ANÁLISIS

El clan de los Bush persigue su triplete

ALBERT GUASCH

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Si gana Jeb Bush en noviembre del 2016, su apellido se convertirá en el más importante de la historia política de Estados Unidos. Los Adam, los Harrison y los Roosevelt sentaron a dos de los suyos en el sillón presidencial. Con Jeb serían tres los de su clan. Un orgullo para la familia. Triplete sin igual. Pero, paradójicamente, para lograr el tercer busto presidencial, el exgobernador de Florida necesita distanciarse de su padre y, sobre todo, de su hermano mayor.

El apellido Bush es una catapulta y a la vez una losa. El apellido conlleva unas conexiones que engrasan como pocos la maquinaria de recaudar dinero. Y sin mucho, muchísimo dinero, no llega muy lejos en una competición presidencial. Sus abundantes cenas, fiestas y actos sociales de los últimos seis meses se han planteado para recoger tantos cheques como fuera posible y presentarse así como el candidato inevitable, el preferido del 'establishment', intimidar y descolgar al máximo de aspirantes de la manada republicana.

El apellido, a la vez, le emparenta con la guerra de Irak, aún un hueso en el gaznate que no baja. Recientemente dio cuatro respuestas distintas en cuatro días sobre si habría actuado igual que el belicoso George W. El tema se le atraganta. Le está costando ser buen candidato sin dejar de ser buen hermano. Se supone que es una debilidad que con la ayuda de sus asesores irá musculando.

Jeb no anda tampoco sobrado de carisma. No es de los que se suben en un atril y ponen la piel de gallina de las masas con una retórica palpitante. Al contrario. Se parece en eso a su 'daddy' y a su 'bro'. Pero dicen de él que sabe cultivar relaciones, ganarse a audiencias reducidas y proyectarse como una estrella cercana, de los que recuerdan nombres y envían luego notas manuscritas.

Todo eso es bonito, claro, pero a la larga su mejor cualidad, expuesta como un reproche por un bloguero de tendencias demócratas, es que «habla como un moderado pero gobierna como un conservador». Valdría para superar al pelotón republicano y plantar cara después a Hillary Clinton sin caer en graves contradicciones.

PERFIL DE HALCÓN

Marido desde su juventud de una mexicana que aún habla un inglés con fuerte acento hispano, elude el gregarismo republicano en materia de inmigración y apuesta más por la regularización que por las vallas y la expulsión. Por lo demás, sobre todo en política exterior, tiene perfil de duro y rudo halcón: se opone al acuerdo nuclear con Irán; se declara fan incondicional de Israel y Netanyahu y al principio dijo incluso oponerse a la normalización de las relaciones con Cuba.

De entrada, y volvamos al concepto de la losa, debe limar ese 42% de republicanos e independientes que aseguran que jamás votarían a un Bush, gente que piensa como Barbara, su simpática madre, que alegremente dijo un día que con dos Bushes bastaba. No lo repetirá. El clan ambiciona prolongar la dinastía. Pero fácil no será. Ya se sabe que los tripletes cuestan muchísimo.