Tesoros de hierro y madera

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A1-178152431.jpg / JORDI OTIX

Carles Cols

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Si de redibujar con pincel fino la historia del Eixample se trata, del ascensor puede decirse que puso a cada cual en su sitio. En 1921, Juan Pich i Pon, que entonces todavía no era alcalde, pero sí presidente de la Cámara de la Propiedad Urbana, fue el primer barcelonés acaudalado que prefirió trasladarse al ático de su finca porque, además de ser un lugar más soleado y mejor ventilado, simbolizaba a la perfección qué lugar ocupaba él en lo que podría calificarse como la escala trófica social.

Puede que el suyo (porque no se conserva) fuera un ascensor de aquellos que venían amueblados con una banqueta aterciopelada, porque la velocidad de los primeros elevadores era tortuguesca, pero lo que viene al caso no es cómo era aquella unidad con la que Pich i Pin subía hasta la última planta del número 9 de la plaza de Catalunya, sino cómo son esos (como mínimo) 420 ascensores que el Ayuntamiento de Barcelona ha censado ya y que forman parte de un precioso patrimonio histórico colectivo que merece la pena conservar.

Gran Via, 536.

Gran Via, 536. / JORDI OTIX

Esta está siendo una exploración muy paciente. A través de las fichas urbanísticas que guardan los archivos municipales, de la valiosa ayuda del gremio de empresas del sector y de un trabajo de calle (o sea, de ir finca por finca y pedir permiso para entrar), el Ayuntamiento de Barcelona tiene geolocalizados ya 420 ascensores instalados desde finales del siglo XIX hasta 1936. En esta primera fase de búsqueda ha puesto el foco principalmente en el Eixample, con el convencimiento, confirmado por los hechos, de que es ahí donde más ascensores catalogables pueden encontrarse.

Rambla de Catalunya, 65.

Rambla de Catalunya, 65. / JORDI OTIX

Pero el trabajo de campo continuará, ¿con qué objetivo? Preservarlos. El plan, ya ejecutado en un par de casos, prevé proporcionar ayudas económicas a las fincas para que renueven los elementos castigados por el paso tiempo, como las guías, antiguamente de madera, pero que, sobre todo, no se desprendan de los ascensores y los sustituyan por otros más modernos.

Consell de Cent, 331.

Consell de Cent, 331. / JORDI OTIX

En una ciudad abonada a la pérdida de tiendas icónicas (que en ocasiones llegaron a llevar la firma arquitectónica de Antoni Gaudí) por la simple razón de que si el conjunto del edificio no estaba catalogado, los bajos comerciales, tampoco, la iniciativa de asegurar una larga vida a los ascensores es una feliz idea.

Consell de Cent, 331.

Consell de Cent, 331. / JORDI OTIX

Y eso que la llegada del ascensor a Barcelona no pudo ser más accidentada. Aunque sea de forma nebulosa, sin documentos que lo acrediten de forma incuestionable, se supone que el primer ascensor de la ciudad fue el que se instaló en el interior de la columna que sustenta el monumento a Cristóbal Colón. Se construyó con motivo de la Exposición Universal de 1888 y el 1 de junio de 1888 se montó en él, en el viaje inaugural, el alcalde Francesc de Paula Rius i Taulet. Hubo que rescatarle. Se averió el invento.

Gran Via, 538.

Gran Via, 538. / JORDI OTIX

En descargo de los culpables de aquel chasco puede decirse que el ascensor como medio de transporte de personas y no de mercancías era un ingenio mecánico muy joven. No fue hasta 1870 que se instaló el primero del mundo, cómo no y por razones obvias, en Nueva York. El hecho de que pocos años antes la empresa Otis hubiera diseñado un mecanismo de frenado para aquellos casos en que se rompía el cable contribuyó, sin duda, a dar ese paso.

GRan Via, 582.

GRan Via, 582. / JORDI OTIX

El caso de Barcelona, aunque algo posterior en el tiempo, es especialmente interesante porque la irrupción del ascensor corrió paralelamente en el tiempo al parto y posterior crecimiento del Eixample, un territorio inmobiliariamente gigante, que ocupaba una superficie 10 veces mayor que la ciudad intramuros.

Rambla de Catalunya, 63.

Rambla de Catalunya, 63. / JORDI OTIX

Fueron tantos los ascensores de madera que con los años llegaron a instalarse que, a su manera, pasaron a ser parte del paisaje interior de cada finca sin que los vecinos y visitas terminaran por sorprenderse ante su belleza. De ahí que en tantos casos fueran jubilados en nombre de la modernidad y que terminaran astillados en un contenedor.

Diputació, 235.

Diputació, 235. / JORDI OTIX

Una pena, con lo agradecidos cinematográficamente agradecidos que siempre han sido. En uno de esos ascensores regresaba desnudo a casa Juanjo Puigcorbé al final de 'L'orgia', de Francesc Bellmunt, y, con gran naturalidad y para desespero de su madre ("fill meu, tu no estàs bé") conversaba con su vecina que recién salía de su apartamento. En aquella escena, el ascensor hasta debería ser considerado un cuarto personaje porque, aunque callado, proporcionaba credibilidad al diálogo entre los protagonistas. Puede que sea uno de los 420 ahora censados.