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Badosa se desespera tras una nueva derrota.

Badosa se desespera tras una nueva derrota.

Begoña González

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“Lo importante es participar” es una frase que muy probablemente no haya dicho nunca un ganador. Nadie compite por el simple hecho de participar, sino para ganar o como poco, por el gusto de competir. ¿Qué sentido tendría el deporte de no ser así? Aunque claramente, sea la victoria lo que se pretende conseguir, muchas veces no llega, y entonces, es imprescindible aprender a digerir las derrotas

“Las emociones negativas hay que permitirlas. Son parte de la vida y del deporte”, asegura José García Donate, CEO y fundador de donatealdeporte y director de la unidad de psicología deportiva en el instituto Centta, en Madrid. “Ahora bien, si esta frustración o enfado acaba superando cierto umbral y provoca una sintomatología ansiosa o depresiva, hay que hacer algo”, afirma el experto. 

No hace falta ser deportista profesional para haber sentido esa desazón que provoca la derrota. Quizás era la ilusión de terminar la primera carrera de 10km para la que tanto se había entrenado, o querer ganar ese partido de pádel agendado hace semanas con los compañeros del trabajo, o puede que fuera simplemente por bailar en el recital con los movimientos perfectamente cuadrados en aquella coreografía que tanto se había practicado en clase de danza, pero la derrota y el fracaso, sea por el motivo que sea, suelen desencadenar un sentimiento desagradable.

Un proceso de duelo

El problema viene cuando esa negatividad no es digerida porque puede acabar convirtiéndose en frustración o provocando bloqueos, sobre todo, en personas que tienen “una identidad deportiva demasiado arraigada” y que viven muy intensamente su vida deportiva, según explica Donate. “Es lógico que si entrenas y te preparas para algo y no sale como esperas, te frustres. No pasa nada por hacerlo. Son emociones esperables y adaptativas”, asegura el psicólogo deportivo. El problema viene cuando esas emociones nos controlan y crecen generando un pequeño “trauma” que marcará el rendimiento deportivo en posteriores enfrentamientos.

“En las derrotas hay que hacer un proceso de duelo. Lo lógico es que se pase por una serie de sentimientos y emociones negativas porque ha sucedido algo que no esperábamos o para lo que no estábamos preparados, pero eso, lejos de crear un trauma debe convertirse en gasolina para hacerlo mejor en los próximos encuentros”, explica el psicólogo. 

“Los bloqueos aparecen cuando el evento resulta ser traumático para el deportista. Es decir, si en la competición hay algo que sale desastrosamente mal que nos provoca emociones muy intensas y desagradables, nuestro organismo almacena esa información y la relaciona con la competición”, afirma Donate. Es sobre todo en esos casos cuando el experto recomienda trabajarlo con ayuda profesional para evitar que el sentimiento se enquiste y sea cada vez peor.  

Ayudar a un deportista frustrado

Es fácil identificar a las personas que sufren tras una derrota y es normal preocuparse por ellos. Muchas veces el cariño que se siente hacia estos deportistas nos puede llevar a querer ayudarles, es algo normal y positivo, pero se debe hacer siempre desde el respeto. “Para ayudar a alguien que está pasándolo mal por una derrota, lo primero es preguntarle si le apetece hablar del tema porque sin darnos cuenta y con toda la buena intención del mundo es posible que si le presionamos para hablar le provoquemos una retraumatización”, asegura Donate. “Cada vez que ese deportista tiene que volver a explicar cómo fue la derrota o cómo se siente tiene que volver a vivirlo mentalmente y eso hace que los sentimientos no puedan evolucionar y el deportista no pueda pasar página”, afirma. Algo muy parecido ocurre con las lesiones. El hecho de que constantemente se pregunte cómo fue o cuánto le queda de recuperación termina por crear una fatiga que puede desencadenar respuestas desagradables y desmoralización. 

En algunas ocasiones esos sentimientos de frustración son desencadenados por la presión. “En algunos deportistas jóvenes, por ejemplo, muchas veces esa presión viene de los padres. Aunque no lo hagan con maldad muchas veces generan en los hijos unas expectativas que provocan al deportista miedo al rechazo en caso de fallar”, explica Donate que asegura que también ocurre a veces con entrenadores quee stán muy implicados. “El miedo a decepcionarles, la necesidad de devolverles todo el esfuerzo que ponen en nosotros o el miedo a que dejen de estar a nuestro lado si fallamos son algunos de los causantes de esta angustia”, apostilla. Bajo esta presión en muchas ocasiones se da una reducción del rendimiento deportivo y en caso de perder, se desarrolla el sentimiento de culpa. “No debemos perder el foco en el deporte, que es lo que realmente importa y en caso de que no salga bien, debemos aprender a expresar los sentimientos y normalizarlos”, zanja Donate. 

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