Tecnología militar para jugar al golf en el centro de Barcelona

Eagle Club es un local con simuladores que pretende simplificar el acceso a este deporte

Una de las cabinas del club de golf urbano Eagle Club

Una de las cabinas del club de golf urbano Eagle Club / Manu Mitru

Paula Clemente

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Innovación tecnológica es que un campo de golf quepa ahora en un cubículo de unos veinte metros cuadrados. O, siendo precisos, en una pantalla del tamaño que sea. En el Eagle Club de Barcelona ocupan una pared entera y están pensados tanto para que un golfista novato asiente las bases de este deporte, como para que un aficionado mejore su técnica o, casi más importante, sacie su sed sin tener que salir de la ciudad. Porque la principal característica de la que presume este pequeño negocio familiar es su ubicación. La segunda, que se sirve de tecnología militar (ya muy habitual en el golf de alto nivel) para que esta versión digital de casi 200 campos de todo el mundo sea lo más realista posible.

Desde fuera, este establecimiento situado en la céntrica calle Muntaner de Barcelona, parece una tienda de material para jugar a golf, pero una vez superada la zona de mochilas, palos y zapato especializado, se suceden tres cabinas separadas con cortinas, cada una con su zona de césped artificial, una lona enfrente que funciona como pantalla y un mueble detrás que es tanto barra de bar como armario para esconder el aparato clave en todo este sistema.

"Es un radar balístico que se inventó para seguir a misiles y predecir su vuelo", introduce el consejero delegado de la empresa, Juan Bascones. "Esto se aplica aquí a la bola: con los 20 primeros centímetros de vuelo, el radar coge todos los parámetros y replica como sería su comportamiento en un campo de golf real", detalla. Así, en este local un jugador le da a la bola como lo haría si esto no fuera un simulador, pero una vez la pelota golpea la lona lo que vuela es una réplica virtual de la misma que se comporta igual que lo haría en un campo. "La mayoría de campos del mundo se han renderizado con drones y se han replicado virtualmente, así que ahora se pueden jugar en cualquier parte del mundo con un ‘software’ virtual", continúa el dueño.

Pero la clave, más allá de la tecnología, es traerla al centro de una ciudad. "Es una forma de pensar más fácil y menos exigente que la que teníamos en España ancestralmente que es apuntarse a un club [que normalmente está a las afueras] y dar boletazos en el suelo", explica el empresario. En sus tiempos buenos, una cuota de entrada a un club de este tipo podía llegar a costar hasta 20.000 y 25.000 euros, y a eso había que sumar pagos mensuales de unos 200 euros. Aquí entrar cuesta 10 euros por persona, y alquilar el simulador una hora, 20 euros por ‘box’.

Además, Bascones cuenta con que de las 28.000 licencias que hay en Barcelona para jugar al golf, 10.000 no tienen club asignado, lo que significa que son jugadores de golf itinerantes a quienes simplificar la vida. Piensan en trabajadores que aprovechen la pausa del mediodía, jóvenes que no puedan permitirse cuotas tan elevadas, padres que traigan aquí a sus hijos como actividad extraescolar y, ahora, en el público extranjero, que ya supone aproximadamente un tercio de su público. "No es un negocio que nos hayamos inventado: en Corea hay 5.800 simuladores en locales como este", apunta.

Este empresario, que en realidad trabaja como psicoanalista, empezó a elaborar la idea cuando la pandemia redujo drásticamente los ingresos complementarios que sacaba de alquilar una casa en verano. Como golfista aficionado pensó en montar un simulador en el garaje de su casa, pero tras quitárselo de la cabeza sus hijos, decidieron montar conjuntamente un negocio algo más formal. Entre la sociedad familiar, su hermano y otros 5 socios minoritarios, han invertido 450.000 euros y esperan facturar, si el bar y la tienda del club funcionan como estima el ‘business plan’, 400.000 euros.

Consolidado este centro, la idea es arrancar otros 2 o 3 en Barcelona (el primero este otoño), abrirse al modelo de franquicias y aterrizar en ciudades que no tengan ni uno, lo que excluye, de momento, Madrid y San Sebastián.

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