análisis

Un paso adelante en la transición turca

Partidarios del 'sí', ante la sede del partido de Erdogan, el domingo.

Partidarios del 'sí', ante la sede del partido de Erdogan, el domingo.

Joan Clos

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El electorado turco se ha pronunciado, después de una disputada campaña, a favor de la propuesta de reforma constitucional con un resultado del 58% a favor y el 42% en contra, con un 77% de participación.

La reforma versa sobre aspectos que en nuestro país no requieren modificación constitucional y se han resuelto con leyes orgánicas, como son los temas del Defensor del Pueblo, la ley de protección de datos o la de las Fuerzas Armadas.

Nuestra situación es la de una Constitución corta, de principios básicos y consensuada. En cambio la Constitución turca, que se redactó después del golpe de Estado de 1980, es larga y detallista (para dejarlo todo atado y bien atado), y de aquí la necesidad de modificarla con cierta periodicidad.

Para entrar en la UE se han hecho muchos cambios en Turquía y quedan también, dados estos antecedentes, muchos por hacer. Tanto es así que la reforma aprobada ayer es un paso más en el camino del asentamiento de un conjunto de nuevos valores, nuevos equilibrios de poder (checks and balances) más consonantes con una sociedad industrializada cada vez más avanzada.

El propio primer ministro reconoce que en el futuro seguramente se deberá proceder a la redacción de una nueva Constitución, esta sí consensuada, y por ello probablemente más de principios y menos de detalle.

De momento, el paso dado refleja la dura dialéctica entre el kemalismo laico de la zona geográficamente más próxima a Europa, que ha defendido el no, y las emergentes clases media y la más modesta, ambas ubicadas en el centro y el este del país, que han defendido el . Estos grupos piden constantemente paso para ejercer el poder no tan solo en las instituciones sujetas a la batalla electoral -como en las elecciones generales, lo que ya han conseguido desde hace algunos años-; ahora piden también el gobierno del Estado profundo, es decir, del Ejército y de la judicatura.

A pesar de lo bronco del combate político, la realidad del país es que las clases medias emergen con fuerza y piden todos y cada uno de los derechos consolidados en Europa; es decir, una buena educación, una buena sanidad, buenas pensiones, vacaciones y todos y cada uno de los bienes públicos que constituyen el estándar europeo. También están en el camino de reconocer que estos bienes no son gratuitos y que habrá que pagarlos con impuestos, pero esto es harina de otro costal.

Dicho de otra manera, Turquía está en plena transición desde una sociedad rural y tradicional hacia una sociedad industrial y del bienestar, y el referendo ha sido un paso más en este complejo y delicado camino del cambio, donde cada uno va acomodándose a las nuevas exigencias de los tiempos. Un camino no exento de riesgos por la complejidad inherente a la política turca, por lo delicado de los equilibrios en Oriente Próximo, y por el papel de país modelo para sus vecinos, que ven con admiración cómo un país de mayoría musulmana se industrializa, goza de crecimientos espectaculares, alcanza los 12.000 dólares per cápita y se sitúa ya en el grupo de las 20 economías más importantes del mundo. En varios aspectos, un período de transición semejante a lo que nos sucedió a nosotros entre 1975 y 1985.