UN NUEVO MUNDO (7)

Moscú, de capital del neoimperio soviético a capital del covid-19

La ciudad, convertida en los últimos años en la fachada de la Rusia de Putin, vive una nueva mutación urbana, con más casos de coronavurus que la propia Wuhan

Marc Marginedas

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Hace ya tiempo que Moscú dejó de ser una ciudad caóticaimperfecta, sucia y en transición política, que rezumaba libertad pese a las estrecheces económicas y miraba al futuro con cierta esperanza, pensando que cualquier tiempo pasado siempre fue peor. Con un Vladímir Putin empeñado en revivir <strong>glorias soviéticas</strong>, la capital, o mejor dicho, su centro histórico, se ha convertido en el escaparate nacional donde el Kremlin proyecta en permanencia su ambición de imperio recuperado y renacido.

Primavera tras primavera, probablemente a unos precios inflados hasta la saciedad y con pingües beneficios para las empresas contratistas, aceras y calzadas han sido renovadas y asfaltadas,  fachadas han sido pintadas lustradas, abandonadas iglesias ortodoxas han recuperado esplendor prebolchevique y espectaculares parques de diseño han sido abiertos. Todo exuda una pulcritud artificialobsesiva exógena, y con un punto de irrealidad

No importa que la falta de servicios y equipamientos sea ya un mal crónico en muchos barrios situados más allá del segundo y tercer anillo de circunvalación. Que torres de alta tensión, emitiendo un perenne e inquietante zumbido, atraviesen barrios densamente poblados; que se levanten elevadas urbanizaciones periféricas en terrenos que a duras penas han sido asfaltados; que las rutas de acceso a la capital estén sembradas de imposibles y peligrosos cruces de carreteras, escenarios de un sinfín de accidentes de tráfico; que llegar al centro en hora punta se haya convertido para millones de moscovitas en un mal sueño diario de un par de horas de duración, incluyendo una agobiante espera de 40 minutos en un andén del metro, apretujados por una amorfa multitud que, resignada, aguarda entre empellones alcanzar la ansiada escalera mecánica con la que salir al exterior.

El Moscú de Putin es una ciudad para presumir, para exhibir, para mostrar, y para disfrutar solo si se dispone de un cierto nivel de ingresos. "Moscú es una ciudad para millonarios", sentenciaba no hace mucho Pasha, un peluquero de origen azerí. "Aquí todo el mundo tiene prisa, va corriendo y nunca llega a tiempo a nada", destacaba un fotógrafo de Vladivostok con largos años de residencia aquí.  

Desorden yeltsiniano, neoimperialismo putiniano

En este mayo del 2020, parece que ha llegado el momento de abrir una nueva página en la historia reciente de la capital rusa. El desorden yeltsiniano de los 90, tranformado en neoimperialismo putiniano con el último cambio de siglo, está alumbrando a una nueva metrópolis: Moscú es ahora la ciudad-Wuhan, el epicentro mundial de las infecciones por coronavirus, con más de 5.000 contabilizaciones diarias de nuevos contagios.

Es la capital mundial de la pandemia donde ya nadie se alarma cuando una ambulancia llega durante la noche a un edificio del vecindario y se lleva a un paciente intubado con oxígeno;  la megalópolis donde vehículos policiales recorren sus desiertas avenidas previniendo a través de la megafonía de los riesgos de salir de casa, advertencia precedida por una consigna de marcado sabor chernobiliano: 'vnimanievnimanie!' (atención, atención); la urbe donde sacerdotesdiáconosmonjas y beatos, haciendo oídos sordos a las recomendaciones gubernamentales, celebran<strong> a hurtadillas</strong> servicios religiosos con feligreses de confianza que creen que la enfermedad es solo un castigo de Dios por los pecados cometidos.

Aunque han desaparecido los buquets de flores y los mensajes de solidaridad depositados por ciudadanos anónimos en el puente Bolshoi Moskvoretsky, allí donde el opositor Borís Nemtsov fue acribillado a disparos hace ya más de cinco años, la pandemia no ha apagado las ansias de justicia de los promotores de la iniciativa 

Mijaíl Kirtsev, uno de los antiguos guardianes del memorial, se ha acercado con su bicicleta en este brillante y soleado domingo para colocar una encomienda y escribir con agua sobre la superficie el número de días transcurridos desde el magnicidio  -1.888- antes de que unos agentes le interrumpan y ordenen que se largue con viento fresco. El improvisado memorial ciudadano a Nemtsov, "es el primer lugar verdaderamente europeo de Rusia; en el resto del país, aún estamos en la Unión Soviética", destaca Mijaíl.

Unos metros más arriba, tras atravesar una plaza Roja desierta donde tan solo se identifican a lo lejos algunos aburridos agentes del orden junto al mausoleo de Lenin,  estremece observar la <strong>Tumba del Soldado Desconocido </strong>en calma, silenciosa, sin público. Aquí, en un día corriente, se agolpan centenares de estridentes turistas locales y foráneos, cámara en ristre, esperando sacar unas instantáneas del cambio de guardia, que sucede puntualmente con cada cambio de hora, entre las 8 de la mañana y las 8 de la noche. Hoy, en cambio, el chasquido de las botas de los soldados es audible desde la distancia y hasta forma eco gracias a las murallas exteriores del Kremlin. 

Una pareja de policías se acerca a un solitario reportero que intenta inmortalizar con su Iphone el insólito espectáculo ante sus ojos, ordenándole que se identifique. "Soy periodista", responde, mostrando su acreditación. Y es que con la pandemia, Moscú también ha desempolvado hábitos de tiempos pasados, incluyendo la desconfianza y la sospecha sistemática.     

                           

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