¿Quién va ganando esta guerra?
Hace doce años que los yihadistas atentan en el Reino Unido. El primer gran ataque se perpetró en julio del 2005, un año y cuatro meses después de que murieran 190 personas en las bombas del 11 de marzo en Madrid. El blanco de los terroristas de Al Qaeda fue entonces los países cuyos jefes de Gobierno aparecieron risueños en la fotografía de las Azores, junto al entonces presidente de EEUU, George W. Bush.
Esa imagen fue el preludio de la invasión de Irak, acción militar gestada en la mentira y al margen de la legalidad internacional y que se ha llevado la vida de centenares de miles de personas, la gran mayoría civiles, muchos de ellos niños y adolescentes como los de Manchester. Los menores muertos bajo las bombas de los aliados a los largo de estos últimos años, ya sea en Irak, Siria o Afganistán, forman parte de los denominados «daños colaterales».
A lo largo de este siglo, los ataques de Al Qaeda, el Estado Islámico y grupos afines han sacudido a un buen número de países del mundo y han extendido el terror por todas partes. «Uno ve que pasan esas cosas en las noticias constantemente pero nunca piensas que te va a ocurrir a ti”, dijo Oliver Jones, un joven de 17 años superviviente del atentado en el Manchester Arena.
En aras a la seguridad, los gobiernos amenazados se afanan en crear muros protectores que suponen recortar libertades y derechos democráticos, ya sea a través de sofisticados sistemas de espionaje o decretando estados de emergencias, en el caso de Francia. Medidas que no impiden, sin embargo, que nacionales radicalizados e incluso fichados por la policía, como es el caso del suicida de Manchester, lleven a cabo matanzas con Kaláshnikov o con cinturones de explosivos.
CULTURA DEL MIEDO
Hoy es el Ejército del Reino Unido el que ha salido a la calle y no hace muchos lo hicieron los soldados belgas, mientras que en Italia hace ya tiempo que los militares patrullan fuera de sus cuarteles, pertrechados con modernos equipos bélicos. A los uniformados, policías o soldados, hay que sumar los agentes de paisano y las miles de cámaras que captan cualquier incidencia en las ciudades y grandes poblaciones. Se impone la cultura del miedo, el escenario ideal para los terroristas.
Y mientras tanto, las democracias occidentales siguen apoyando y vendiendo armas a regímenes como el de Arabia Saudí, madre de la medieval doctrina wahabista de la que han mamado tanto los jefes como los hombres bomba de Al Qaeda y el Estado Islámico; toleran a militares que echan del poder a presidentes electos, como es el caso de Egipto, cuyo régimen mantiene entre rejas a más de 62.000 presos políticos; muestran su incapacidad para poner freno a la expansión de colonos israelís en la Cisjordania ocupada, alentada por el gobierno derechista del primer ministro Beniamin Netanyahu; o se ven obligadas a unir fuerzas para evitar que la extrema derecha les arrebate el poder a través de las urnas.
¿De qué sirve tener la madre de todas las bombas si ellos disponen de tipos cegados por el oido y sedientos de venganza capaces de activar los explosivos caseros que tiene adosados en el cuerpo en medio de niños y adolescentes? ¿Quién va ganando esta guerra?
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