Ucrania, la trastienda de rusia

Crimea, el regalo envenenado

fanático del maízNikita Kruschev, que mandó sembrar mazorcas en Kazajistán, Siberiay los Urales, en la portada de 'Life',en octubre de 1959.

fanático del maízNikita Kruschev, que mandó sembrar mazorcas en Kazajistán, Siberiay los Urales, en la portada de 'Life',en octubre de 1959.

OLGA MERINO

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La península de Crimea, que en marzo decidió de forma abrumadora abrazarse a Moscú con el 96,77% de los votos en un referendo secesionista, había pertenecido a Rusia durante siglos y hasta la muerte del dictador Iosif Stalin. Fue el 25 de enero de 1954 cuando su sucesor, Nikita Kruschev -primer secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética entre 1953 y 1964-, decidió regalarla a los ucranianos en un gesto de buena voluntad para conmemorar el 300º aniversario de la anexión de Ucrania al imperio zarista. La decisión se tomó en apenas 15 minutos durante una sesión del Presidium del Comité Central del PCUS, y nadie se atrevió a alzar la voz. El gesto, que en la coyuntura actual puede parecer descabellado, estaba entonces cargado de simbolismo y sentido.

Aunque ruso étnico, Kruschev había nacido en la aldea de Kalínovka, cerca de la frontera actual entre Rusia y Ucrania, y fue en esta última exrepública donde se abrió paso dentro de la compacta jerarquía soviética. La decisión de desgajar Crimea de la madre Rusia pretendía restañar viejas heridas, sobre todo el recuerdo de la terrible hambruna (holodomor) que asoló Ucrania, a pesar de ser considerada el granero de la URSS, a resultas de la forzosa colectivización agrícola decretada por Stalin en los años 30 y que segó la vida de millones de personas. También la exrepública soviética había sido uno de los territorios más duramente castigados durante la segunda guerra mundial.

Resentimiento tártaro

No fue solo generosidad calculada de Kruschev, sino también una vía para solucionar un problema demográfico en Crimea, ahora ocupada de facto por los rusos. Antes de la contienda mundial, la península había sido el hogar de al menos 300.000 tártaros, y aun cuando solo un puñado de ellos había colaborado con los nazis durante la ocupación, Stalin dispuso en 1944 que la comunidad en su conjunto fuese deportada a las estepas de Asia Central. Con el traspaso de esta joya a orillas del mar Negro, que durante años fue el balneario de verano para los mandamases soviéticos, Kruschev pretendía reemplazar a los tártaros desterrados con campesinos de la devastada Ucrania. Entre los años 80 y 90, la minoría tártara emprendió el progresivo regreso a Crimea, y de forma explícita han apoyado desde el principio a los resistentes de la plaza de Maidán. Por resentimiento contra Moscú.

Veterano de la sangrienta batalla de Stalingrado, Kruschev fue un dirigente de decisiones controvertidas, como la de sembrar con maíz millones de hectáreas en las «tierras vírgenes» de Kazajistán, Siberia occidental, el norte del Cáucaso y los Urales. Una obsesión que le valió el sobrenombre de kukuruznik (fanático del maíz). Era obligatorio cultivarlo en esos territorios, de la misma forma que Catalina la Grande había forzado a los campesinos a sembrar patatas. La idea inicial consistía en superar a Estados Unidos en la producción de carne, leche y mantequilla en un plazo de tres o cuatro años, de manera que la producción de mazorcas serviría para alimentar al ganado. Se emplearon miles de tractores y cosechadoras, pero la operación resultó a la postre un fracaso estrepitoso por la falta de fertilizantes, la sequía y la erosión del suelo. También fue Kruschev quien en 1956 envió tanques a Hungría.

Aunque el Presidium lo destituyó en octubre de 1964 por sus «planes sin fundamento y proyectos basados en ilusiones», nada parecía presagiar que cuando el dirigente traspasó la península a los ucranianos, la Unión Soviética se desmoronaría como un castillo de arena en 1991.

Tras el desplome y la independencia de Ucrania, hubo que dividir entre ambos países la antigua flota soviética del mar Negro. En 1997, se firmó un contrato de arrendamiento para que los barcos de guerra rusos pudiesen seguir fondeados en las bases de Crimea, a cambio de que Moscú se comprometía a pagar 98 millones de dólares al año hasta 2017.

Hace tres años, ya con el defenestrado Víktor Yanukóvich en la presidencia de Ucrania, se llegó a un nuevo acuerdo para prorrogar el contrato de arrendamiento hasta el 2042. En contrapartida, Ucrania obtuvo el 30% de descuento sobre el precio del gas natural ruso durante 10 años. Rusia no está dispuesta a desprenderse de un territorio que considera parte de sí misma.