Opinión | Golpe franco

Juan Cruz

Juan Cruz

Periodista y escritor. Adjunto al presidente de Prensa Ibérica.

VAR para creer, por Juan Cruz

Insatisfacción azulgrana

Fútbol sobre aguas turbulentas

Real Sociedad - Barcelona

Real Sociedad - Barcelona / Juan Herrero / Efe

Fue tan grande el partido, tan difícil, tan desigual, tan expuesto para aquellos que jugamos con el corazón aunque no con los pies, que en algún momento decidí verlo a ciegas, es decir, sin escuchar nada de lo que dijeran en ninguna cadena, en ninguna radio, de ninguna manera, porque el equipo azulgrana, que es el mío, estuvo siempre, o casi siempre, en el momento culminante de su regreso al fracaso. Hasta que… El Barça es un equipo a la espera, siempre, y eso lo faculta también, dentro de las desgracias que se le asoman, para ser un equipo con esperanza… hasta el último minuto.

Hasta el último minuto, en efecto, cuando vino la incertidumbre que produjo el gol y a la vez el no gol de Araujo. Cuando el árbitro se fijó en el dedo hacia arriba de sus colegas del VAR entonces en casa se produjo una euforia que ya la hubiera querido yo, de niño, cuando el Benfica nos destrozó la esperanza en el estadio de Berna.

Entonces esa euforia doméstica se desató alrededor, hubo abrazos y besos, y entonces ya puse otra vez la radio. Ahí estaba, en silencio, buscando que la nada que calla me hiciera el favor de cambiar el destino. Esperé, creí en vano, pero la vida y el fútbol a veces te dan lo mejor de las pérdidas: ganar en el último instante.

En ese momento , en la SER, estaba celebrando el gol el gran profesional que es Lluis Flaquer, al que sigo con la voluntad con que seguí a tantos, y sobre todo, con que seguí a Manu Oliveros, que parecía, como Flaquer, que retransmitía los partidos para que yo no sufriera demasiado. Ese grito de Flaquer, “¡VAR para creer!”, no sólo es una hazaña sintáctica, una broma para animar a los que somos niños viendo el fútbol, sino un ejercicio de pasión radiofónica. Pues cuando ocurre algo así tienes que tener bien puestas las neuronas de la ocurrencia para sacar de ellas una metáfora tan cercana, tan lógica, pero también tan huidiza. El VAR no es siempre nuestro aliado. Ahora al VAR le ayudó la lógica, y a Flaqui lo estimuló la legítima alegría.

Al Barça de ahora, y por eso desenchufo tanto, le desean el mal hasta los suyos, como si el equipo físico, aquel en el que juegan, por ejemplo, Pedri o Gavi, o Ter Stegen, hubiera cometido los errores de sus directivas, y tuvieran que purgar también por ello partido a partido. Estos tres puntos acercan al Barça a la lógica de su juego; no es un azar.

Aquel Barça al que daban por perdido en los primeros segundos del partido, y luego en los cuartos de ahora, y así hasta que recuperó los gestos que había perdido en la lucha tremenda contra la Real Sociedad y dijo aquí estoy yo, cuando Pedri llegó al campo y el centro dejó de ser patrimonio donostiarra, los merecimientos se igualaron y el impulso duró hasta que Araújo dijo, a su vez, “aquí estoy yo”.

El gol del uruguayo es como la señal de la cruz que se hacen los viejos cuando observan que han perdido el autobús pero este tropieza y vuelven a abrirse las puertas. Fue un partido lleno de azares y de necesidades, pues ese es también el fútbol, como lección de biología: todo depende del último suspiro, y alguien tiene que darlo. Porque ese último suspiro también refleja una justicia poética que ronda el fútbol cuando la mala suerte te rodea tanto tiempo que ya se ha hecho costumbre usarla para humillar a los que visten (vestimos) de azulgrana.

VAR para creer, pues.  

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