La crisis ucraniana

¿Dónde están los tártaros?

Protesta 8 Mujeres tártaras y ucranianas protestan ante un edificio ocupado por paramilitares prorusos en el pueblo de Bajchisarái, en Crimea.

Protesta 8 Mujeres tártaras y ucranianas protestan ante un edificio ocupado por paramilitares prorusos en el pueblo de Bajchisarái, en Crimea.

IRENE SAVIO / Simferópol

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Una inquietante pregunta flota en el ambiente desde hace días en las ciudades de la península de Crimea«¿Dónde están los tártaros?» Casi nadie, ni los dueños de los decaídos hoteles turísticos de la isla, ni las decenas de jóvenes vagantes de las calles de Simferópol y sus alrededores, ni los usualmente bien informados taxistas, saben la respuesta. Aparte de algún que otro político y algún activista, lo cierto es que la comunidad tártara, de mayoría musulmana y que representa el 14% de la población de esta región de dos millones de habitantes, parece haber desaparecido de la península.

«Pues no lo sé. No me había hecho la pregunta», explica Nikita Yurenev, un joven ucraniano en cuyas venas corre sangre rusa, bielorrusa y polaca. Y añade: «Son gente bastante pacífica, quizá están manteniendo un perfil bajo». Ante la gravedad de la situación en Crimea, en realidad, es difícil saber si los tártaros se han encerrado en sus casas. O si están planeando acciones de calado para resistirse a la avanzada de la amalgama de fuerzas rusas y prorrusas que se han desplegado en la isla. O si, como dicen algunos, se están yendo de la isla.

Según Vilor Osmalov, uno de los representantes de esta comunidad, los tártaros «tienen miedo porque creen que, si la situación degenera, ellos serán las primeras víctimas de las represalias». Porque históricamente esta comunidad ha sido hostigada desde el siglo XVII, porque está abiertamente a favor del Gobierno de Kiev y porque es la comunidad que más ha apoyado desde el principio la unión de Crimea al resto de Ucrania. «Aunque no tenemos datos precisos, al menos unas 100 familias ya se han ido de la península y están en Ucrania», indica a este diario Osmalov.

Recelo ante las nuevas autoridades

Al constituir los tártaros la principal resistencia al separatismo de Crimea y, por ende, al referendo del 30 marzo -no autorizado por Kiev-  lo que no es difícil entender son las razones por las cuales los tártaros de Crimea ven con recelo las nuevas autoridades crimeas.

El Parlamento de Simferópol sigue completamente tomado, con encapuchados armados con kalashnikov y uniformes sin insignias que impiden el acceso. Las calles están patrulladas por bandas -la mayoría de entre 30 y 40 años y aspecto de pandilleros- que vigilan las calles y algunos de los cuales llevan pulseras de tela roja o naranja con franjas negras (los colores del imperio ruso) en sus brazos. Y, de repente, la tensa calma es interrumpida por estampidas de vehículos que hacen sonar los claxons y ondean banderas rusas.

Fue un líder tártaro, el diputado Refat Chubárov, quien el que el pasado jueves anunció que un grupo armado había tomado el Parlamento de Crimea y recordó las persecuciones de los tártaros. Las cuenta muy bien el historiador Orlando Figes, que explica cómo Catalina II de Rusia (1729-1762) repartió las tierras de Crimea entre los nobles del imperio de los zares y empezó con las expulsiones.

Sin armas

En 1944 también Josef Stalin se ensañó con ellos, deportándolos a Siberia con el falso pretexto de supuesto colaboracionismo con los nazis. Y, aun así, volvieron a Crimea en las últimas décadas. «Tengo miedo. Pero hemos vuelto y no nos iremos. Si vienen a por nosotros, nos quedaremos aquí y resistiremos hasta el final», asevera la tártara Shefina Ismailovra, quien, cuando fue deportada a Uzbekistán en 1944 tenía un año de edad. «Son ellos (los paramilitares prorusos) que están aquí de forma ilegal. Nosotros no tenemos armas», añade Zenife Seydametova, una traductora de inglés.

Shefina y Zenife, como un centenar de otras mujeres de Bajchisarái, la principal ciudad tártara de Crimea, salieron ayer por primera vez a protestar ante una estructura ocupada por paramilitares. «Nuestras familias están en nuestras casas, pero nosotras hemos venido porque creemos que no dispararán contra mujeres», explica Arzi.