Edurne Pasaban: "Me apenaría si no tengo un hijo"

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LUIS MIGUEL MARCO

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Hace unas noches, en la estación andorrana de Granvalira, en el sector de Grau Roig y durante una copiosa nevada, un grupo de periodistas en motos de nieve se abre paso en fila india hasta una cabaña, el Vodka Bar. Fuera, entre los abetos, la gente de la marca sueca Peak Performance ha levantado un improvisado showroom para mostrar un avance de la ropa que llegará con la próxima temporada, prendas técnicas a prueba de ventiscas, heladas y nevadas como la de hoy. Han instalado también una pantalla, una tela que ahora parece la vela de una carabela y que acabará en el suelo, por suerte tras la proyección, con los títulos de crédito. La montaña tiene estas cosas. Que se lo digan, si no, a la alpinista vasca Edurne Pasaban (Tolosa, 1973), que ha visto todas sus caras. La primera mujer en escalar los 14 ochomiles que hay en la Tierra está aquí como embajadora de la firma nórdica. Agarra el micrófono y presenta la versión reducida del documental que grabó el verano pasado en Groenladia. Imágenes muy bellas de escaladas por paredes de piedra y descensos imposibles por palas de nieve que llegan hasta la orilla del mar. La película de la expedición se llama 'Between Places' y, como ella asegura, te reconcilia con la naturaleza si es que alguna vez le has dado la espalda. Pero mejor lo comentamos dentro, que aquí fuera hace mucho frío.

“En pleno siglo XXI es un lujo subir a picos donde no ha estado nadie. Si el planeta te ofrece aún maravillas como esta, ¿lo vas a desaprovechar? Ahí está el afán por la aventura y por explorar cosas nuevas. La excusa era testar el material. Y los cuatros componentes del equipo [Jacopo Bufacchi, Erwan Le Lann, Martial Dumas y ella] tenemos cada uno un perfil diferente. Ellos son más escaladores en roca o en hielo, pero nos une el que somos unos piraos de la montaña y ninguno había ido a Groenlandia. Encima, para la expedición contamos con el capitán del velero en el que viajábamos, Thierry Dubois, que ha completado muchas regatas en solitario por el mundo y conoce bien aquellos parajes”, explica Pasaban, ahora ya dentro de la cabaña, junto a la chimenea, con los ojos muy abiertos.

Regreso al Himalaya

Culminó con éxito su empeño personal de coronar los 14 ochomiles – “ese chiringuito ya lo cerré”, asegura–, pero a final de primavera vuelve allí, a por un sietemil. “Esto es como una droga de la que no te puedes desenganchar. Pero ahora lo veo ya desde otra dimensión. Ya no voy al Himalaya presionada. Voy a pasarlo bien y si llego a la cima, bien, y si no, también. Y encima me llevo a mis padres conmigo a hacer un 'trekking”. Los vínculos con el Nepal no acaban aquí. A través de su fundación, tiene allí proyectos educativos. “La educación es la base. Nosotros tenemos un hostel en Katmandú donde damos la oportunidad a niños que viven en pueblos y aldeas muy perdidos de vivir y estudiar. No es fácil porque muchas veces los padres que no quieren que sus hijos se desplacen, prefieren que se queden trabajando con ellos. Pero ya tenemos a siete jóvenes en la universidad y eso es maravilloso”.

Más que un pico, la de Tolosa está cerrando un círculo. Dice que de su pasión consiguió hacer su profesión. Y de su profesión ahora quiere hacer su' hobby'. “Eso es. Yo soy una persona afortunada que consiguió algo increíble. Yo hice una apuesta y gané: elegí el camino del corazón. Yo no era alpinista, yo soy ingeniera de profesión. Pero fui alguien que al terminar la carrera tuvo la suerte de dedicarse profesionalmente a la montaña y esto es superdifícil, porque esto es algo es muy minoritario. Y ahora quiero que mi trabajo se convierta nuevamente en mi 'hobby”.

De lo dejado en la cordada solo ella sabe, pero deja pistas. “He tenido que hipotecar muchas cosas en mi vida, cosas como tener una familia, una pareja o una vida como la que tienen muchas de mis amigas. Las cosas se ven de una manera muy distinta cuando tienes 40 años, como yo ahora, que cuando tenía 24 e hice mi primer ochomil: el Everest. Ya no soy la misma; soy otra”. Y aunque reconoce errores –”por inexperiencia, por ansiedad, porque hay cosas que solo te ocurren una vez en la vida y es cuando eres joven”– y ha dejado atrás episodios tristes como el de Juanito Oyarzabal, ahora dice saber lo que quiere hacer y lo que no. “Ni me pesa el camino recorrido ni los errores cometidos y encima estoy aquí y lo puedo contar, que no es poco”, apunta.

Edurne lleva una vida nómada. Hoy está en una cabaña en Andorra, pero ayer estaba promocionado su agencia de viajes en Fitur y mañana viajará al Vall d’Aran, donde tiene su casa –la otra está en Donosti– su trabajo y a su pareja, un guía francés. Y dentro de unos días se irá con la periodista Maria Casado a grabar uno de los nuevos capítulos del programa Cumbres que produce TVE en Catalunya y que se emite los domingos por la tarde en La 2. “Es algo pequeño pero entrañable. Me llevo a gente conocida a escalar y convivimos durante dos días en la montaña. Me los llevo a mi terreno”. Lo inauguró la exnadadora Gemma Mengual ascendiendo con ella el Pedraforca tres meses después de haber sido madre y deparó un momento de lágrimas memorable. Y vamos a ver, entre otros, a Lucrecia, Espido Freire, Kiko Veneno y Judit Mascó –“camina ella mejor con crampones que yo con tacones”, ha escrito en su blog.

Donde también tiene depositadas Edurne sus ilusiones y su dinero es en la agencia de viajes Kabi, que significa K2 en vasco y nido en nepalí. “Quiero dar a conocer las travesías por los Pirineos y el País Vasco. Es verdad que a España se la considera todavía un país de sol y playa, pero hay turistas que vienen a buscar trekkings y experiencias en la montaña. Tenemos la oficina montada en Viella. Además de la inversión, le estoy metiendo mucha energía, como imagen y currando, porque hay que estar encima de las cosas. Ya delegaré después”. De momento, la respuesta es más internacional. “A nosotros nos cuesta contratar a alguien que te haga de guía en la montaña. Somos muy autodidactas aquí en España. Quiero traer clientes de Alemania, Inglaterra, Noruega, Francia...”

En el mundo empresarial

Sí, es verdad que somos unos lanzados a la hora de salir a la montaña. Se lo comentamos a propósito de una entrevista con Kilian Jornet en el que el chaval recomendaba que la gente no preparada se abstuviera de imitar sus proezas. “Es que te juegas la vida al lado de casa. Hay sierras en España muy accesibles pero pueden resultar un peligro. Me encanta que cada vez haya más afición por la montaña, es fantástico, pero con seguridad, sabiendo dónde se va. A la montaña no se puede ir de cualquier manera”, zanja.

Edurne lleva unos años trasladando sus experiencias al mundo empresarial. Imparte conferencias, sí. Explica la importancia del trabajo en equipo, de los riesgos asumibles, de la motivación, cosas así. Una escaladora entre escaladores, aunque lleven chaqueta y corbata. “Soy una persona muy inquieta. Y mientras estaba escalando ochomiles ya me estuve formando y haciendo másteres en escuelas de negocios. Yo tengo la referencia en mi casa porque mi padre es empresario y he trabajé unos años en su empresa. Y siempre digo que escalar un ochomil es difícil, pero lleva una empresa familiar mucho más. Yo elegí tomar otro camino. Y es curiosa la vida, porque hace poco fue mi padre quien me pidió asesoría y 'coaching'. Y fue uno de los momentos más chulos de mi vida”.

Si saber qué hacer

Otros no fueron tan chulos. “Pasé una depresión muy fuerte en 2006. Estuve con antidepresivos, hospitalizada. Había culminado un proyecto bestia, el de los ochomiles, y no sabía qué hacer. Sentía vértigo. Empecé a ganar algo de dinero solo al final del proyecto. Mis novios me dejaban porque vivir a mi lado no era fácil, con la vida que llevo. Y verte con 30 años el domingo por la tarde tirada en el sofá de casa y sola es muy duro. Eso duele. Y me pasa todavía. Pero bueno, ahora me subo a la bicicleta estática y se me pasa. O llamo a cualquiera y me voy a correr. Pero, antes no tenía esa capacidad, me bloqueaba. He aprendido a coger el teléfono, a llamar a un amigo y decirle: ‘Vamos a tomar unos pinchos o a hacer no se qué. Eso es la madurez: pasar por momentos difíciles y salir adelante”. A su favor está el haberse encontrado, a lo largo de esta cordada, a algunas personas excepcionales. “Yo tengo los mejores amigos del mundo. Amigos buenos hay en todos lados, pero los que a mí me han tocado son muy buenos. Así que a los colegas que aprovecharlos y cuidarlos, porque esos son los que te sacan del agujero”.

En la cabaña, junto a esta chimenea, escuchando la franqueza y sintiendo la energía con la que se expresa, uno se pregunta si será capaz de sentir lo mismo un alto directivo de una multinacional y la respuesta es tan obvia como aplastante. “Todos somos personas de carne y hueso y todos iremos a parar al mismo sitio. Nadie es más que nadie y lo importante es mantener el respeto. A mí esa fórmula no me ha fallado nunca”.

Otras cosas no le han fallado: las estampitas que le regalaba su abuela en cada expedición y que ella llevaba metidas en una bolsita en el buzo, cerca del corazón, en cada ataque a la cumbre. “Yo creía en mi abuela y si ella rezaba por mí yo ya estaba salvada. Y cuando he estado muy jodida en las cumbres, he pensado en los amigos que he perdido y les he hablado. Les he pedido que me echaran una mano. Y en esto sí que creo. Porque creo que están cerca”.

Le pido que se proyecte un poco hacia el futuro y se ve incansable, embarcada en otros retos. “Y personalmente espero estar al lado de una persona que me quiera y me comprenda. Tengo 40 años y me apenará si no tengo un hijo, uno al menos. Y tampoco tengo demasiado tiempo para pensármelo”. Fuera sigue nevando.