Gente corriente

Richard Twagirimana: "Compartíamos una mazorca de maíz entre diez hermanos"

La historia del sacerdote de Burundi que atiende una parroquia de Badalona.

zentauroepp45704711 badalona 31 10 2018 richard twagirimana  vicari de la parroq181114131203

zentauroepp45704711 badalona 31 10 2018 richard twagirimana vicari de la parroq181114131203 / ÁLVARO MONGE

3
Se lee en minutos
Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

ver +

¿Qué hace un sacerdote de un país africano azotado por la pobreza y la violencia en Badalona? La falta de vocaciones ha llevado a religiosos como Richard Twagirimana (Burundi, 1972) a atender parroquias catalanas. Acostumbrado a escuchar a los demás durante horas, el sonriente vicario de la iglesia de Santa Maria de Badalona accede esta vez a hablar de sí mismo.

¿Cómo debo llamarle? ¿Richard, 'mossèn', vicario?

Vicario no, ¡por favor! La gente me llama Richard y ya está (ríe).

¿Podría describir el paisaje de su infancia?

Vivía en Burundi con mis padres y diez hermanos. Teníamos una casa pequeña, de madera y adobe, y cultivábamos la tierra. Allí crece maíz, trigo, boniatos, plátanos, judías… Además, cada familia tiene una plantación de café y té. Mi madre nos enseñaba a compartir lo poco que teníamos. A veces compartíamos una mazorca de maíz entre los diez.

¿Cómo se comparte una mazorca entre diez?

Los granos de la mazorca forman unas líneas y cada hermano elegíamos una línea por turnos, sin quejas.

Pese a todo pudo estudiar.

Mi padre nos premiaba por estudiar. Cuando era el primero de la clase me daba un dinero con el que me alcanzaba para comprar unos pantalones cortos.

La guerra interrumpió sus estudios.

Estaba en bachillerato cuando estalló la guerra, en 1993. Huí de noche a Tanzania, caminando, porque te obligaban a matar a tus compañeros o incluso a tu propia madre si no era de una etnia determinada. En la escuela de mi hermano encerraron a los alumnos en una gasolinera y los quemaron vivos. Él se salvó saltando por una ventana.

Al cabo de un año volvió a Burundi, estudió Filosofía y Teología y se ordenó sacerdote.

Mi padre era catequista y yo quería ser sacerdote desde los 6 años. En Burundi un sacerdote hace de todo, sobre todo de psicólogo. Estás en el despacho de seis de la mañana a seis de la tarde y tienes mil personas esperando para hablar contigo. El mero hecho de hablar ya les ayuda y si hay un problema familiar intentamos resolverlo. Allí la gente escucha más al ‘mossèn’.

En 2010 llegó a Badalona a través de un convenio entre obispados. ¿La gente se sorprendió al verle?

La gente se acostumbra rápido a un sacerdote. Al principio me daban la bienvenida y me preguntaban de dónde venía y qué quería hacer aquí. Pero yo no hablaba ni castellano ni catalán y solo se me ocurría sonreír. Sin la palabra te sientes completamente aislado y llamaba a mi casa cada día para hablar con alguien.

¿Se ha curado la nostalgia?

Cuando aprendí la lengua y pude comunicarme, me fui adaptando poco a poco. Pero vuelvo a casa por lo menos una vez al año para estar con mis padres y mis hermanos: lo necesito. 

¿Qué aporta que lo distinga de un sacerdote local?

No lo sé. Yo doy lo que tengo por mi experiencia y según tenga la inspiración. Escucho, leo y estudio para poder orientar a las personas. Cada uno tenemos nuestros propios dones.

¿Cuál es el suyo?

Nadie me lo ha dicho y por lo tanto no lo puedo saber (ríe). Pero los jóvenes dicen que se sienten a gusto hablando conmigo.

¿Le han sorprendido las desigualdades que ha visto aquí?

A Burundi nos llega ropa de Cáritas y pensamos que es porque aquí tenéis de sobra, que no os falta de nada. Hay cosas muy buenas, como la sanidad, pero jamás hubiera imaginado que aquí vería gente viniendo a buscar la misma ropa de Cáritas. ¿Cómo es posible este nivel de consumismo cuando hay gente que no tiene nada? ¡Han entrado a robar más de diez veces en la parroquia!

Noticias relacionadas

¿Qué dice su familia cuando les cuenta estas cosas?

No lo puedo contar. No me creerían.