Altruistas y sublevados

El finalista del Global Teacher Prize defiende la creatividad y la curiosidad como herramientas para la excelencia educativa Los estudiantes asumen responsabilidades y se autogestionan

M. J. I. / ZARAGOZA

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Es casi la hora del almuerzo y César Bona, que acaba de acompañar a sus alumnos de 5º B hasta el vestíbulo del colegio, no parece tener aún apetito. Desde que supo que era finalista del Global Teacher Prize, apenas ha tenido un momento de asueto, explica. «He recibido un alud de felicitaciones de compañeros y amigos y llamadas de periodistas...», dice. Pese a eso, este licenciado en Filología Inglesa, que da clases en la escuela pública desde hace siete años, no presenta síntomas de agotamiento.

Insiste, antes que nada, en explicar in situ cómo funciona su aula y qué espera que aprendan aquí sus estudiantes. E invita a tomar asiento en los pupitres. Su clase, en el colegio zaragozano Puerta de Sancho, está concebida «como un engranaje en el que cada persona tiene una función», cuenta. Así, en un primer vistazo, llama la atención la distribución de las mesas de trabajo: unas, dispuestas para acoger a cuatro personas; otras, para cinco y, en medio de ellas, una de un único alumno. «Las mesas grandes son los continentes en los que viven los chicos. La pequeña es una isla, que puede ser Creta o Sicilia, donde se sientan alumnos que han de hacer un trabajo individual», explica el maestro.

Hay también unas normas de respeto y de convivencia escritas a todo color en la pared, y una serie de alumnos responsables (no el profesor)  que se encargan de hacerlas cumplir. Y hay, finalmente, estudiantes -y esto ya es menos frecuente- que ejercen funciones como la de la abogada, que media entre el maestro y las personas que han ingresado en la lista negra de los que hablan demasiado, o la del cabecilla de los sublevados, que recoge de forma anónima las quejas, comentarios o denuncias de sus compañeros. «A través de este último, por ejemplo, yo tendría modo de conocer si se produce algún caso de acoso en el grupo», señala. Bona.

«Si la finalidad de la escuela es educar a los niños en la excelencia, como tantas veces dicen las administraciones -reflexiona el maestro-, creo que solo alcanzarán esa excelencia si tienen herramientas para relacionarse con los demás. No importa cuántos idiomas sepan, ni cuántas carreras tengan, si no son curiosos y no se plantean retos a sí mismos», sentencia.

 

Por eso, agrega, él parte de la base de que «los estudiantes, incluso los de 10 años, como los míos, son perfectamente capaces de asumir sus propias responsabilidades. Así adquieren valores como el esfuerzo, la solidaridad y el respeto por los demás». Así, en su clase está también el historiador (que escribe las historias curiosas que ocurren al grupo) y el responsable de la lista blanca de los altruistas, que pone en contacto a los alumnos que se ofrecen a ayudar a sus compañeros en alguna asignatura con los chicos que solicitan recibir un refuerzo en esa misma materia. «Otro de los objetivos del curso es la autoexigencia, y para eso cada cuál debe conocer sus habilidades y sus necesidades», dice el profesor.

«Acaba de llegar, pero ya se nota su presencia», observa Javier Balbás, director del Puerta de Sancho, la escuela donde Bona da clases desde el pasado septiembre. El centro, que sigue un programa para desarrollar las altas capacidades de sus alumnos, es, de por sí, un colegio singular. «Quizás eso fue lo que le interesó para pedir una plaza aquí... En todo caso, para nosotros, su llegada ha sido todo un fichaje», afirma el director.

Y eso que «en las condiciones actuales, con los recursos que disminuyen, con las plantillas cada vez más reducidas y con la formación del profesorado prácticamente desaparecida, no es de extrañar que haya gente tentada de tirar la toalla», lamenta Bona. «Hay que tener mucha vocación para no perder las ganas», subraya.