Noches de verano | Por Emma Riverola

La noche en blanco y negro

El arte que emana de la desolación puede resultar especialmente luminoso o la literatura que explora el duelo, paradójicamente balsámica

Lluvia de las Perseidas.

Lluvia de las Perseidas.

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Emma Riverola
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Escritora

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El hombre deambula por la noche de San Petersburgo. Una noche blanca, es el solsticio de verano. Le pesa la soledad y llena el vacío recorriendo la ciudad. Un soñador. En uno de esos paseos se encuentra a una mujer. Los encuentros se repiten durante cuatro noches. Paréntesis de ensueño que le hace tocar la felicidad con la punta de los dedos. Pero el hechizo se rompe. “¡Dios mío! ¡Solo un momento de bienaventuranza! Pero, ¿acaso eso es poco para toda una vida humana?”, exclama el personaje de Dostoievski. Última frase de ‘Noches blancas’, una novela de juventud y un argumento eterno: el amor no correspondido. ¿Cuántas obras se habrán compuesto bajo la luminosa excitación del enamoramiento o el negro lamento de la pérdida?

Beethoven ya había cumplido 30 años. Giulietta Guicciardi no llegaba a los 20. Ella era la alumna de aquel músico brillante, ya aquejado por una incipiente sordera. “Ahora vivo más feliz”, escribió Beethoven a un amigo. Se confesaba enamorado, pero también revelaba la imposibilidad de casarse: la familia de ella se oponía. El hombre se quedó sin boda, pero la humanidad ganó la ‘Sonata para piano nº 14’, obra que el músico dedicó a Guicciardi y resultó especialmente innovadora, al aunar la ensoñación con la desolación. De la tibia luz del misterio a la sombra de la tragedia y la rabia. Aseguran que Beethoven llegó a partir algunas cuerdas durante el estreno de la obra. Después de su muerte, el poeta romántico Ludwig Rellstab rebautizó la pieza como ‘Claro de luna’. El primer movimiento le evocaba un barco flotando a la luz de la luna en el lago de Lucerna, en Suiza. Más de un crítico se ha llevado las manos a la cabeza con el apodo, al considerarlo absurdo para un movimiento que tiene carácter casi fúnebre.

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Las noches de agosto acogen el espectáculo de las lluvias de estrellas. Ese fenómeno que se produce cuando la Tierra atraviesa una nube de escombros cósmicos. Para griegos y romanos, su aparición era una señal que auguraba que algo bueno o terrible había sucedido o estaba a punto de suceder. Las Perseidas reciben el nombre de Perseo, el semidiós griego que mató a Medusa protegiéndose de su mirada con el escudo. De las múltiples interpretaciones que se le han dado al mito, una de ellas invoca el poder del arte. Como el escudo de Perseo, nos permite mirar lo terrible sin que el terror nos venza. Estas noches, el arte se produce sobre nuestras cabezas. Atravesamos corrientes de desechos cósmicos y la luz de una poesía nocturna salpica la cúpula del cielo. 

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