Actuación reivindicativa

El Taller Masriera renace como teatro con un Chéjov por sorpresa

Los secretos ocultos del Taller Masriera

Acción sorpresa para reivindicar que el Taller Masriera sea un teatro. Dos actores han representado una obra de Chejov

JORDI OTIX

Carles Cols

Carles Cols

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Era la última visita guiada del año a las entrañas del Taller Masriera, esa desconcertante réplica del auténtico templo romano de Nimes construida en 1882 en el número 70 de la calle de Bailèn. Es inevitable girar la vista cuando se camina por esa acera y por eso no es extraño que las periódicas excursiones que se organizan a su interior sean siempre muy demandadas. El edificio es sorprendente y su ‘biografía’, sin lugar a dudas, es fascinante. Allí recitó Federico García Lorca un fragmento de ‘Doña Rosita la soltera’, y eso es solo una pincelada de todo cuanto ha sucedido tras esas monumentales seis columnas corintias que franquean el paso a los visitantes. Pero esta última visita antes de 2024, efectuada poco después de mediodía, ha sido, sin ánimo de abusar de esta palabra, histórica. Sin previo aviso, el grupo y su guía, Mar, se han visto sorprendidos por una obra de Anton Chejov sobre el escenario, porque, sí, en la barriga del Taller Masriera hay además un teatro que, de un tiempo a esta parte, es objeto de un durísimo pulso entre los vecinos del barrio y el ayuntamiento.

Puede que no hubiera un ‘chéjov más oportuno para llevar cabo esta acción sorpresa. ‘El canto del cisne’ es, de entre todas las obra del dramaturgo ruso, la más parecida a un café italiano: corta, intensa, amarga… Solo hay dos intérpretes en escena. Uno de ellos es un veterano actor que ya ha recibido todos los homenajes posibles en vida y que, en un descuido, se ha quedado dormido en el camerino. Es lo que tiene el vodka. Se descubre solo y encerrado en el teatro y conversa en voz alta consigo mismo, pero obtiene la réplica de un empleado, el apuntador, que no está ahí por accidente, sino porque no tiene otro lugar donde vivir. Ya ven, Chéjov escribió la obra en 1887 y las tinieblas de lo inmobiliario jamás se disipan. Pero eso, la perenne crisis habitacional no era el motivo de la acción sorpresa, sino reivindicar, en nombre de la Associació de Veïnes i Veïns de la Dreta de l’Eixample, que el ayuntamiento reconsidere su propuesta de convertir esa finca en la nueva sede de la biblioteca del barrio, la Sofia Barat, actualmente algo estrecha en un interior de manzana de la calle de Girona.

El Taller Masriera, que el ayuntamiento adquirió por 7,5 millones de euros.

El Taller Masriera, que el ayuntamiento adquirió por 7,5 millones de euros. / EP

Ferran Castells no tuvo ningún problema (por algo es actor, aunque el papel no requería gran oficio) para sumarse al grupo que visitaba el teatro como si esta fuera la primera vez que entraba en el Taller Masriera. Puso cara de interés ante todas y cada una de las explicaciones de la guía. A saber: aquel templo neoclásico nació a finales del siglo XIX como atelier de un par de hermanos orfebres y pintores, José y Francisco, y cayó en el olvido porque durante la segunda mitad del siglo XX fue el hogar de una congregación de monjas a las que la ciudad les debe un gran favor. Se instalaron en el edificio sin tocar apenas nada de la etapa intermedia, cuando el Taller Masriera albergó un teatro, el Studium. Incluso la placa con su nombre resistió colgada cuando las monjas eran dueñas del inmueble, aunque fuera de forma oculta debajo de unos motivos religiosos. No fueron aquellas religiosas inmunes, ademas, a ese embrujo. El taller mantuvo con ellas su alma teatral porque abrían las puertas periódicamente para que la chiquillada del barrio interpretara o fuera público de 'Els Pastorets' de Folch i Torres y otras obras convenientes, y para que bajo aquel techo neoclásico se llevaran a cabo actividades extraescolares, vamos, una suerte de ateneo infantil.

El ensayo de 'El canto del cisne, en el local de La Dreixa.

El ensayo de 'El canto del cisne, en el local de La Dreixa. / Jordi Cotrina

Y, entonces, a lo que íbamos, al llegar a la zona del escenario, Castells se ha transformado, ha dejado de ser uno más en la visita y se ha puesto en su papel. Sobre las tablas estaba ya el otro veterano de la interpretación, Josep Maria Mas, este metido en la piel de aquel actor de Chejov al que el sueño le ha vencido y que se despierta olvidado por todos en un teatro abandonado. No hay discusión posible. No podía haber mejor lugar para esta obra. El propio edificio era casi un tercer actor. Con ambos ya cara a cara, se ha desarrollado la obra.

En las semanas previas, bajo la dirección de otra figura del teatro, Lluïsa Mallol, y en el minúsculo local que el Casal de Joves la Dreixa tiene bajo el techo del propio Taller Masriera, han ensayado la pieza, no solo por el simple placer de la interpretación, sino con el noble propósito de ablandar el corazón del concejal del distrito Jordi Valls, que ha heredado del anterior gobierno municipal un auténtico vodevil administrativo.

Se celebraron antes de las últimas elecciones municipales  varias jornadas de participación ciudadana para decidir el futuro del edificio después de que el ayuntamiento lo comprara a una inmobiliaria que pretendía descuartizarlo. Los vecinos, cuando se les dio la oportunidad de opinar, decidieron fuenteovejunamente que el Taller Masriera tenía que renacer como ateneo del barrio, igual que Hostafrancs, Sants o Poblenou tienen el suyo, pero en su caso, además, con el teatro como eje vertebrador. No debería extrañar. La Dreta de l’Eixample es el barrio en el que se incubó la Barcelona de Ildefons Cerdà, un lugar que nació burgués y en el que, en parte por culpa de eso, se ha carecido de ateneos y otras hierbas populares similares, pero que en años recientes, sin embargo, se ha convertido en el hogar de varias academias de interpretación (Memory, Eòlia, El Timbal, Leo Zunda..) la mayoría, lo que son las cosas, muy cerca del Taller Masriera.

Lluïsa Mallol dirige a Ferran Castells y Josep Maria Mas en el ensayo previo al estreno de la obra.

Lluïsa Mallol dirige a Ferran Castells y Josep Maria Mas en el ensayo previo al estreno de la obra. / JORDI COTRINA

Esa unanimidad vecinal descolocó a la autoridad municipal, que desde el primer momento defendió que aquella escalinata y sus seis gigantes columnas podrían ser una fenomenal tarjeta de presentación de la nueva biblioteca Sofia Barat. Valls, eso hay que reconocérselo, se ha abierto a que los arquitectos busquen una solución que permita que bajo un mismo techo convivan el teatro y la biblioteca, que llegado el caso podría estar especializada precisamente en eso, en las artes escénicas. No es esa una idea caprichosa, cuenta Mallol. Las obras interpretables son muchas, el problema para toda compañía, de aficionados o incluso de tipos con gran trayectoria, como Mas y Castells, es seleccionar una que se ajuste a la disponibilidad humana y material. ‘El canto del cisne’, por ejemplo, no sirve ni para uno ni para tres actores, menos aún para varios más. Solo dos, y uno de ellos dispuesto a reivindicar la triste figura del apuntador, alguien capaz de recitar de principio a fin decenas de obras completas y que jamás recibe el aplauso del público.

Lo que Mallol, Mas y Riera han hecho este mediodía ha sido, por lo tanto, mucho más que dar una agradable sorpresa al grupo que visitaba por última vez este año el Taller Masriera. Lo que han puesto sobre la mesa (en este caso, sobre las maderas del escenario) es el eterno debate sobre quién decide qué en la ciudad. Aunque la Dreta de l’Eixample es un barrio aquejado de una incesante gentrificación (sus pisos de grandes dimensiones son un oscuro objeto de deseo por parte de fondos de inversión en busca de altas rentabilidades), también es un lugar en el que hay una esperanzadora primavera vecinal. Una prueba del nueve es su exitosa fiesta mayor, que se celebra a principios de verano, y que al coincidir en fechas y calles con la feria modernista que organizan los comerciantes se ha hecho un hueco en el calendario ciudadano. Pero lo llamativo es lo sucedido estos dos últimos años, en que los jóvenes de la Dreixa han querido celebrar su propia fiesta mayor también en esas fechas. Pese todo, hay vida en la Dreta de l’Eixample. Dejen que se abra paso, han venido a subrayar, por boca de Chejov, Mas, Castells y Mallol.