LA INDUSTRIA DEL DEPORTE

La transformación definitiva del deporte

La política del fútbol

Las múltiples direcciones del fútbol

Jon Rahm celebra la seva victòria en el Masters  d’Augusta, a l’abril. | JUSTIN LANE / EFE / EPA

Jon Rahm celebra la seva victòria en el Masters d’Augusta, a l’abril. | JUSTIN LANE / EFE / EPA / fermín de la calle

Marc Menchén

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Este fin de semana es el último de un 2023 intenso, en el que la industria del deporte ha vivido probablemente el inicio de una transformación definitiva. La convergencia con el entretenimiento, el interés de inversores en el potencial de crecimiento de la industria y su uso político por parte de algunos países son los ingredientes del cambio. No sabemos cuán profundos acabarán siendo los movimientos de fondo que se han intensificado especialmente tras la pandemia, pero es obvio que igual que evolucionan los hábitos de consumo y la oferta de ocio -especialmente, en los entornos digitales-, también deben hacerlo las estructuras competitivas. La alternativa es el surgimiento de propuestas alternativas o, en el peor de los casos, ir menguando en favor de contenidos más adaptados a las actuales generaciones.

El primer mantra que habría que desmontar es el de que toda pirámide competitiva se sustente sobre la concepción clásica del Estado nación. En un mundo global, no tiene sentido pretender que todos los deportes, o más bien todos los niveles competitivos, se estructuren de abajo arriba y que siempre deban respetarse las fronteras nacionales para articular todas las divisiones. A día de hoy, probablemente ese modelo sólo se justifica en el fútbol por su fuerte penetración en todos los países, y aun así no debería ser ajeno a las corrientes de cambio.

Punto de partida

La propuesta de A22 Sports no deja de ser la recuperación de la propuesta inicial de ECA para reformar la pirámide competitiva en Europa con un argumento que en cierto modo es sensato: los clubes que más invierten necesitan operar en un mercado en el que un mal año deportivo no suponga una merma del 25% de los ingresos, sino que ese descenso pueda ser menor. El debate va a estar ahí y, si son capaces de no restar el valor deportivo de ganar una liga nacional con el modelo, debería ser un buen punto de partida. 

Pero vayamos a otros deportes. ¿Tiene sentido que el baloncesto, el balonmano, el fútbol sala o el rugby, por poner sólo unos ejemplos, deban partir de ligas nacionales y no directamente de estructuras supranacionales en función de la lógica del mercado y no del sistema federativo global? Esa puerta sí ha quedado abierta con la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE), y no habría que desaprovecharla. Queda claro que, si se respeta la solidaridad con el sistema para seguir nutriendo la base, esto no debería ser un problema.

El toque de atención que Arabia Saudí ha dado a la gobernanza actual del deporte no es menor. No entro a discutir sobre la viabilidad económica de LIV Golf, que aquí ya ha sido cuestionada, sino sobre la capacidad de los actores tradicionales para mantener su preeminencia cuando son los atletas los que mueven las audiencias y ellos, como asalariados, siempre se moverán adonde se mueva el dinero. Si lo llaman codicia, la misma que cualquiera de nosotros cuando cambia de trabajo por un sueldo mejor. 

Pero quien dice Arabia Saudí, dice Netflix o cualquier otro promotor privado. Si la plataforma de streaming es capaz de crear torneos efímeros que en ingresos generan más que el calendario clásico, es cuestión de tiempo que los atletas se muevan en disciplinas individuales.

Tan loable me parece querer preservar un modelo que alimente cuanto más clubes, torneos y promotores posibles, como razonable que haya quienes abogan por una concentración del calendario y las competiciones para mantener su relevancia.

Girona FC, el fútbol moderno

Estos días se habla mucho sobre el Girona FC, sobre la magia de su hazaña y sobre cuánto de meritorio es lo que está consiguiendo. Y tan absurdo me parece desmerecer que con 60 millones de euros de presupuesto esté tuteando a FC Barcelona y Real Madrid, que le multiplican por más de diez en recursos, como negar la evidencia de que no todo es fruto de la audacia gestora en los despachos de Montilivi. Porque el club catalán es probablemente el mejor ejemplo de Europa de los beneficios que tiene formar parte de un hólding futbolístico.

Este caso desmonta el mito que pasar a manos de un grupo desnaturaliza al club adquirido y lo desconecta socialmente. Hoy, la identificación del Girona FC con el territorio y sus aficionados es mayor que nunca, cuando hace sólo seis años costaba llenar el estadio. Pero también refleja algunas de sus principales virtudes y que a los gurús del anticapitalismo futbolístico repudian. 

La primera, el acceso a financiación, pues difícilmente el club habría encontrado inversores que inyectaran 20 millones de euros, como sucedió en 2021 cuando su plaza en Primera no era tan estable como hoy. La segunda, el acceso a una red de scouting y clubes que no sólo detecta el talento con más facilidad, sino que permite estructurar los fichajes para adaptarse a las regulaciones de cada liga. Sí, regatear las normas de control económico, y ahí sí podría venir un futuro endurecimiento de las normas de fichajes y cesiones intragrupo.