MIGRACIONES EN EL MEDITERRÁNEO

Las barcazas de la muerte del Líbano

Afaf Adulhamid llora por su hijo Mohammed, desaparecido en el mar cuando intentaba llegar a Chipre en un bote, el pasado 17 de septiembre en Trípoli.

Afaf Adulhamid llora por su hijo Mohammed, desaparecido en el mar cuando intentaba llegar a Chipre en un bote, el pasado 17 de septiembre en Trípoli. / periodico

Andrea López-Tomàs

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Cada día la furgoneta de Chadi recorre varias veces la carretera que conecta Beirut con Trípoli. Por 5.000 libras -unos 60 céntimos de euro- transporta a viajeros de la capital del Líbano a la segunda ciudad del país. "Esto no es vida: si no trabajo hoy, mañana no como", lamenta el tripolitano, padre de dos niñas. En apenas tres semanas, han salido del puerto de Trípoli 11 barcazas con 348 personas con destino a Chipre, según las autoridades del país europeo. "Todos queremos irnos de aquí, en Europa sí que hay vida", afirma Chadi. El Líbano observa cómo sus ciudadanos parten junto a los refugiados sirios en los "barcos de la muerte". Nunca en tiempos de paz el mar que baña las costas libanesas había sido testigo de tantas despedidas.

"¡Dime! Dime si no es mejor morir en el mar intentando buscar una vida que estar aquí un día detrás de otro sin nada que hacer, esto es morir en vida", explica Nour. Este trabajador del puerto de Trípoli reconoce que cada día ve partir decenas de personas. "¿Ves ese barco que está ahí?", señala una embarcación turística, "hoy está aquí pero mañana seguro que no". Entre inicios de julio y el 14 de septiembre, como mínimo 21 barcos han abandonado Líbano dirección a la isla chipriota, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). En todo el 2019, apenas 17 embarcaciones emprendieron la travesía.

La desesperante situación económica es lo que empuja a la mayoría de los libaneses a irse. Con la devaluación de la libra local en un 80%, la mitad de la población del país se encuentra bajo el umbral de la pobreza. Las pérdidas económicas causadas por la explosión en el puerto de Beirut el pasado 4 de agosto han lanzado a cada vez más gente a la incertidumbre del mar. "La mayoría quiere emigrar de manera legal pero con el tema del coronavirus es prácticamente imposible", reconoce Mohammad Lowweh de la oenegé March. "Literalmente es como si no tuviéramos nada que perder; nuestro propio país nos expulsa".  

Sin asilo

El pasado 14 de septiembre un barco de Naciones Unidas encontró una barcaza de pesca con 50 personas a bordo que llevaban a la deriva ocho días después del abandono del contrabandista que les había cobrado 930 dólares. El mar engulló las vidas de cuatro adultos y dos niños, aunque a día de hoy siguen llegando cadáveres de los desaparecidos a las costas del Líbano. "En estas barcazas hay refugiados sirios pero también locales libaneses que se ven forzados a migrar por la crisis económica", explica la portavoz de ACNUR en Líbano, Lisa Abou Khaled. "El problema es que los libaneses no son considerados refugiados porque lo hacen por motivos económicos y no por conflicto o persecución; entonces, no pueden pedir asilo", lamenta. 

Según un informe de Human Rights Watch, las fuerzas de la guardia costera chipriota hicieron más de 200 devoluciones en caliente durante la primera semana de septiembre sin dar la oportunidad a estos migrantes de presentar solicitudes de asilo. Mahmud -nombre ficticio para preservar su seguridad- lleva desde el 2008 intentando abandonar el Líbano por vías legales, pero después de ser detenido por terrorismo y encarcelado durante un año, partir por aire ya no es una opción. 

"Mi primo vendió todas sus pertenencias para comprar un barco e intentar llegar a Chipre con su mujer y sus cinco hijos", relata este doble graduado en informática y lengua alemana. Según Mahmud, de 33 años, los grupos de contrabandistas han empezado a pasar información a los agentes de inteligencia ante el aumento de partidas. "Les cobran y les abandonan en el mar para ser detenidos por un barco del Ejército", explica. Por eso, las autoridades desconocían las intenciones del barco de su primo. "Yo me subí a la barcaza pero cuando vi alejarse la costa, salté al agua y nadé hasta la orilla; si me detienen, la vida ha terminado para mí", lamenta Mahmud. Pero también para la familia de su primo, porque en el Líbano las historias no tienen finales felices.

"Hay vida"

Omar trabaja en el puerto y presume con orgullo de tener a su hijo en Chipre. "Allí la vida es completamente diferente", explica acalorado, "hay dinero, hay trabajo, hay electricidad, hay vida". Durante la guerra civil libanesa (1975-1990) y la invasión israelí del 2006, estas travesías eran parte de la realidad del país, una forma más de la lucha por la supervivencia. Pero en tiempos de paz, no se habían visto números tan elevados de partidas. Aunque se trata de una ruta menos popular comparada con Libia, Túnez o Turquía, esta nueva tendencia cada vez más es común entre la población ante la indiferencia de sus dirigentes. 

"Todos son unos Alí Babá, unos ladrones", se incendia Nour desde su negocio en el puerto de Trípoli. "no vendrá Macron a arreglarlo porque acabará convirtiéndose en otro Alí Babá", añade. Culpa a la clase política perpetuada en el poder de la crítica situación económica. "No tenemos un gobierno, tenemos una mafia". El mar está en calma, ajeno a la rabia de un pueblo que ama a su país pese a su rechazo. "El Líbano es un país precioso, pero necesita gente con intención de hacer algo y eso no pasará mientras sigamos teniendo esta mafia en el gobierno", defiende Omar. Como todo libanés, Mahmud coincide: "nuestro país es muy hermoso, pero la situación es mala; cuando la situación mejore, nadie querrá lanzarse al mar".

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