45 aniversario

La Sala Dalmau afianza Consell de Cent como la calle de las galerías de Barcelona

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La Sala Dalmau, en los bajos de la Casa Lleó Morera, un referente de Consell de Cent que cumple 45 años.

La Sala Dalmau, en los bajos de la Casa Lleó Morera, un referente de Consell de Cent que cumple 45 años. / MARC ASENSIO

Carles Cols

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La esperanza de vida de los barceloneses al nacer era de 45 años en 1927 y esa es la edad que cumple este año la Sala Dalmau, así que, de entrada, parecerá muy joven, pero es casi la decana de las galerías de arte de Consell de Cent, donde no han sobrevivido, víctimas de la pandemia de los alquileres, media docena como poco de otras tiendas de arte célebres que prestigiaban esa calle.

Fue una etapa, la de los adioses o mudanzas de Dau al Set, Taché, Senda, Joan Prats y Gaspar, que mereció no pocos titulares en la prensa, como si aquello fuera camino de ser una extinción, así que en justa correspondencia hay que reseñar ahora que Consell de Cent continúa siendo la calle de las galerías, y con renovada energía desde su reurbanización como bulevar de paseo, y la Sala Dalmau, con ese escaparate tan deliciosamente parisino, tiene mucho que ver con ello.

Cuarenta y cinco años es, de entrada, un aniversario poco redondo. Como diría Jorge Luis Borges, algo extraño para los devotos del sistema decimal. Nació la Sala Dalmau en 1979 en los bajos de la Casa Lleó Morera, el final de una década en la que aquella esquina y un poco todo el conjunto de la Manzana de la Discordia era observada con indiferencia en esta ciudad. La inauguró Francesc Draper, mano a mano con su hija Mariana, hoy aún al frente de la galería, pero decidió no bautizar la sala con su apellido, sino que, con permiso, tomó prestado el de uno de los históricos marchantes de Barcelona, Josep Dalmau, un galerista que fue la clave de bóveda indispensable para que esta ciudad fuera hace más de 100 años la repanocha internacional en el mundo del arte, con la primera exposición colectiva del recién nacido cubismo, la presentación en sociedad de Joan Miró y Salvador Dalí y la consolidación de Juan Gris, entre otros hitos. ‘Pas mal’.

Nicole y Apel.les Fenosa, Francesc Draper y Josep Granyer, en 1981, delante de la galería.

Nicole y Apel.les Fenosa, Francesc Draper y Josep Granyer, en 1981, delante de la galería. / Sala Dalmau

Pero si por algo despunta la Dalmau renacida en 1979 es por la profunda admiración por Joaquín Torres García (1874 – 1949), así que la decisión de soplar 45 velas este año y no esperar a los 50 tiene mucho que ver con el hecho de que este 2024 es el 150 aniversario del nacimiento de aquel pintor uruguayo, un referente y predicador del constructivismo pictórico en el que fue su Taller de Montevideo.

Para conmemorar esa fecha, Mariana Draper anda enfrascada en la preparación de una emocionante exposición que se inaugurará el próximo 17 de septiembre y en la que hasta finales de octubre se mostrarán en las salas de la galería obras de Torres García que se atesoran en colecciones particulares de Barcelona y que en su día fueron compradas ahí. Será una suerte de feliz reencuentro de obras hoy dispersas que servirá para reivindicar a aquel pintor y su influencia, pero, también y sobre todo, para hacer hincapié en el papel que las galería de arte de Barcelona han ejercido como faros de los movimientos culturales antes de que estos den el salto a los museos.

Mariana Draper, en la galería, con un cuadro de Torres García.

Mariana Draper, en la galería, con un cuadro de Torres García. / MARC ASENSIO

Reconoce Draper que para la Sala Dalmau y antes para las Galeries Dalmau (que tuvo hasta tres direcciones postales en la ciudad, ninguna en Consell de Cent), que Torres García es una pasión muy particular, por lo que intentó irradiar entre sus seguidores, que no por nada le llamaban ‘el Maestro’. Pero subraya Draper que, como corresponde, las galerías practican una sana infidelidad, son promiscuas, siempre dispuestas a iniciar una relación con otros creadores, aunque siempre dentro de una misma corriente, con coherencia, y, si cabe, reivindicar nombres que merecerían ser más conocidos, como J. Fin, sobrino de Picasso, porque al fin y al cabo esa es la tarea de este tipo de tiendas en la ciudad, proponer fuera de los márgenes de la comodidad de los gustos vigentes. Nunca está de más recordar que cuando la primera Dalmau organizó la primera exposición de Miró en Barcelona, no solo no vendió ni un cuadro, sino que la rechifla entre los críticos de arte fue sonora y, con el tiempo, un bumerán que se les volvió en contra.

Será en septiembre, cuando la galería celebre formalmente sus 45 años, la ocasión para recordar algunos de sus más célebres momentos, como aquel 1996 en que la tienda resucitó, en el marco de un homenaje a Manuel Ángeles Ortiz los pictóricos decorados de ‘Un retablo para Maese Pedro’, un teatrillo inspirado en la obra de marionetas de Manuel de Falla que allí, en el 349 de Consell de Cent, fue toda una fiesta.

La calle de las galerías

Pero, hasta entonces, lo que antes merece ser destacado es que tras un año de duras obras, el tramo central de esa calle, ahora renacida como bulaver, sigue siendo la de las galerías, con la Gothsland, la Mayoral, la Fernando Pinós, la Joan Gaspar, la Eude, la Jordi Barnadas, la 3 Punts y, por supuesto, con ese portal y esa tipografía tan especial, la Sala Dalmau.

Recuerda que Draper que las obras de reurbanización fueron un sinvivir, pero reconoce de inmediato que la vitalidad de la calle ahora es excepcional. Más allá de la nueva arquitectura de Consell de Cent, hay una letra normativa en el proyecto que no debería ser pasada por alto, como el hecho de que, al menos en esta ocasión, un plan de usos previo ha evitado la catástrofe comercial sucedida en otros puntos de la ciudad con gran tirón, como Enric Granados y la Sagrada Família. La restauración, con las terrazas que eso comporta, no puede crecer más allá de lo ya había antes de la reformulación de la calle y eso, a fin de cuentas, propicia que en un mismo paseo por Consell de Cent se pueda ir de la churrería de la esquina de Villarroel a la mercería de la de Girona y, por el camino, contemplar una mixtura comercial muy de la Barcelona de antes, con ese plus que aportan las galerías de arte.