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Juan Cruz

Juan Cruz

Periodista y escritor

Xavi y Pimienta, por Juan Cruz

El Barça escapa a un viacrucis frente a Las Palmas

La de los dos entrenadores, y las de sus futbolistas, fue una demostración de igualdad que en los minutos finales de una contienda parecía hecha para cerrarla con un empate de infarto

Lamine Yamal encara a su marcador durante el partido de liga entre el FC Barcelona y la UD Las Palmas.

Lamine Yamal encara a su marcador durante el partido de liga entre el FC Barcelona y la UD Las Palmas. / Jordi Cotrina

Cualquiera de los dos, Xavi o Pimienta, podrían ser los ganadores de este partido en el que se disputaron la primacía dos equipos gemelos en el juego, en la táctica y casi en el banquillo. Pues de igual que Xavi dirige al Barcelona, su contendiente de anoche, Pimienta, podría ser de los que aspiren, con legitimidad e historia, a entrenar al conjunto que anoche sudó tinta, y juego, para ganarle a los amarillos.

La de los dos entrenadores, y las de sus futbolistas, fue una demostración de igualdad que en los minutos finales de una contienda parecía hecha para cerrarla con un empate de infarto. El último chut de la Unión Deportiva valió más que los últimos suspiros del Barça. Esa jugada de Moleiro no subió al marcador porque la vida de anoche no estaba hecha para que el azar subiera al marcador de los empates. Si ese disparo, que dejó a Ter Stegen jugando a las casitas, hubiera subido al balcón de los resultados, este Barça se hubiera ido a la cama siendo como el vencido final del campeonato.

Pero la Unión Deportiva no tuvo esa suerte, y la campanada se quedó en el aire. El equipo canario, que es mi equipo de la Primera División, pues mi alma es amarilla mientras que mi devoción es azulgrana, demostró una capacidad de juego, y de paciencia, que recuerdan las buenas épocas de Guedes o de Tonono, e incluso la más lejana de Molowny, aquel legendario personaje que hizo del fútbol, allí y en el Real Madrid, un emblema de calidad y de fortaleza estética. 

Expulsión del portero

A lo largo de todo el partido, diezmada la UD por la expulsión de su portero, asustado el Barça ante la determinación amarilla, parecía que en ningún caso podían cantar triunfo los azulgrana. Hasta que Rafinha, que parecía hecho hasta entonces para la mala suerte, recibió de João Félix el regalo que se espera de un compañero que, al jugar, silba calidad e imperio. 

Fue un partido cuya potencia fue diezmada por las faltas y la expulsión, pero nadie puede llamarse a engaño: el juego fue puro, sobresaliente en ese sentido, ninguno de los dos equipos se dejó vencer en la lucha por la calidad, y aunque el Barça demostró tener en sus manos las mayores posibilidades de vencer, que el equipo de Pimienta no hubiera perdido el sabor del juego, que le explicara al Barça también su libreta de jugar, es una señal de que por los dos lados de la cancha hubo pasión por demostrar que el fútbol no es cualquier cosa. 

El fútbol es una explicación de la paciencia y del rigor, y no tan solo un desequilibrio de procesiones apresuradas en el medio campo o en las avenidas pobres de los corners. Fue un partido de dos equipos que le dieron importancia a su presencia en el campo. Yo me sentí, como espectador canario, y también como seguidor del Barça desde la niñez, convencido de que ninguno de los que fueron grandes en ambos equipos se sentirían hoy defraudados con el resultado estético de este juego. 

El marcador es otra historia, pero eso es lo que pasa, que si no hay empate gana uno, y ese uno es el que ahora se aproxima al Real Madrid al grito, a mi juicio precipitado, de ojalá.

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