Masacres sin fin en Afganistán

Los autores hicieron estallar un coche bomba al paso de autobuses cargados con miembros de la inteligencia afgana

Tienda destrozada por el impacto del estallido del coche bomba en Kabul.

Tienda destrozada por el impacto del estallido del coche bomba en Kabul. / periodico

Adrià Rocha Cutiller / Estambul

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La cifra ya llega a los casi 1.700 desde que empezó el año, y ayer, otros cincuenta se sumaron a la lista. Son los civiles muertos por el conflicto entre el Gobierno y los talibanes en Afganistán sólo en 2017, en una guerra de las más largas —si no la que más— en todo el mundo.

De madrugada en Kabul, según fuentes oficiales, un coche bomba explotó al paso de un autobús cargado de funcionarios del Ministerio afgano de Minas y Petróleo cuando recorrían una área residencial de la capital afgana. Murieron 35 personas y resultaron heridas más de 40.

«Más de la mitad de los cadáveres han quedado gravemente calcinados. Algunos ya han sido identificados, pero todavía estamos trabajando para identificar siete cuerpos más. Ni siquiera sabemos si se trata de adultos o niños», dijo, ayer, el coordinador de Víctimas del Ministerio de Salud Pública, Baz Muhammad Shirzad. Y debido al alto número de heridos, la cifra podría acabar subiendo.

El ataque, que no fue el único que ocurrió ayer en Afganistán, fue rápidamente reivindicado por los talibanes, que aseguran que los civiles que viajaban en el autobús eran interrogadores de los servicios de inteligencia afganos.

«Esos dos microbuses llevaban dos meses bajo vigilancia y fueron atacados después de que hubieran recogido a todos los pasajeros», dijo un portavoz talibán. Lo dejó claro: su objetivo es no escatimar en víctimas.

MÁS MUERTE

El segundo incidente de ayer tuvo lugar en la provincia de Ghor, en el centro del país. Allí, talibanes y el Gobierno afgano luchan por el control territorial, atrapando a los civiles entre fusiles, balas y ataques cruzados. Los talibanes, según fuentes oficiales, se hicieron con el control del distrito de Taywara; en los combates murieron 42 soldados del Ejército regular afgano.

Después, acorde con el relato oficial, los yihadistas entraron en un hospital de la zona y mataron a 22 civiles, entre ellos médicos y pacientes. Pero estas son sólo las cifras confirmadas: según el portavoz de la Policía provincial, Iqbal Nizami, la cifra de muertos en esta acción podría llegar al centenar.

«Este tipo de actos incrementarán día a día el odio de la gente afgana contra [los talibanes]. Entraron en un hospital y atacaron indiscriminadamente a los civiles. Esto es un crimen contra la humanidad», afirmó ayer el portavoz del palacio presidencial, Shah Hussain Murtazawi, que no tiene muchos motivos para la alegría: desde el fin de la misión de la OTAN en Afganistán —en enero de 2015—, los talibanes tienen control total o presencia en al menos el 43% del territorio afgano. Desde abril de este año, además, los talibanes controlan al menos tres distritos en las provincias de Jawzjan, Helmand y Kunduz.

Pero los culpables no son siempre los de este grupo. El viernes pasado, Estados Unidos bombardeó, por error, un edificio tomado por tropas afganas en la provincia sureña de Helmand. En el ataque murieron 16 policías, según el portavoz del gobernador de la provincia.

EEUU, de hecho, aseguró que se había marcado el objetivo de acabar de una vez por todas con el Estado Islámico en Afganistán antes de que acabe el 2017; una tarea que, por el momento, vistas la gran cantidad de atentados en los últimos meses, parece lejos de cumplirse.

En 2016, 3.498 civiles murieron a causa de esta guerra. La cifra de 2017—de casi 1.700 muertos en sólo siete meses, 243 cada mes, ocho al día— se acabará quedando corta. La guerra, en Afganistán, parece no tener fin.