescado en un mercado de Wuhan, este viernes.

Dos mujeres compran pescado en un mercado de Wuhan, este viernes. / ROMAN PILIPEY

El cerrojazo generó reacciones variadas. Chen Li, de 27 años, entró en pánico y necesitó varias semanas para racionalizar la situación. "Estaba convencida de que iba a morir en cualquier momento. Acababa de licenciarme después de muchos años de duros estudios y pensé que era muy injusto", cuenta. Chen Liu, inversor en la treintena, sólo lamenta aquel tedio compartiendo techo con su mujer, hijo y suegros. "No teníamos suficientes temas de conversación, los días se sucedían sin nada que hacer. Sólo los que leían los rumores en las redes sociales tuvieron miedo aquellos días, nosotros sabíamos que en casa estábamos seguros", explica.

CUARENTENA RIGUROSA Y LARGA

No es comparable aquella cuarentena con las que después replicaría el mundo. Fue más rigurosa y larga y, sobretodo, más inquietante. Los wuhaneses se enfrentaban a un virus del que aún se desconocía su índice de mortalidad o sus vías de infección, ignoraban si bastaría el encierro para vencerlo o cuánto duraría este. Muchos sufrieron estrés, ansiedad, insomnio o pensamientos suicidas. Aquellos días también sirvieron para vencer clichés sobre la psicología, desdeñada por Mao como un delirio pequeñoburgués, y que se dejara de estigmatizar al que pide ayuda como a un loco. En 2014, cuando un vuelo malasio desapareció con decenas de chinos a bordo, fue descorazonador ver a sus familiares en un hotel pequinés sin armas para combatir la noticia, consumidos por la ansiedad, sin el equipo de psicólogos que en Occidente es enviado de urgencia a cualquier tragedia. Muchos de ellos seguían años después negando la pérdida agarrándose a teorías delirantes.

Un servicio de ayuda telefónica funcionaba el primer día del encierro con equipos de 20 psicólogos comandados por los más experimentados. Las primeras semanas fueron un frenesí, recuerda un profesor de Psicología de la Universidad de Wuhan que pide el anonimato. "Teníamos tantas llamadas que había un tiempo máximo para cada una. El pánico desapareció cuando la gente empezó a ver que la mayoría de enfermos se curaban", cuenta. Explicaban cómo funcionan los sentimientos y recomendaban ejercicio físico, meditación o yoga. Los cuadros más serios, asegura, están vinculados a problemas sedimentados. "La depresión necesita mucho tiempo de acumulación, no fue provocada por la pandemia sino activada", juzga. Las secuelas son raras un año después en los jóvenes pero algunos mayores siguen arrastrándolas.

Wuhan carece de contagios desde que en mayo se detectaran media docena y las autoridades ordenasen analizar a sus 11 de millones de habitantes en una semana. En ese brío ante cualquier chispa descansa el sosiego de los wuhaneses. La semana pasada se supo que un turista infectado de la provincia septentrional de Hebei había paseado por Hanjie, la principal calle comercial de Wuhan. Las autoridades la cerraron y no la reabrieron hasta las 4 de la mañana tras haber testado a 8.000 personas.

"Ese día se había llenado el local durante el almuerzo y no vino nadie a cenar. Las calles se quedaron desiertas y muchos locales cerraron. La actitud de la gente varía: si escuchan que hay un caso, se encierra en casa. Si no, hace vida normal", señala Gao Yaqi, propietaria de un restaurante en Lihuangpi, el coqueto distrito colonial. A Hanjie y Lihuangpi les separan 45 minutos en taxi y el Yantsé: una ciudad súbitamente vaciada por un contagio explica la victoria de Wuhan. 

VIEJAS CAUTELAS

La vida discurre esta semana sin más contratiempos que su clima desabrido y con las viejas cautelas. Todos llevan mascarilla en Wuhan, algunos restaurantes ofrecen dos pares de palillos para que los que te llevas a la boca no toquen el plato común y los taxistas desconfían de los extranjeros. Uno bajará las ventanillas en un trayecto por la gélida noche wuhainesa y otro preguntará cuándo he llegado y si he cumplido la cuarentena. El rebrote en el norte del país ha finiquitado aquellos alegres amontonamientos juveniles sin mascarilla de recientes festejos.

Ciudadanos de Wuhan pasan ante un punto de control donde voluntarios comprueban sus códigos sanitarios para prevenir contagios.

Ciudadanos de Wuhan pasan ante un punto de control donde voluntarios comprueban sus códigos sanitarios para prevenir contagios. / ROMAN PILIPEY

Wuhan ejerce de nuevo como motor comercial y manufacturero de la China central y su economía camina al mismo ritmo que la nacional. Muchos negocios, sin embargo, no se recuperaron del cierre prolongado. En Lihuangpi, donde nunca faltaron multitudes, abundan las persianas bajadas: un bar, un hotel, un local de bodas…

Dos siglos de tragedias han forjado la resiliencia china. Wuhan cumple un año desde aquel trauma sin mirar atrás más de lo necesario y con su vitalidad intacta. Yang, la joven que perdió a su hermano, le encuentra el lado positivo. "Mi restaurante de comida sana funciona mucho mejor que antes. La pandemia ha convencido a la gente de que hay que cuidarse", señala.

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