UNA VICTORIA ANUNCIADA
Crimea se va a Rusia
Crimea siguió el guion establecido, el que ha colocado a Rusia y a Occidente en su peor crisis desde la época de la guerra fría. Entre eufóricos, encolerizados algunos y determinados otros, una gran mayoría del millón y medio de crimeanos con derecho a voto acudieron ayer a las urnas para dar un giro radical al futuro de la península. Sus opciones pasaban por unirse a Rusia o regresar a la Constitución de 1992, abolida en 1995 por el Parlamento ucraniano y que preveía la ampliación de los poderes autonómicos. El resultado fue aplastante: con el 50% de los votos escrutados, el 95% de los crimeanos eligió ser parte de Rusia.
Al cierre de los colegios electorales, en Simferópol, la capital, se desató la previsible celebración. Entre cantos y danzas, centenares de prorrusos salieron a las calles. A ratos, parecía que Crimea entera había ganado la lotería. «Volvemos a casa», lanzó el dirigente separatista crimeano Serguei Axionov a la multitud que celebraba en las calles la victoria de la independencia y de la adhesión a la Federación rusa.
Las banderas de Rusia ondeaban por doquier. Delante del Parlamento, los cosacos sacaban pecho en formación militar. En los alrededores de la plaza Lenin, entre milicianos, soldados y unidades policiales berkut se produjeron atascos, mientras el escenario preparado desde la mañana rugía con músicas tradicionales y se disparaban fuegos artificiales.
Según los datos de las autoridades locales, los crimeanos votaron en masa. A media jornada, lo había hecho ya el 54% de los censados y al cerrar las urnas, la cifra superaba el 80%. La alta participación era evidente en los colegios electorales durante toda la jornada, aunque las cifras son las que dieron los observadores solo acreditados por Rusia.
Los crimeanos iban a votar en ambiente festivo, ignorando por completo que su decisión ha desatado una gran crisis regional e internacional cuyas consecuencias están aún por determinar. De momento, la Unión Europea (UE) y Estados Unidos ya han dejado claro que no reconocerán los resultados de una consulta que consideran «ilegal».
Desde muy temprano, los votantes prorrusos se presentaron en las urnas, esgrimiendo su desacuerdo con el Gobierno interino de Kiev, llegado al poder tras tres meses de protestas e integrado también por fuerzas ultranacionalistas. «Los ucranianos nos llaman traidores pero son ellos que los nos han traicionado con su revuelta fascista en Kiev», afirmaba Alexandra Gregoriona, de 83 años.
«QUIERO SER RUSA» / «Ninguna nación occidental hubiera permitido que la oposición de su país pusiera en llamas la principal plaza de su capital y tomara el poder con la violencia», explicó Tatiana Bridko, una profesora de inglés prorrusa. «Mis abuelos eran alemanes y fueron asesinados por los rusos durante la segunda guerra mundial. Pero los he perdonado y hoy quiero ser rusa», contó esta mujer, de 34 años.
Tampoco eran pocos los que argumentaban que su fidelidad a Rusia tenía mucho que ver con el doble discurso de las potencias occidentales. «El problema es que las políticas de los poderosos del mundo tienen un doble rasero. ¿Por qué Kosovo sí y nosotros no?», se preguntaba Igor Kondrashov, un empleado público de 47 años, para añadir: «Los europeos no nos entienden y toman decisiones basadas en su visceral rusofobia». «En todo caso, lo que ocurre aquí es un asunto entre Europa y Rusia, no de EEUU», afirmaban Zahar y Julia Bogdanov, una pareja que había votado en las cercanías del Parlamento. «Voté por la reunificación. Somos rusos y acabamos en Ucrania por cosas del destino, cuando nos regalaron en 1954», comentaba otra votante.
TEMOR DE LOS TÁRTAROS / El júbilo de los prorrusos chocó, sin embargo, con las miradas perdidas y el visible nerviosismo de los proucranianos y de los tártaros, que desertaron en masa las urnas. «Los crimeanos han sido manipulados», sentenció Alexánder Morotzv, un proucraniano que considera el referendo «ilegal y fraudulento».
La votación transcurrió entre una tensión militar creciente. El Ministerio de Defensa ucraniano informó de que Rusia ha elevado a 22.000 la cifra de soldados presentes en la península, muy por encima del acuerdo alcanzado entre ambos países.
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